El trabajo es una bendición de Dios. Quizá te sorprenda saber que el trabajo no es producto de la caída (Gn. 3). Dios le dio trabajo a Adán antes de que este cayera en pecado (Gn. 2:15, 19). El trabajo es, entonces, parte del plan de Dios para el ser humano.
¿Quiere eso decir que nos podemos desempeñar en cualquier trabajo que queramos? ¿O hay trabajos que están fuera de los límites de la voluntad de Dios para un creyente?
Puesto que vivimos en un mundo caído, incluso algo bueno como el trabajo ha sido manchado por el pecado. Por lo tanto, hay trabajos que son pecaminosos por diferentes razones y un cristiano no debería inmiscuirse en ellos. Para llegar a esa conclusión debemos analizar varios principios bíblicos.
La razón por la que trabajamos
En el libro de Génesis encontramos lo que los teólogos llaman mandatos culturales (o mandatos desde la creación). Estos son mandatos que Dios estableció y aplican a los seres humanos de todas las épocas. Uno de estos mandatos culturales se encuentra en Génesis 1:28 (y se le repite a Noé en Gn. 9:1):
“Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra’”.
Fíjate que el lenguaje de este pasaje nos apunta claramente a que Dios tenía como propósito que este fuera un mandato no solo para Adán y Eva,[1] sino para sus descendientes también. Esta interpretación se refuerza cuando observamos que Dios le dio un mandato prácticamente idéntico a Noé.
El lenguaje de este mandato cultural es uno de trabajo: ser fecundos, multiplicarse, llenar la tierra, someterla, y ejercer dominio… todo tiene que ver con trabajar. Así que, el propósito de Dios es que trabajemos. Tanto así que Pablo dijo: “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts. 3:10). Por toda la Biblia hay mandatos a trabajar con esfuerzo y llamadas de atención para los perezosos (tan solo en Proverbios: 6:6, 9; 10:26; 13:4; 15:19; 19:24; 20:4; 21:25; 22:13; 24:30; 26:13–16).
El propósito por el que trabajamos
Dios nos ha mandado a trabajar, entonces. ¿Pero será que debemos hacerlo simple y sencillamente porque no tenemos de otra? Pudiéramos tomar un punto de vista pesimista al respecto. Si todo lo que debo hacer en esta vida es levantarme, comer, trabajar, acostarme, y repetirlo al día siguiente, ¿no es eso vanidad?
Para algunos lo es, pero no necesariamente para el creyente. Dios nos ha dado propósitos por los cuales trabajamos: para Su gloria y para nuestro prójimo.
Pablo escribió:
“Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31).
Todo lo que hacemos es para la gloria de Dios. Eso incluye nuestro trabajo. Al final, nuestro verdadero jefe es Dios. Lo que hacemos y cómo lo hacemos debe tener como propósito que el nombre de Dios sea exaltado. A los Colosenses, Pablo les dijo:
“Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven” (Col. 3:23-24).
Pero no solo trabajamos para la gloria de Dios, sino que también lo hacemos para nuestro prójimo. El segundo más grande mandamiento es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39). Cuando trabajamos bien estamos demostrando amor por nuestro prójimo de muchas maneras: en nuestra ética de trabajo, en nuestro testimonio como seguidores de Jesucristo, y por supuesto, al contribuir a nuestra sociedad con los productos o servicios que vienen como resultado de nuestro trabajo.
Los límites de nuestro trabajo
Resumamos los principios que hemos visto:
Trabajamos porque es la voluntad de Dios.
Trabajamos para glorificar a Dios.
Trabajamos por amor al prójimo.
Con estos principios en mente podremos responder más fácil a la pregunta: ¿hay algún trabajo que un cristiano no pueda hacer? La respuesta es sí. Cualquier trabajo que viole alguno de esos principios.
Por ejemplo, trabajar en un lugar que explícitamente promueve lo que es contrario a la gloria de Dios es pecado. Eso puede incluir trabajar en lugares que promueven la promiscuidad, por ejemplo. Pero eso también incluiría trabajar en lugares que practican fraudes o que tienen una ética de trabajo que no promueve la justicia sino la opresión. O en lugares que promueven de manera explícita la vanidad de la vida.
Cuando estaba en la universidad, por ejemplo, trabajé como escritor de copia para una compañía que vendía diferentes productos. Finalmente, por motivos de conciencia, decidí salirme porque tenía que vender productos de los cuales no tenía ni idea si eran buenos o no. Tenía que escribir cosas como: “¡Este impresionante producto resolverá todos tus problemas!”, cuando ni siquiera había tenido el producto en mis manos. Eso no me parecía que glorificaba a Dios, y además no demostraba amor por mi prójimo, porque estoy seguro que algunos de esos productos no cumplían lo que prometían.
Así que recuerda que por la gracia de Dios podemos trabajar para la gloria de Dios. Si tienes un buen trabajo, trabaja lo mejor que puedas para la gloria de Dios (¡y recuerda descansar, también!). Si ese no es tu caso, pide al Señor que te guíe a un lugar en donde puedas desempeñarte de una manera que haga el nombre de Dios famoso.
[1] Sería imposible para Adán y Eva cumplir el mandato cultural por ellos mismos. Ellos solos no podrían llenar la tierra y someterla (la palabra hebrea para “someter” es kabash, y conlleva la idea de regir, o conquistar). Por lo tanto, el mandato es para ellos y su descendencia.
Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Este artículo ha sido usado con permiso.