“Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Is. 43:7).
Si estás leyendo esto, eres una de los más de siete mil millones de personas que viven actualmente sobre el planeta Tierra. Si todos formáramos una fila, se extendería por más de 200,000 kilómetros. Vivimos sobre un planeta que gira alrededor de un sol, que es parte de un sistema solar en un universo inmensurable.
Pero aquí estamos tú y yo, viviendo en el centro de nuestro pequeño universo personal. Nacimos deseando que el mundo gire alrededor de nosotros, y muchos vivimos el resto de nuestras vidas así. Sufrimos de una cosmovisión deficiente.
La Biblia afirma este aspecto de nuestra naturaleza: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino” (Is. 53:6, énfasis añadido). “La gente estará llena de egoísmo y avaricia” (2 Ti. 3:2 NVI).
El problema del egocentrismo
Cristo murió precisamente para salvarnos de este problema. Él desea que “los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquél que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:15, énfasis añadido). Y su llamado más básico al discipulado involucra enfrentarnos con este problema. ¿Cómo? Al negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz, y seguirle (Lc. 9:23).
Este es un elemento esencial de la vida cristiana. El creyente debe dejar su egocentrismo al pie de la cruz cuando abandona su pecado y deposita su fe única y exclusivamente en Cristo. Pero ¡el pecado rehúsa irse! ¡Cuántos rasgos de egocentrismo se esconden en las fisuras de nuestro corazón redimido!
Ya que este pecado es una parte tan fundamental de nuestra naturaleza caída, tenemos que entender su alcance. No es simplemente uno más en la lista de conductas “no deseables”. Es un pecado que produce otros pecados. Cada vez que peco, estoy diciendo: “En este momento, en esta situación, se trata de mí”. Sé que debo hacer todo para la gloria de Dios (1 Co. 10:31), que he sido creado para su gloria y no la mía (Is. 43:7), y que si vivo, es para aquel que murió y resucitó por mí (2 Co. 5:15). Pero, cuando soy egocéntrico, soy el centro de mi pequeño universo. Se trata de mí.
¿Cómo se refleja el egocentrismo?
El enfoque en nosotros mismos termina reflejándose en diferentes áreas de nuestra vida cotidiana. En la iglesia me molesto porque la hermana Fulanita sabe que me gusta sentarme en esa fila con mi familia, y me ganó el lugar. Me quejo del sermón que se predicó porque no me gustó el estilo. Me ofendo porque el pastor no dijo mi nombre cuando reconoció públicamente a los servidores de la iglesia.
En la casa me molesto con mi esposo porque no me ayuda mucho con los niños, no me da lo que quiero para la casa, o no es, según yo, el líder espiritual que debe ser. Soy impaciente con mis hijos porque hacen mucho ruido cuando acabo de llegar del trabajo.
En mi trabajo guardo silencio acerca de mi relación con Dios para no ser objeto de burla, y para poder vivir como yo quiera en ese lugar sin tener que responder por mis creencias. Y en mi vida personal busco placer sexual en las películas inapropiadas, la pornografía, la fornicación, o el adulterio. Leo mi Biblia solo cuando siento la necesidad, y cuando la leo busco solo consuelo y ánimo personal. Pido en oración —si es que oro— por salud y provisión material, y por rescate de los problemas causados por mi propio egoísmo.
¿Captaste de lo que se tratan estas respuestas y acciones? Se tratan de preferencias, reconocimiento humano, comodidad personal, prosperidad económica, aceptación, y placer. En mi mundo ideal, todo y todos me servirían a mí. Pero en el universo de Dios, todo se trata de Él.
Vivir para Su gloria
La solución al egocentrismo se encuentra en reemplazar mi deseo de gloria y comodidad propia, con un deseo de vivir para la gloria de Dios. En cada decisión y acción que tomo, estoy escogiendo glorificar a alguien: a Dios o a mí misma. Realmente no existe otra opción.
La Biblia está repleta de indicaciones sobre la gloria de Dios y cuál debe ser mi respuesta a ella. Considera lo siguiente:
- Dios hace todo para su propia gloria, y de esa manera, hace todo para nuestro bien (Col. 1:16, Is. 43:7).
- Jesús hizo todo para la gloria de Dios Padre, aun siendo Él mismo Dios (Jn. 17:1; 12:27-28).
- Dios nos creó y nos salva principalmente para su gloria (Ez. 20:9; Sal. 31:3).
Reconociendo estas verdades, ¿cuál debe ser mi respuesta? Su Palabra me da varias indicaciones para crecer en esta área de la vida:
1. Medita en la gloria de Dios. A Dios le importa mucho lo que hagas con tu mente. Parte del más grande mandamiento nos dice que le amemos con toda la mente (Mt. 22:37). 1 Pedro 3:15 dice: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones”.
2. Adquiere la actitud de Cristo. Jesús dijo: “Padre, glorifica tu nombre” (Jn. 12:28), y: “yo no busco mi gloria” (Jn. 8:50). Con base en eso, Pablo nos dice que “la actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús” (Fil. 2:5 NVI).
3. Transfiere diariamente tu lealtad. Naces creyéndote rey de tu propio reino, pero necesitas transferir completamente, no solo en posición sino en la práctica también, tus lealtades. Eres del reino celestial, y la gloria la merece el Rey de ese Reino (Col. 1:16; Jos. 24:15; Ro. 12:1).
4. Considera cada palabra y acción como sagrada. “Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31). Cuando vivimos para la gloria de Dios, podemos glorificarle con cada segundo de nuestro día. Cada conversación, decisión, pensamiento, y acción tiene el potencial de glorificar a Dios o no.
5. Entrega constantemente tus preferencias y planes a Dios. Sométete a las reglas del Reino. “Y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí” (Gá. 2:20). Mi agenda, mis sueños, y mis deseos tienen que entregarse por completo a las reglas y estrategias de Dios y su reino. Para esto Dios nos salvó (Sal. 106:8; Éx. 9:16).
¿Cómo se vería una iglesia en la cual cada miembro pensara primero en la gloria de Cristo y la edificación de los santos? Paisano celestial, ni tú ni yo somos el centro del universo. Dejemos de vivir como si fuera así, y busquemos vivir para la gloria de Dios en cada pensamiento, palabra, acción, reacción, y decisión. ¡Para esto fuimos creados!
Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Este artículo ha sido usado con permiso.