Yo nunca quise serlo. Nunca pensé que podría serlo. Pero ¡lo soy!

Recuerdo que, al aprender piano, volvía loca a mi mama cuando practicaba. Podía tomar una frase de dos notas y repetirla una y otra y otra vez hasta que me saliera bien tres veces seguidas. Si me equivocaba, empezaba de nuevo desde el principio. Por lo regular, en algún lugar en medio de mis esfuerzos, me frustraba tanto que terminaba golpeando el piano con ambas manos, tocando tantas notas como era posible. Para este momento, mi mamá entraba cuidadosamente en el cuarto, me tocaba el hombro y me susurraba: “¿Por qué no vas a tomarte un vaso de agua y lo intentas más tarde?”. Mi mamá sabía lo que hacía. Mientras que eso funcionaba para despejar mi mente y emociones temporalmente, no hacía nada por tranquilizar a la bestia que se estaba formando dentro de mí, ni mostraba su horroroso rostro. Digo horroroso porque eso es exactamente lo que es. ¡Es ho-rro-ro-so!

Tratar de ser perfecto es destructivo en muchos niveles. En el momento, no nos damos cuenta de todo lo que está conectado a ello, pero la bestia malvada surge lista para atacar y viendo a quién puede devorar.

LAS IMPLICACIONES DETRÁS DE MI PERFECCIONISMO

Les digo implicaciones porque no suelen ser fáciles de notar.

Si soy perfecto, no necesito un Salvador. Ahora, piensa en esto un rato y en serio. Si de alguna forma, en algún modo, puedo hacer lo correcto o estar en lo correcto, por qué necesitaría a Jesús. Esta es quizá la verdad más difícil sobre mi supuesto perfeccionismo. Jesús realmente no tenía que morir. No necesitamos a Jesús, en realidad. Esto no solo está mal, ¡es una equivocación herética! Es rebeldía en su máxima expresión. Va en contra de todo lo que la Palabra de Dios enseña. Me convierto en el salvador y yo soy mi propia justicia. Expresa ingratitud por Jesús. Todo lo que Dios hizo por nosotros en Cristo es innecesario. Wow. No es un camino por el que quiera seguir.

Si soy perfecto, ¡ay de los que me rodean! Verás, si yo soy perfecto, es una perfección de mi propia cosecha. No es la perfección de Dios, es mía. No es en realidad perfección y aun así exijo que no solo yo esté a la altura (lo que es en sí mismo un gran engaño), sino que todos los que me rodean vivan según mi estándar. El problema es que ellos no conocen mi estándar y, por ello, fracasan miserable y continuamente. Pero esto es bueno para mi perfección porque hace que mi posición de perfección sea aún mejor. ¡Porque nadie puede ser perfecto como yo! Entonces, los veo desde lo alto, y los trato como los fracasados que son. ¡Y también se los hago saber! Ellos nunca cumplirán con mis estándares. Sin embargo, con el tiempo, ya que nadie conoce mis estándares, la gente se cansa de no poder cumplir con ellos y comienza a tener resentimiento contra mí, deseando no estar cerca de mí. Me quedo preguntándome por qué, quejándome y sintiendo lástima por mí mismo, cuando en realidad yo me lo provoco porque “¡tengo que tener la razón!”. Termino tratando a las personas de forma tan egoísta y cruel.

¡Ay de ellos!

Bueno, el apóstol Pablo entendió este dilema de vida. En 2 Corintios, Pablo habla del diálogo que tuvo con Dios. Él dice que Dios le dio un “aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Co. 12:7). Continúa diciendo que, al principio, no lo consideraba un regalo. Pero cuando Dios le mostró que en su debilidad la fuerza de Cristo se hacía visible en su vida, ¡estaba agradecido por este regalo! Estaba agradecido de tener este aguijón dado por Dios. ¡Su imperfección lo hizo agradecido! De hecho, el versículo 10 dice: “me siento feliz por mis debilidades” (NBV).

¡Espera! ¿Quién, en realidad, hace eso? ¿Quién está agradecido de buena gana en sus limitaciones? ¡No un perfeccionista! Verás, mi corazón de falso perfeccionista está lleno de orgullo, lo que me impide cumplir con los dos más grandes mandamientos de la Escritura: amar a Dios, y amar a las personas (Lc. 10:27). Perjudica la gloria de Cristo a mi alrededor y me quita la oportunidad de amar a mi prójimo. ¿Para qué, entonces, sigo en este mundo? ¡No es de extrañarse que me desanime!

Pero, gracias al Evangelio de Jesús, ¡puedo ser un arrepentido falso perfeccionista! Y, ¡estoy agradecido!


Para leer más sobre este tema, aquí puedes leer un artículo en inglés.


Publicado originalmente en www.graceisflowing.org. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.


Eric Sipe es pastor de Calvary Bible Church en Columbus, Ohio. Dios le ha permitido servir en el ministerio por 30 años, plantando dos iglesias, una en Alemania. Disfruta pastorear al pueblo de Dios y aprender a caminar con Cristo cada día. Escribe con el deseo de que los demás puedan amar al Señor y servirle solo a Él todos sus días. Lleva más de 30 años casado con Cindy Lin Hamilton Sipe y tiene tres hijos: Carissa, Quientin y Hunter.