En las últimas décadas, el movimiento carismático cristiano se ha visto sumamente influenciado por el “evangelio de la prosperidad”.[1] Esta enseñanza sostiene que si una persona tiene fe suficiente, Dios tiene que brindarle prosperidad en su vida. Hay varios problemas con esta doctrina. Sin embargo, este artículo no es una exposición exhaustiva de sus errores (para ello, te recomendaría leer el libro Fuego Extraño, por John MacArthur). En su lugar, quisiera confesarte algo…
Me gusta el dios del evangelio de la prosperidad. En verdad, me encanta la idea de un dios que me promete bienestar físico y riquezas materiales. Soy una persona que se enferma constantemente. Soy un estudiante de teología en un mundo que no remunera muy bien el conocimiento bíblico. Me encantaría jamás volver a enfermarme. Me fascinaría vivir lujosamente cual gran empresario. Es mi realidad. Todo eso suena bastante bien para mí. Es decir, ¿acaso habrá alguien que considere la salud y las riquezas una tortura?
Después, noté un “pequeñísimo detalle”: ese dios no es el Dios de la Biblia. Estoy viendo a un dios que las Escrituras no presentan, y quiero que ese sea mi dios. Estoy viendo fijamente al Dios de la Biblia, y le estoy diciendo: “podrías ser mejor, ¡míralo a él!”. Claramente, pensar así es idolatría. Es adorar a un dios hecho a mi medida.
Sin embargo, sería un problema quedarme con eso nada más. Pensar “es pecado que me guste más el dios del evangelio de la prosperidad que el Dios de la Biblia, y por eso no debe gustarme” es algo bastante superficial y peligroso. Es un razonamiento incompleto. Sí, es pecado preferir al dios del evangelio de la prosperidad. No obstante, la idea no es que Dios, aun con sus deficiencias, no quiera que imaginemos otro dios mejor que Él. No se supone que debamos “conformarnos” con el Dios bíblico. La verdad es que el Dios de la Biblia es el mejor Dios que alguien pudiese imaginar, mejor que este hipotético dios que nos promete bienestar físico y riquezas materiales.
Ahora, ¿por qué el Dios de la Biblia es mejor? Responder esta pregunta es más fácil al responder otra pregunta: ¿Qué hay de malo con un dios que ofrece primordialmente bienestar físico y riquezas materiales? Un dios que prioriza el bienestar terrenal, desplaza a segundo término el bienestar espiritual. Aquí está el meollo del asunto. El dios del evangelio de la prosperidad no solo ofrece bienestar terrenal, sino que lo superpone al bienestar espiritual. Es un dios que, contrario al Dios que predica Pablo (Col. 3:2), ¡pone nuestra mira en las cosas de la tierra! El dios del evangelio de la prosperidad quiere resolver todos nuestros problemas terrenales, sin resolver los celestiales.[2] Nos ofrece “una vida que con facilidad apela a la carne”.[3]
Ya qué… tendremos que conformarnos con el Dios de la Biblia que solamente se interesa por nuestro bienestar espiritual, ¿no? ¡Por supuesto que no! El Dios de la Biblia sí desea llenarnos de salud y riquezas. No obstante, Él siempre supera las expectativas. Las riquezas terrenales no nos acompañarán más allá de la muerte. Las riquezas que Dios ofrece son eternas. La salud terrenal acaba al morir. La salud que Dios ofrece no solo es eterna, sino que ¡incluye un asombroso cuerpo glorificado! En cierto sentido, el Dios de la Biblia predica un Evangelio de la prosperidad mucho más próspero que el que proclaman muchos falsos maestros. ¡Dios ofrece prosperidad absoluta y eterna!
La mayoría de las personas aseguraría que aquellos padres que cumplen todos los deseos de sus hijos, sin excepción, son malos padres. ¿Qué pasa, entonces, con un dios que hace lo mismo con sus hijos? ¿Por qué, aquí, eso lo haría bueno? Todos entendemos que un padre debe amar a sus hijos, procurando su verdadero bienestar a pesar de lo que el niño pueda desear. Un niño no puede tomar decisiones solo ya que ignora aspectos importantes. Allí es donde su padre entra en escena, guiando lo mejor posible las circunstancias de la vida de su hijo por su bien. El padre decide por su hijo, dado que tiene la sabiduría de la cual su hijo carece. ¿Acaso no es lo mismo que Dios ofrece a aquellos que quieran ser sus hijos? ¡Él nos ofrece amor verdadero! Un amor que está dispuesto a ignorar nuestro bienestar terrenal, procurando el bienestar que realmente necesitamos: el espiritual.
El dios del evangelio de la prosperidad, en la práctica, no se interesa por mi bienestar espiritual, mis riquezas celestiales, ni mi santidad. Es un pésimo padre celestial. El Dios de la Biblia —el único y verdadero Dios— sí sabe fijar sus prioridades en mi vida. Si Él me quita la salud física, si Él me quita la provisión económica, o si hace cualquier otra cosa en mi vida no será por otra razón sino porque es lo mejor para mí. Él sí es un buen Padre celestial. Él ignora mis peticiones egoístas —que me dañarían antes que ayudarme— para que aprenda a valorar la verdadera prosperidad: el bienestar espiritual y las riquezas celestiales.
Me gusta el Dios de la Biblia. En verdad, me encanta la idea de un Dios que me promete bienestar espiritual y riquezas celestiales. Soy una persona que se enferma constantemente. Soy un estudiante de teología en un mundo que no remunera muy bien el conocimiento bíblico. Me encantaría jamás volver a enfermarme. Me fascinaría vivir lujosamente cual gran empresario. Es mi realidad. Todo eso suena bastante bien para mí. Sin embargo, confío en que Él entiende mejor mi vida que yo mismo. Confío en que, si Él dio a su Hijo por mí, en verdad me ama. Me ama a través de la enfermedad. Me ama a través de la pobreza. Me ama, y busca lo mejor para mí en todo lo que hace: hacerme a la imagen de su Hijo (Ro. 8:28-29).
[1] John MacArthur, Fuego Extraño: El Peligro de Ofender al Espíritu Santo con una Adoración Falsa (Nashville, Tennessee: Grupo Nelson, 2014), 25.
[2] Teológicamente, no podemos decir que el evangelio de la prosperidad proclama abiertamente una despreocupación total de parte de su dios por la vida espiritual de sus profesantes. Sin embargo, en la práctica, este es el resultado de lo que aseveran. En palabras de MacArthur: “al permitir que el craso materialismo del evangelio de la prosperidad prospere dentro de sus fronteras, el movimiento carismático ha dejado a un lado el camino del verdadero crecimiento espiritual. Las normas falsas de espiritualidad no pueden sujetar la carne” (pág. 69).
[3] John MacArthur, 26.
Andrés Constantino nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz. Actualmente, reside en el estado de Nuevo León, y estudia la licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de las Américas. Disfruta servir en el ministerio de Palabra y Gracia.