El despertador sonó. Agarré el celular de la mesa para apagar el despertador. Con sueño en los ojos, vi que había un mensaje: un amigo pastor falleció por COVID. Habíamos orado por él, pero su cuerpo ya no pudo resistir.

Con dolor en el corazón, descendí las escaleras, me senté en el sofá y abrí mi Biblia al pasaje que me tocaba leer ese día. Lo que leí fue como un puñetazo en la cara.

El que habita al abrigo del Altísimo Morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora (Sal. 91:1-3, énfasis añadido).

Este amado salmo ha traído esperanza al corazón de tantos creyentes que se enfrentan a la tribulación. Pero lejos de traerme consuelo, ese día me pareció una burla.

¡¿“ÉL te librará… de la peste destructora”?!

Y no lo promete solo una vez.

No temerás [… la] pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya (Sal. 91:5-6).

Y más adelante:

No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos (Sal. 91:10-11).

Una y otra vez, el salmo promete que Dios cuidará a sus hijos. Pero esa noche mi amigo había fallecido. Las dudas llenaban mi mente: “¿Dios es fiel a sus promesas? ¿Cumple lo que dice? ¿Será real su Palabra?”.

Con corazón agitado y mente atribulada, cerré mi Biblia e intenté orar sin mucho éxito. Todo el día mi mente le daba vueltas a la contradicción entre la Palabra y mis circunstancias.

El día siguiente me levanté para hacer mi devocional. En vez de avanzar con la lectura que me tocaba ese día regresé al Salmo 91. Tenía dudas que necesitaba resolver. 

Con mayor claridad mental, leí el salmo de nuevo y encontré algunas respuestas que no había detectado en mi angustiada lectura del día anterior. 

En primer lugar, es evidente que este pasaje es fácil de torcer. Satanás citó este pasaje en la tentación de Jesús cuando lo llevó al pináculo del templo (Mt. 4:5-6; comp. Sal. 91:11). Jesús corrigió su distorsión del pasaje, afirmando que no debemos tentar a Jehová nuestro Dios (Mt. 5:7). Entonces, debo tener mucho cuidado con la forma en que interpreto este pasaje.

Además, recordé que este salmo se escribió bajo el pacto de Moisés. Este prometía prosperidad y protección física a los que eran fieles al pacto. Levítico 26 y Deuteronomio 28 prometen cosechas abundantes, victoria sobre los enemigos, paz y descanso como recompensa por la fidelidad.

Pero nosotros no estamos bajo el pacto mosaico. Somos partícipes del Nuevo Pacto que Jesús inauguró en su primera venida (Mt. 26:28). Las bendiciones materiales prometidas a Israel no son para nosotros, por lo menos no físicamente. Sería un error pensar que todo lo que el Salmo 91 promete se aplica a nosotros de forma directa. Aplicamos estas promesas a nosotros de forma espiritual.

Pero debemos tener cuidado de pensar algo así: “Ah, bajo el Antiguo Pacto, las personas tenían muchas bendiciones, pero ahora nosotros solo tenemos las bendiciones espirituales”. ¿Te das cuenta de lo que estamos afirmando? ¡Estamos diciendo que las bendiciones materiales son superiores a las bendiciones espirituales! ¡Que lo terrenal es más valioso que lo celestial!

Sin embargo, cuando leemos el salmo a la luz del Nuevo Testamento, detectaremos maravillosas verdades aplicables a nosotros como creyentes del Nuevo Pacto:

Nos promete victoria sobre el león, la serpiente y el dragón (Sal. 91:13). No podemos pasar por alto que el Nuevo Testamento usa estas tres imágenes para describir a Satanás.  

Nos promete larga vida y salvación (Sal. 91:16). Es probable que el autor se refiriera a una larga vida física y salvación de enemigos terrenales, pero nosotros, a través de Cristo, somos salvados del pecado y del Diablo. Además, no solo nos promete una vida larga de 70 u 80 años, nos promete una larguísima vida: ¡una vida eterna con Él para siempre!

Lejos de prometernos menos a los creyentes del Nuevo Pacto, ¡este pasaje nos promete mucho más!

Sí, el Nuevo Testamento anuncia que vamos a sufrir. En nuestra iglesia justo hemos terminado de predicar 1 Pedro. El apóstol nos dice que no nos debemos de sorprender del fuego de pruebas que nos sobreviene (1 P. 4:12) y afirma que algunos sufriremos “según la voluntad de Dios” (1 P. 4:19). Estas advertencias concuerdan con múltiples pasajes del Nuevo Testamento (Stg. 1:2; Ro. 5:3), la experiencia de otros creyentes (por ejemplo: Juan el Bautista, Esteban y Pablo) y del Señor Jesucristo mismo.

Pero recordemos que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17). Con Pablo, tenemos “por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). Y aunque gemimos esperando la redención, sabemos que ni la “tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada” nos puede separar del amor de Cristo (Ro. 8:35).

Entonces, no tememos la pestilencia, no porque no pueda tocar nuestro cuerpo, sino porque no puede tocar nuestro espíritu. Cuando la pestilencia tumba a un hijo de Dios como mi amigo pastor, podemos decir con seguridad que Dios es fiel a sus promesas. Ese hermano ahora habita, plenamente, al abrigo del Altísimo y disfruta de estar sentado a la sombra del Omnipotente.