¿¡Quién se cree para hablarme de esa manera!?

Si no digo nada, él pensará que puede tratarme como él quiera.

Si no me defiendo yo, ¿quién lo hará?

¿Quién de nosotros no ha sido despreciado, calumniado o malinterpretado?

TODOS, absolutamente todos, hemos sido maltratados (y seguramente nosotros hemos maltratado a alguien más también). Y quizás en una ocasión injusta que experimentaste decidiste no decirle nada a tu jefe o al hermano de la iglesia que te lastimó. “Te tragaste tus palabras”, aun con un fuego interno de pensamientos como los que mencioné al inicio.

Pero ¿qué tal en casa o con personas de confianza? ¿Se queda tu reacción en un pensamiento o comienzas a defenderte?

¿Cuál es tu actitud cuando después de cocinar con gran esfuerzo tu esposo demanda algo de ti con una actitud demandante?

¿Cómo respondes cuando te enteras de que una “amiga” estuvo hablando mal de ti? ¿Vas a reclamarle? ¿Comienzas a decirles a otros todo lo malo que piensas de ella?

LA AUTODEFENSA Y LA MUJER DE HOY

Siempre me ha encantado la oratoria, el arte de hablar en público con el fin de persuadir. Disfruto del presentar un tema, justificarlo y, sobre todo, defender mi punto de vista. Lamentablemente ello no se queda solo en un discurso artístico de pocos minutos frente a una audiencia. Nuestra sociedad nos anima a defendernos en todo tiempo, a “no dejarnos” de los hombres ni de nadie que se atreva a menospreciarnos.

Por mucho tiempo, creí la mentira de que yo debía defenderme. Pero eso solo trajo mucho dolor a mis relaciones interpersonales, incluyendo mi matrimonio. Primero, traté de calmarlo con un simple “Andrea, cállate y trágate tus palabras”. Creía que eso era suficiente. Pero por dentro todavía sentía un fuerte dolor de estómago cada vez que me negaba a discutir y, por supuesto, después de varios intentos de frenar mis labios eventualmente volvía a salir mi espíritu argumentativo.

Si tú me hubieras preguntado hace un tiempo “¿qué tan buena eres defendiéndote?”, te hubiera dicho que muy buena ¡y lo hubiera visto como algo para alardear! Pero Dios, en su misericordia, ha traído convicción a mi vida y ahora reconozco que es un pecado.

Te comparto cómo lo entendí.

LA AUTODEFENSA Y EL SEÑOR JESÚS

Cuando era pequeña me encantaba leer la Biblia de mis abuelitos que tenía las palabras de Jesús en color rojo. Y, aunque ahora entiendo que toda la Biblia es igual de inspirada (2 Ti. 3:16), en ese tiempo veía esas palabras en rojo y sentía que algo muy, pero muy importante estaba por decirse, ¡era Jesús mismo hablando!

Hace unos meses estuve estudiando Mateo. Era tan emocionante ver a Jesús. Su nacimiento, sus enseñanzas, su compasión, y, como en cualquier historia, llegué a “encariñarme” con el gran protagonista. Era muy emocionante leer esas palabras en rojo tan llenas de sabiduría, humildad y amor de mi Señor Jesucristo.

Pero al llegar al capítulo 26 (su arresto), era como si las palabras en rojo hubieran desaparecido por completo. Después de leer cómo Jesús fue juzgado injustamente, maltratado, golpeado y escupido, por mi mente solo pasaba “Jesús, defiéndete por favor”. Era como si entre lágrimas se lo dijera: “Señor, enmudece su necedad con tu sabiduría, consúmelos en tu juicio, ¡es tiempo de defender tu justa causa!”. No obstante, en los juicios, la crucifixión y la muerte de Jesucristo se acabó la tinta roja. La profecía de Isaías se cumplió:

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca (Is. 53:7, énfasis añadido).

Al ver esta imagen de la cruz, el manso silencio de Jesús, fui quebrada. En muchas ocasiones, yo defiendo mis causas porque las considero “justas”, pero en realidad están manchadas por mi pecado. En diversos momentos, mi orgullo y temor de ser menospreciada me llevan a querer tomar el control de las cosas y defenderme. Pero no fue así con Jesús. Él, siendo perfectamente Santo, con un testimonio perfectamente puro y con toda la autoridad de consumir a los que le maltrataban y juzgaban con injusticia, no abrió su boca.

¿Cómo podemos dejar de defendernos y obtener la mansedumbre de Jesús?

LA AUTODEFENSA Y LA MUJER CRISTIANA

Todavía no estaba convencida de que debía dejar de defender mi causa. Entonces, empecé a estudiar 1 de Pedro. El apóstol Pedro (quien antes era un ejemplo de la autodefensa) nos comparte cómo podemos adquirir un espíritu de mansedumbre:

Mujeres, estén sujetas a sus maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres al observar ellos su conducta casta y respetuosa. Que el adorno de ustedes […] sea lo que procede de lo íntimo del corazón, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios (1 P. 3:1-4, NBLA).

Al llegar a 1 Pedro 3, es como si todas las esposas cristianas prendiéramos nuestras antenas de “verdades por aplicar”. Pero no basta con un solo “callar” o tener un “conducta casta y respetuosa”. Debemos ver de dónde salen esa clase de acciones: “… de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios” (1 P. 3:4, NBLA).

El asunto no es solo callar y dejar de defenderte para sentirte una buena cristiana. Esto tiene que salir de un corazón que ha sido transformado del orgullo a la humildad, de la aspereza a la ternura y de la alteración a la serenidad.

¿Cómo es transformado nuestro corazón? Por medio de dos cosas: nuestra confianza en Dios y nuestro poder en Dios.

1. TU CONFIANZA EN DIOS

Pedro nos muestra el lugar donde Jesús depositaba su confianza:

Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia (1 P. 2:22-23, NBLA).

Cristo calló en el momento más injusto porque confió en Dios. Encomendó su causa al Padre, pues sabía que Él estaba en control y se encargaría.

De eso se trata mis hermanas, no solo de callar, ni de fingir una cara de piedad mientras las entrañas se nos retuercen por dentro. La mansedumbre nace en nuestro corazón por la confianza en nuestro Dios. Él nos da valor en Cristo aunque otros nos menosprecien. Y, sin duda, Aquel que controla incluso el dolor que otros nos puedan causar usará el maltrato de otros para hacernos más como Jesús.

2. TU PODER EN DIOS

Imitar la mansedumbre de Cristo no es fácil. No viene solo al confiar en el Padre, sino al entender que también Cristo mismo y su poder ahora viven y operan en nosotras:

… la extraordinaria grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos […]. Ese poder obró en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a Su diestra en los lugares celestiales (Ef. 1:19-20, NBLA).

La verdad es que, para callar cuando otros nos maltratan, se necesita de un gran poder. Y, por fe, ¡tenemos el mismo poder que resucitó a Cristo en nosotras! Ese gran poder transforma nuestro corazón orgulloso y lo convierte en un corazón como el de Cristo, manso y humilde.

CONCLUSIÓN

¿Qué harás la próxima vez que te enteres del último chisme que se está diciendo acerca de ti? ¿Te apresurarás a defender tu nombre o, como Jesús, encomendarás tu causa a Aquel que te ha brindado su poder?

¿Qué harás la próxima vez que tu esposo juzgue tu motivación y, en lugar de agradecerte, sea exigente contigo? ¿Buscarás defender lo mucho que te esfuerzas por cuidar a tu familia o buscarás en Cristo el poder para no abrir tu boca?

Amiga y hermana, la pregunta no es “¿qué tan buena eres defendiéndote?” sino “¿qué tanto estás reflejando el carácter manso y humilde de Jesús en tus relaciones interpersonales?”. Te animo a orar a Dios por un espíritu tierno y afable, confiando en que su poder ahora opera en ti. Solo así podrás reflejar la mansedumbre de Cristo y traerás gloria al Padre que controla tu situación.


UNA ACLARACIÓN

Con todo esto no quiero decir que debamos permitir que otros nos violenten en cualquier circunstancia o que podemos dejar que los incrédulos se burlen del nombre de Jesús sin decir absolutamente nada. Habrá ocasiones donde sí tendremos que acudir con las autoridades correspondientes (por ejemplo, situaciones donde la integridad física de alguien esté en riesgo), o bien habrá situaciones donde debamos defender la verdad (cuidando la manera en que lo hacemos). Cristo mismo en muchas ocasiones habló contra los fariseos y pecadores que difamaban su deidad y poder. Pero ¿cómo debemos de hacerlo? “Estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia” (1 P. 3:15-16, NBLA).


Andrea Ruiz, originaria de Guanajuato, salió de su hogar a los 15 años para estudiar la preparatoria y posteriormente la licenciatura en la Universidad Cristiana de Las Américas. Durante sus estudios conoció a Julio Salgado, quién ahora es su esposo. Actualmente ambos, junto con su bebé Andrés, sirven en la Iglesia Bautista Genezareth y disfrutan colaborar en el ministerio de educación. Le apasiona la enseñanza, la oratoria y la redacción.