Una vez que Dios nos salva, Él hace un pacto eterno con nosotros. Esta es nuestra seguridad de salvación como hijos nacidos de Dios.

«Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien…» (Jer. 32:40a).

Pero la evidencia de que somos verdaderamente sus hijos es que Él pone dentro de nosotros el temor de Dios para que nunca nos apartemos de Él.

«Y pondré mi temor en el corazón de ellos para que no se aparten de mí» (Jer. 32:40b).

Si alguien dice ser cristiano y vive alejado de Dios, sencillamente no lo es. Ningún creyente regenerado por el Espíritu Santo puede vivir lejos de Dios.

Es posible que tenga tentaciones. Es posible que tenga tropiezos. Es posible que esté en desánimo y que ocasionalmente cometa pecados, pero no puede vivir lejos del Señor. No puede vivir practicando el pecado porque el Espíritu Santo le traerá a convicción de pecado y a estar a cuentas con Dios constantemente, porque tiene la nueva naturaleza.

Sin embargo, en nuestros días hay cientos de “cristianos” no nacidos de nuevo que piensan que son «creyentes alejados de Dios». Creen que un día entrarán en la gloria de Dios, pero la realidad es que nunca han estado inscritos en el libro de la vida.

Creen así porque han escuchado que ser salvo es un acto único donde se pone la fe en Jesucristo mediante una oración, o una declaración de «aceptar a Cristo en su corazón», y solo eso. De allí en adelante, no importa lo que hagan, no importa cómo vivan, ellos piensan que son salvos.

Ellos confían más en el acto religioso de «haber hecho una oración» o de haber dicho «acepto a Cristo en mi corazón» que en realmente haberse arrepentido de sus pecados y haber creído en la obra preciosa de Jesucristo. Entonces mostrarían fruto y crecimiento espiritual para gloria de Dios, que es la evidencia de una verdadera conversión.

El siguiente texto bíblico nos provee parámetros para evaluar nuestra condición real, para saber si somos o no somos salvos.

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1 Co. 15:1-2).

Cuando los hermanos de Corinto estaban pasando por una etapa de enfriamiento, de ataques de la carne y de mundanalidad, Pablo no les dice: “Miren, hermanos, ustedes sí son salvos porque un día hicieron una decisión por Cristo. Solo traten de arreglar sus contiendas entre ustedes y sigan adelante, pero que nadie les quite la seguridad de que son salvos, porque ustedes sí lo son”.

Pablo los confronta para que se examinen para ver si recibieron el Evangelio de corazón, y además les indica cuál es la evidencia de haber recibido el Evangelio. Dice él:

Si lo recibieron, entonces deberían perseverar todos los días en el Evangelio. Esto significa: todos los días deberían recordar la obra de Cristo en sus vidas. Todos los días deberían vivir reconociendo la necesidad de Dios en sus vidas con la misma convicción del día que escucharon y entendieron el Evangelio. Todos los días deberían sentir que sin Dios estarían perdidos. Perseverar en el Evangelio que hemos recibido significa: sentir y buscar la comunión con Dios constantemente.

Pablo termina diciéndoles que la mejor evidencia para saber que son salvos es: retener la palabra de Dios. Es decir, ser hacedores y no tan solamente oidores. «Si retenéis» significa que la palabra de Dios que te ha sido predicada está dejando fruto en tu vida. Entonces, si estas tres cosas están en tu vida (recibir el Evangelio, perseverar en el Evangelio, y dar fruto por causa del Evangelio), dice Pablo, entonces sois salvos.

Si no, creísteis en vano.

“Además os declaro, hermanos, el Evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1 Co. 15:1-2).

Muchos de los llamados creyentes solo han llegado a la primera etapa: recibir (y ni esto han hecho bíblicamente). Pretenden que el Evangelio es como una vacuna, que solo se aplica una vez. El Evangelio es un tratamiento completo que debe ser aplicado para ser salvo, para ser santo y para llegar a la glorificación.

Les invito a que nos examinemos cada día a la luz de la Palabra de Dios, no sea que todo este tiempo hayamos creído en vano.