“¿Es que no entiendes? La salvación es toda de Dios. En la salvación, ¡tú y yo no hacemos nada!”. Muchos de nosotros hemos estado en conversaciones en donde se menciona una frase muy parecida a esta. Una de las grandes doctrinas recobradas en la Reforma fue la de la sola gratia: somos salvos enteramente por la gracia de Dios. ¡Qué doctrina tan hermosa!

Sin embargo, la frase arriba puede ser mal explicada o mal entendida. ¿A qué nos referimos por nada? Si este concepto es interpretado de manera incorrecta, puede llevar a un entendimiento no bíblico de la salvación, y, en el peor de los casos, a ser un “reformado deformado” o un hipercalvinista.

La Biblia enseña claramente que hay algunos aspectos de la salvación en donde nosotros no hacemos absolutamente nada. En la teología, se le llama el aspecto monergista de la salvación. Esto viene de dos palabras griegas: mon es “uno”, y erg se refiere a una unidad de trabajo. “Una obra monergista es una en que una sola parte realiza la tarea”.[1] Estos aspectos incluyen, por ejemplo, la predestinación, la glorificación, y muy importante: la regeneración. Nosotros no cooperamos en la regeneración. Es una obra absoluta y completa de Dios. Es vital entender esto, de lo contrario no se comprenderá lo que sigue.

El teólogo reformado Louis Berkhof escribe: “La regeneración, entonces, debe ser comprendida de manera monergista. Dios obra solo, y el pecador no tiene de ninguna manera parte en ello. Esto, por supuesto, no quiere decir, que el hombre no coopera en las etapas posteriores de la obra de redención. Es bastante evidente en las Escrituras que lo hace”.[2]  ¿A qué se refiere con esto último? Antes de explicar el aspecto activo de la conversión, veamos el pasivo.

El aspecto pasivo de la conversión

La conversión tiene dos partes: el arrepentimiento y la fe (Mr. 1:15; Hch. 19:4; Hch. 20:21). La Biblia enseña que el arrepentimiento es un regalo. En otras palabras, Dios nos concede el arrepentimiento. Por ejemplo: “Y al oír esto se calmaron, y glorificaron a Dios, diciendo: Así que también a los Gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida” (Hch. 11:18 LBLA; ver también 2 Ti. 2:25).

Igualmente, hay un aspecto pasivo de la fe, en el sentido de que, al igual que la conversión, es un don de Dios. Por ejemplo, Efesios 2:8 dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. ¿A qué se refiere Pablo con “esto”? ¿A la gracia o a la fe? La mayoría de los intérpretes se inclinan por que “esto” se refiere a una de dos cosas:[3]

  • La fe en específico (así pensaban Agustín, Crisóstomo, Teodoro de Beza, C. Hodge, entre otros).
  • La salvación en general, incluyendo la gracia y la fe (así pensaban Calvino, F.F. Bruce, Peter O’Brien, entre otros).

Estos versículos enseñan algo increíble: que Dios está a cargo de todo aspecto de mi salvación, y que inclusive el arrepentimiento y la fe son otorgados por Dios. De esa manera, la salvación excluye las obras “para que nadie se gloríe” (Ef. 2:9).

El aspecto activo de la conversión

Pero todo esto no quiere decir que el ser humano está completamente pasivo en todos los aspectos de la salvación. “En algunos de los elementos de la aplicación de la redención”, escribe Wayne Grudem, “tenemos una parte activa (esto es cierto, por ejemplo, de la conversión, la santificación y la perseverancia)”.[4]

Louis Berkhof es enfático en este punto: “El hombre coopera en la conversión. Aunque Dios es el autor de la conversión, es muy importante enfatizar el hecho, en contra de una falsa pasividad, que también hay una cierta cooperación en la conversión”.[5] En ese mismo párrafo, Berkhof cita al Dr. Abraham Kuyper, quien escribió que en el Antiguo Testamento la palabra hebrea asociada con la conversión (shubh) enfatiza la conversión como una “obra humana”; es decir, algo que el humano hace. Y lo mismo pasa en el Nuevo Testamento. Por supuesto, sería erróneo pensar que es meramente una obra humana, o que podemos convertirnos de nuestra propia iniciativa. ¡Por supuesto que no! Esto es el resultado de lo que Dios hace previamente en nosotros.

Hay un buen número de versículos que apoyan esto (el Dr. Kuyper dice que hay 74 versículos en el Antiguo Testamento y 26 en el Nuevo). Por ejemplo:

  • “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7).
  • “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ez. 18:32).
  • “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).
  • “Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:31).

Entonces, tanto el arrepentimiento como la fe son dones. Pero son dones que deben ser ejercitados. Cuando una persona se arrepiente y cree, debe hacerlo de su propia voluntad. Cierto, con una voluntad previamente liberada por Dios en la regeneración (como lo diría Martín Lutero), pero sigue siendo de su propia voluntad.

R.C. Sproul escribe de este delicado balance en su libro Escogidos por Dios: “Cuando Dios regenera un alma humana, cuando él nos hace espiritualmente vivos, nosotros tomamos decisiones. Nosotros creemos. Nosotros tenemos fe. Nosotros nos aferramos a Cristo. Dios no cree por nosotros. La fe no es monergista”.[6]

La doctrina de la salvación nunca deja de sorprenderme. Es increíble que, sin merecerlo, Dios nos salvó por medio de Jesucristo. Es importante estudiar, conocer, y articular estas doctrinas de manera que sean bíblicas, para evitar caer en el error. En cuanto a la conversión, como hemos visto, hay dos aspectos, uno pasivo y uno activo, y el entender esto nos ayudará no solamente a nosotros, sino también a compartir efectivamente el evangelio con otros.


[1] Sproul, R.C. ¿Qué significa nacer de nuevo? vol. 6 de la serie Preguntas Cruciales. (Reformation Trust Publishing: 2015), Kindle loc. 356-358.

[2] Louis Berkhof, Systematic Theology. Parte IV:VI.F.3. Mi trad.

[3] Para una discusión y resumen de las posiciones, ver F.F. Bruce, The Epistles to the Colossians, to Philemon, and to the Ephesians, NICNT (Eerdmans: 1984), 289. También, Peter T. O’Brien, The Letter to the Ephesians, Pillar New Testament Commentary. (Eerdmans, 1999), 175.

[4] Teología Sistemática (Editorial Vida: 2007), 733.

[5] Berkhof, Parte IV:VII.F.2. Mi trad.

[6] (Tyndale: 1986), 93. Mi trad.


Publicado originalmente en www.coalicionporelevangelio.org.