Los propósitos de Año Nuevo son tan comunes como los chistes sobre su futilidad.
“Que tus problemas duren tanto como tus propósitos de Año Nuevo”.
“Mi propósito de Año Nuevo es no cumplir mi propósito de Año Nuevo para así, por fin, poder decir que logré mi propósito”.
¿Qué es lo que hace que vivamos este mismo ciclo cada año? Nos proponemos leer más la Biblia, hacer una dieta, hacer ejercicio, leer más libros, ver menos tele, enojarnos menos con nuestros hijos, testificarles a los vecinos… y un sinfín de otras metas. Para la segunda semana de enero, muchas de estas metas ya han sido abandonadas. Para el mes de abril, seguramente todas.
La gran mayoría de los propósitos que nos ponemos tienen que ver con acciones y hábitos, cosas que hacer o dejar de hacer. Reconocemos la necesidad de abandonar una conducta dañina o de adquirir un hábito beneficioso. Buscamos un cambio.
Como creyentes, siempre debemos buscar la perspectiva bíblica sobre cualquier tema. ¿La Biblia tiene algún pasaje que hable de propósitos de Año Nuevo? Pues… no. Bueno, entonces… ¿dice algo sobre cambiar la conducta? Ciertamente, podemos encontrar muchos mandamientos que indican cuáles conductas son buenas y cuáles malas. Pero, si quiero cambiar mi conducta, ¿solo es cuestión de obedecerlos?
Te pido que consideres conmigo algunos textos bíblicos que contribuyen a esta discusión:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:34).
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios…” (Mr. 7:21).
¿Cuál es la verdadera causa detrás de los problemas de conducta? Según estos pasajes, donde hay una conducta problemática —sea por hacer o no hacer algo—, hay un problema del corazón.
Sigamos con otro texto:
“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6:45, énfasis agregado).
El problema del corazón es un problema del tesoro. Aquello que valoras más es tu tesoro. Entonces, el problema del corazón es un problema de valores. Para poder cambiar la conducta, tiene que haber un cambio de valores. Lo que valoras más es tu tesoro, y tu tesoro controla tu conducta. Lo que tú valoras más controla tu conducta.
Esta es la clave para entender lo que controla nuestra conducta. Somos seres complejos y nos afectan diversos factores, pero somos seres que actuamos según nuestros valores. En esto nos distinguimos del resto de la creación, que actúa, en su mayor parte, con base en su instinto.
El Evangelio es un “cambia-tesoros”. Estando muertos en nuestros delitos y pecados, esclavizados y desesperados, Dios nos dio vida (Ef. 2:1). Cambió nuestro corazón de piedra por un corazón de carne (Ez. 11:19). ¿Cuál es el resultado de esa vida y ese corazón nuevo? “…que anden en mis ordenanzas y guarden mis decretos y los cumplan…” (Ez. 11:20). Es decir, el resultado es andar en buenas obras (Ef. 2:10). El andar cambia porque el tesoro del corazón cambia. Este es el único cambio que perdura.
¿Qué implicaciones tiene esto para mis propósitos de Año Nuevo? ¿Cuál tiene que ser el tesoro de mi corazón para que pueda cambiar mi conducta? Solo hay una respuesta correcta:
Cuando Jesús sea el mayor tesoro de tu corazón, valorarás lo que Él valora y experimentarás un cambio verdadero.
¿Cómo puedes hacer de Jesús el mayor tesoro de tu corazón?
Primero, Jesús no puede ser el mayor tesoro de tu corazón si no eres una nueva criatura en Él. Si no has experimentado su gracia y perdón por medio de la salvación, ve a Él en arrepentimiento y fe en este momento, confiando en su misericordioso sacrificio en la cruz por ti. Medita en los capítulos 3 y 6 de Romanos para saber más sobre la salvación.
Segundo, Jesús no puede ser el mayor tesoro de tu corazón si dependes de tu propio esfuerzo. El Evangelio nos salva de la muerte y nos sigue salvando de nosotros mismos diariamente. Pensando en las luchas que he tenido año tras año con ciertos hábitos y conductas, recuerdo cómo Dios usó pasajes como Filipenses 2:13 para convencerme de esta importante verdad (“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”). Esas buenas obras que Él preparó de antemano para que yo anduviese en ellas (Ef. 2:10) son resultado de querer agradar a Dios. Entendí que el problema no es tanto el hacer, sino el querer. Solo la obra de Dios puede producir ese querer, por su buena voluntad. Entender esto produce dependencia en Él.
Tercero, Jesús NO ES el mayor tesoro de tu corazón si no evidencias un esfuerzo continuo. Pareciera que me estoy contradiciendo, pero no es así. El resultado de haber sido transformado por medio del Evangelio, teniendo a Jesús como el tesoro de mi corazón, será que pondré “toda diligencia” (2 P. 1:5) en eliminar valores que no concuerdan con el nuevo tesoro de mi corazón.
Permíteme compartirte lo que he aprendido acerca de mi propio corazón al ver mis propósitos de Año Nuevo fracasar año tras año —habiendo logrado algunos pocos—:
- ¿Por qué no leo mi Biblia de forma constante? Porque no la valoro lo suficiente. No la veo como el alimento necesario para mi vida espiritual, y como la revelación del mismo Jesús (a quien, según yo, atesoro).
- ¿Por qué no asisto fielmente a los cultos, o no tengo ganas de ir? Porque valoro más mi tiempo libre que la predicación de la Palabra. Porque valoro más mi comodidad emocional que la comunión, a veces incómoda, con mis hermanos en Cristo.
- ¿Por qué no controlo mejor lo que como? Porque valoro más el placer del sabor de la comida y el placer de sentir el apetito satisfecho que la salud en el cuerpo que Dios me ha dado como instrumento para su obra y su gloria.
- ¿Por qué no hago ejercicio? Porque valoro mi comodidad y evito la incomodidad. Porque valoro más mi tiempo para mis asuntos que el tiempo que puedo invertir en algo que me dará más fuerza para servir a Dios en un futuro.
- ¿Por qué sigo gritándoles a mis hijos? Porque valoro más que las cosas se hagan a mi manera que la obra que Dios quiere y puede hacer en sus corazones.
“Porque donde esté vuestro tesoro, ahí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). En lugar de hacer una larga lista de propósitos de Año Nuevo, ¿por qué no evalúas los valores que rigen tus hábitos y acciones? ¿Por qué no examinar cuál es el tesoro de tu corazón? Luego, cae en tus rodillas y clama al único que puede cambiar tu corazón, quien puede cumplir esta promesa en ti: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).
Deja que el Evangelio sea tu “cambia-tesoros”.