Apuesto a que alguna vez te has preguntado: ¿Por qué, siendo creyente, Dios permite estas cosas? ¿Por qué sufro tanto en mi familia? Tener una familia rota, padres divorciados, hermanos descarriados, tíos inconversos, ausencia de alguno de los padres, falta de atención, amor, respeto, sabiduría… parece que todo se desborda hacia un vacío que no tiene fin.

Como jóvenes, no es nada fácil atravesar problemas familiares. Cuando algún miembro de la familia se ha convertido en un alcohólico, drogadicto, machista, déspota, violador, ladrón o asesino, hundido en las profundidades de este mundo; cuando Satanás ataca con la infidelidad en el matrimonio de tus padres; o cuando alguno de tus padres cree que puede cumplir con el papel del otro… la imagen que Dios pinta sobre la familia no es una realidad en nuestra familia. Se ha distorsionado y nos preguntamos por qué Dios lo permite, si nosotros estamos intentando hacer bien las cosas.

EL VERDADERO PROBLEMA

Ahora bien, ¿te das cuenta qué está haciendo Satanás a través de todo esto? Está atacando tu mente para que te enfoques en el pecado de otros. Cuando te enfocas en lo que los demás hacen mal, estás dando por hecho tu inocencia. ¿Por qué? Porque el pecado de los que te rodean no es el tuyo y no te hallas culpable. Te crees justo al compararte con otros y crees la mentira de Satanás: “Tú no mereces que te vaya mal”. Poco a poco, tu corazón egoísta deja entrar todo lo desagradable a Dios, pero no te das cuenta. Te llenas de orgullo y tu corazón ha sido endurecido como una roca.

¿Cómo llegaste allí? Te convertiste en el juez, en vez de tomar tu lugar como pecador. Juzgas el pecado por el cual tú también eres culpable. La amarga familia que tienes te llena de amargura. Te quejas del egoísmo, llenándote de él. Te molesta la soberbia de los demás, porque tú eres soberbio. La insensatez de los demás resalta ante tus ojos, sin darte cuenta de cuán necio eres tú también. No soportas la ira incontrolable, explotando en enojo ante ella. Has dejado que el pecado reine en tu corazón al creer que todos son culpables menos tú.

¿Quién eres tú? ¿Acaso no eres un pecador como ellos? ¿Crees que tienes el derecho de menospreciar y juzgar a otros? Incluso, te pregunto: ¿mereces una vida perfecta? ¿Mereces una familia perfecta? No, no la mereces. No eres nadie para exigir algo de los demás. Tampoco tienes derecho a pecar porque tengas una familia rota por el pecado. No tienes derecho de juzgar a otros, ni de menospreciar a tus padres y a tu familia por sus errores. La Biblia dice: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ef. 6: 2-4). No dice que esto no aplique cuando ellos cometen errores. Dios te manda a honrarles y tú debes obedecer.

EL VERDADERO INOCENTE

En toda la historia, solo ha existido un inocente: Jesús. Vivió toda su vida sin pecado. Y no solo eso, sino que vivió sin pecado en medio de pecadores. ¿Te imaginas? Él entiende mucho más ese sentir de injusticia que tú y yo vivimos en nuestras familias. Sin embargo, Él sí tenía derecho de juzgarlos, pues es el Juez del universo. A pesar de eso, ¿cuál fue su respuesta? No se dedicó a tachar los errores de los demás, ni a quejarse por las injusticias que vivía. En su lugar, dejó que los pecadores a su alrededor crucificaran al único inocente que ha tocado la faz de la tierra.

Quisiera que entendieras esto: cuando golpearon a Cristo; cuando lo culparon aun siendo inocente; cuando le escupieron, lo lastimaron y lo crucificaron; no solamente fueron los soldados, ni la gente que estaba a su alrededor, fuimos tú y yo. Somos tú y yo cada día. Cuando nos creemos inocentes y pecamos juzgando a nuestra familia, tú y yo somos culpables de la crucifixión de Jesús (Hch. 2:36). El único inocente fue a la cruz para salvarnos. Cristo vivió la más grande injusticia por el pecado de otros, pero la diferencia fue que Cristo calló, perdonó y amó.

Cuando Pedro enseñó esto a los judíos en Jerusalén, ellos “se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hch. 2:37). En resumen, Pedro les dijo: “Arrepentíos […] Sed salvos de esta perversa generación” (Hch 2:38-40). Esta misma debería ser nuestra respuesta. Deberíamos arrepentirnos de nuestra actitud de juez, estando dispuestos a que Jesús nos salve de nuestra perversidad.

LA VERDADERA SOLUCIÓN

Jesús dijo:

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

La solución a tu pecado es confiar que Jesús ha vencido al mundo. Jesús aseguró la aflicción en nuestras vidas, pero, junto con ello, la promesa de que Él ya ha vencido al mundo, nuestra esperanza. Tu familia no te define. Los pecados de tu familia no están bloqueando la voluntad de Dios para tu vida. ¡Son el medio para ella! La voluntad de Dios es tu santificación (1 Ts. 4:3). Tener un buena familia no debería ser la razón del porqué haces lo que haces. La condición de ellos no justifica tu pecado. Pecamos porque decidimos pecar, y cuando decidimos pecar es porque hemos perdido el enfoque en aquel que nos satisface plenamente. No dejes que el pecado te ciegue, haciéndote ignorar la gracia y misericordia que Dios ha mostrado contigo.

Por eso, no importa cuántas veces seas “azotado”. Guarda silencio, perdona y ama como Jesús. Aun cuando tú no seas culpable de lo que te está pasando, no cometas el pecado de creer que eres mejor que tu padre alcohólico. Sé clemente y misericordioso (Sal. 86: 15). No señales a tus padres como tontos. No hables mal de tu madre con tus amigas, buscando que te consuelen como una inocente víctima. No les hables con groserías, sin importar que no estés de acuerdo con ellos (Pr. 20:20; 30:17). No seas necio creyéndote más sabio que ellos. Si acaso eso es verdad, no los menosprecies. Usa la sabiduría que Dios te ha dado para honrarles y enseñarles la verdad en amor (Pr. 15:20; Ef. 4:15).

Si alguien en tu familia comete un pecado que te afecta, perdónalo, ámalo y entrégalo a Cristo en oración. Él amó a pecadores y los continúa amando (Tit. 3:4). Tú eras un pecador antes de conocerle, mas Él te buscó, te amó y te redimió (Is. 43:1). No te toca a ti obligarlos a cambiar, sino honrarlos y amarlos como Cristo te lo ha demandado en su Palabra. Quien te diga que eso no es posible no conoce el perdón y el amor de Dios. Pero si tú has recibido su perdón, tienes la capacidad de perdonar, amar y olvidar, porque Cristo mora en ti (2 Co. 13:5; 4:6-7; Gá. 2:20).

CONCLUSIÓN

Joven, tu familia es parte de este mundo y la aflicción llegará una y otra vez. Son pecadores dentro de un mundo distorsionado por la caída de Adán. Pero recuerda: su pecado no es una excusa para que tú peques al criticarlos. No eres inocente. Tú y yo merecemos el infierno. Todos somos culpables por causa de nuestros pecados, y el contexto en el que vivimos no nos justifica delante de Dios. Lo único que nos hace justos ante Él, es creer que Cristo tomó nuestro lugar. Él murió pagando la deuda que jamás podríamos cubrir. Ahora, en agradecimiento y fe en Él, debemos vivir en obediencia, no excusándonos de las circunstancias que nos rodean. Debemos recordar que Él nos perfecciona por medio de la debilidad para hacernos más a la imagen de Cristo, para la gloria del Padre.

P. D. De ninguna manera se justifica el pecado de las autoridades en tu vida. Si eres objeto de abuso físico o sexual, debes buscar refugio en personas que te pueden ayudar y proteger. A la vez, cuida tu corazón de la amargura y soberbia que Satanás quiere usar para destruirte. Y refúgiate en Dios, porque su gracia es suficiente para sanar las experiencias más horrorosas.


Alma Santos nació en Poza Rica, Veracruz. Está casada con Nathan Chapman y estudia la licenciatura en Música Sacra en la Universidad Cristiana de Las Américas. Además, sirve en el ministerio de música en la Iglesia Bautista Genezareth.