Gálatas 6:7 nos dice:

“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.

Estas palabras parecen prometer que, si yo soy fiel, puedo esperar grandes galardones por mi obediencia a Dios, mientras que el desobediente será castigado. Pero consideremos nuestra experiencia. En realidad, ¿segamos lo que sembramos?

¿Por qué el jefe abusivo puede explotar a sus empleados, enriqueciéndose más y más, sin responder por ninguna de sus injusticias?

¿Por qué la vecina cristiana puede esforzarse para alcanzar a sus vecinas para Cristo, mientras ve su reputación arruinada por las mentiras que difundió una vecina chismosa?

¿Por qué el empleado cristiano puede trabajar día tras día para el Señor, viviendo en pobreza material, mientras que a su alrededor personas que no aman a Dios viven lujosamente?

¿Te has empeñado por años en tu trabajo, pero tu esfuerzo nunca es recompensado? ¿Has amado sacrificialmente como esposa, pero tu esposo sigue sin cambiar? ¿Has intentado criar bíblicamente a tus hijos, pero aun así parecen alejarse cada vez más de Dios?

Entonces, otra vez pregunto: en realidad, ¿segamos lo que sembramos? Para resolver este aparente conflicto entre la Biblia y nuestra experiencia, consideremos otra vez las palabras de este versículo:

“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6:7).

La ilustración que se está usando en este versículo —la de sembrar y segar— es muy común en las Escrituras (Job 4:8; Sal. 126:5-6; Pr. 22:8; Mal. 3:10; 1 Co. 9:6). Para aclarar nuestro dilema, debemos considerar algunas verdades básicas sobre la agricultura:

  1. Un manzano no produce naranjas

A veces, nos sorprendemos cuando segamos lo que, hace tiempo (a veces muchos años atrás), sembramos. Por eso, el versículo completo dice así:

«No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gá. 6:7).

Esta verdad es tanto un gran ánimo como un gran desafío. Por un lado, Dios te ha dado el regalo de formar parte de su plan en este mundo (podríamos llamarlo “la cosecha”). Tú eres un sembrador, y el campo está abierto ante tus ojos (tus decisiones en esta vida). En gracia, Él ha establecido que tú puedes sembrar obediencia, amor, y generosidad, sabiendo que recibirás una cosecha parecida. Si somos honestos, sabemos que, normalmente, las personas amorosas reciben amor de otros. Normalmente, las personas generosas son tratadas generosamente. Y, normalmente, las personas que perdonan son perdonadas con mayor frecuencia.

Por esta razón, Pablo nos advierte que no nos engañemos. Todos tendemos a creernos mentiras como estas: «Puedo sembrar este pecadito, y no pasará nada”. “Muchos lo hacen y nos les pasa nada. Seguro no hay problema si hago esto”.

En cada decisión que tomas, estás sembrando. ¡No te engañes! Si siembras un manzano, ¡no segarás naranjas!

  1. UN AGRICULTOR no CONTROLA LA COSECHA

En la agricultura no hay garantías. Aun el granjero más esforzado, hábil, y preparado tendrá años difíciles por todos los factores que están fuera de su control (el clima, los insectos, la maleza, animales salvajes, etc.). Estos factores son una realidad inevitable en el mundo que opera el agricultor. Un buen agricultor se levanta temprano, completa su arduo trabajo, y se acuesta confiado en el proceso establecido de sembrar y segar. Sin embargo, el agricultor experimentado no se sorprenderá si un animal salvaje se come parte de su cosecha, o si la lluvia que esperaba tarda semanas en llegar.

En varios aspectos de la vida cristiana tampoco hay garantías. Un ejemplo famoso y claro se encuentra en 1 Corintios 3:6:

«Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios».

Dios controla los resultados de nuestros esfuerzos. Y, aunque no lo parezca, esta realidad nos hace mucho más fácil la vida. La presión es inmensa cuando intentas controlar la cosecha de tu vida. De hecho, este es uno de los mensajes centrales de nuestra generación: “¡Crea tu propio destino!». ¿Has considerado el peso de esta tarea? ¿En realidad quieres ser el responsable final de determinar qué te hace feliz, y ser el responsable de obtenerlo? Yo no. Yo prefiero descansar en la soberanía de Dios. Creo que hayamos una paz incomprensible cuando simplemente nos levantamos cada día, sembramos fielmente, y confiamos en que Dios está controlando la cosecha de nuestras vidas (Fil. 4:6-7).

  1. UN AGRICULTOR NO ES dueño DE LA COSECHA

Una vez Cristo contó una parábola interesante:

“¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos(Lc. 17:7-10).

Cristo está diciendo algo trascendente: como siervos en el campo de Dios, no podemos exigir una recompensa por nuestros esfuerzos. Al contrario, Dios, el dueño de la cosecha, es nuestro dueño y tiene el derecho de exigirnos un servicio fiel.

Estas verdades se pueden resumir en esta simple frase: siembra fielmente y segarás, pero recuerda que Dios es el dueño de la cosecha.

¿Esto te ofende? Entonces, ¡tal vez estás entendiendo lo que Cristo dice! El dueño del universo no te debe nada. La realidad es que tú pudieras servir a Dios toda tu vida, vivir en pobreza, sufrir incontables veces, morir en soledad, y, aun así, Dios sería justo.

Pero no te confundas. ¡No hay un mejor dueño! A veces, creemos que somos dueños de nuestras vidas. ¿En realidad quieres ese papel? ¿No es mucho mejor dejar que Dios se encargue de la cosecha? Dios no te ha tratado como un mero siervo. Más bien, Él te recibe como un hijo amado por su gracia (Lc. 15:11-32). Permite que Él se haga cargo del futuro, de los misterios y sorpresas de tu vida.

CONCLUSIÓN

Tal vez te estés preguntado: “Si Dios no me garantiza cosechar una buena vida aquí en la tierra, ¿a qué nos referimos con la cosecha?”. Es simple: Dios está reuniendo y restaurando todas las cosas creadas para su gloria. Un buen día, podrás disfrutar de sus abundantes bendiciones. Esa cosecha está garantizada. Hoy, tú puedes esforzarte por esa gran cosecha. ¡Siembra fielmente para ese día! Además, normalmente, la mayoría de nosotros, si somos obedientes a Dios, disfrutaremos de muchas bendiciones en esta vida. Así que, ¡siembra fielmente en este día!


David Chapman fue criado en el país de Chile, donde sus padres (originarios de los EEUU) trabajan como misioneros. Estudió la licenciatura en Música y obtuvo su maestría en Teología en Bob Jones University. Está casado con Kristin Alexander, quien fue criada en Brasil como hija de misioneros. Juntos han servido a Dios en los EEUU, Chile, y México como maestros y ministros en la iglesia local. Actualmente, David y Kristin tienen dos hijos, Alex y Lucas, y viven en Monterrey, México, donde David trabaja como programador contratista y apoya el ministerio de la Universidad Cristiana de las Américas.