Todo padre cristiano teme que sus hijos abandonen la fe. Yo siento ese temor. Lo siento porque conozco mis deficiencias como hombre y como padre. Lo siento porque sé que el corazón de mis hijos es malo, ya que son seres humanos. Siento ese temor porque conozco las aterradoras estadísticas: el 61% de jóvenes que asisten a la iglesia semanalmente durante la adolescencia dejará la iglesia antes de cumplir 30 años de edad.[1] Aunque esta estadística es espeluznante, no nos sorprende porque lo hemos visto en nuestras iglesias vez tras vez. Esto crea una pregunta urgente para nosotros que somos padres cristianos:

¿Cómo podemos evitar que nuestros hijos abandonen la fe?

Aunque no hay una fórmula secreta para garantizar su supervivencia espiritual, el salmista Asaf nos ofrece una solución inspirada. Asaf fue un levita encargado de la adoración en el Tabernáculo. Había visto cómo muchos hijos abandonaban la fe de sus padres.

Es bueno que la generación siguiente quiera alucinar porque nosotros tenemos el alucinógeno más poderoso. Tenemos a un Dios alucinante.En el Salmo 78, Asaf expresa su preocupación por la generación presente. No quiere que ellos vivan el mismo desastre que las generaciones pasadas, las cuales se volvieron atrás en el día de batalla (Sal. 78:8-10). Probablemente, Asaf habla de la captura del Arca del Pacto por los filisteos. Esa derrota militar evidenciaba el desastre espiritual que, desde antes, ya había en Israel.

Aunque adoraban a Dios en el exterior, sus corazones estaban enfermos (Sal. 78:8; Sal. 78:37). Habían perdido su confianza en Dios (Sal. 78:22; Sal. 78:32). Su conducta se pervirtió, rebelándose contra Dios, provocándole, hablando contra Él, y tentándole. Asaf quiere evitar este gran desastre en la generación siguiente. ¿Qué solución nos da? Esta es su respuesta:

Para que la generación siguiente no abandone a Dios, la generación presente debe dar un testimonio vibrante de un Dios alucinante.

Padres, pastores, y miembros de la iglesia, todos tenemos que mostrarle a la generación siguiente un Dios que inspira asombro y maravilla, que les deja atónitos, que les quita el aliento por la hermosura de su carácter y la grandeza de su obra. Esta es la clave para la generación siguiente.

En los primeros versículos, Asaf se compromete a contar las maravillas de Dios a la siguiente generación (Sal. 78:1-6) para que ellos también alucinen con Dios. El Salmo 78 está lleno de los maravillosos atributos y las asombrosas obras de Dios: cómo Dios libró a Israel (Sal. 78:12-16), cómo les proveyó de alimento (Sal. 78:23-29), cómo los perdonó misericordiosamente cuando se rebelaron contra Él (Sal. 78:38-39), cómo los disciplinó cuando insistieron en su rebeldía (Sal. 78:59-64), y como los restauró (Sal. 78:65-72). Así de grande es nuestro Dios.

Pero hay algo muy importante que resaltar. En el Salmo 78 Dios restaura a Israel escogiendo a un joven pastor de ovejas para que pastoree a su nación (Sal. 78:70-72).  Era una obra maravillosa, pero era solo el comienzo de algo todavía más grande. Asaf mismo no conocía el grandioso final de la historia. De ese joven pastor vendría Otro que sería el Buen Pastor, el gran Hijo de David, que es la obra más grande y la revelación suprema del carácter de Dios.

En Cristo vemos las excelsas cualidades de nuestro Dios: su perfecta justicia y su hermosa santidad, su gran amor y su rica misericordia, su infinita sabiduría y su inimaginable sacrificio. Si quieres conocer a Dios, si quieres admirarte del excelso carácter de Dios, solo debes mirar a Cristo. No hay obra mayor ni revelación superior del carácter de Dios que la cruz de Cristo.

Si Dios es tan alucinante, ¿por qué tantos hijos abandonan la fe de sus padres?

Porque no les hemos contado.

No les hemos dado ese testimonio vibrante de un Dios alucinante.

Como consecuencia de nuestra deficiencia, la generación siguiente está alucinada con todo, menos con Dios. Están alucinados con su teléfono, con sus amistades, con el alcohol, con las drogas, con el sexo, con el dinero, con actores, actrices y cantantes, con ser una sensación en YouTube…

Vemos su atracción por cosas insignificantes y la criticamos. Creemos que es evidencia de su perversión. Y así es, en parte. Pero podemos darle una lectura más positiva. Simplemente están buscando algo que les alucine. Algo que les deje maravillados. Si quisiéramos usar terminología bíblica, lo describiríamos así: están buscando algo que adorar. Sí, es verdad, lo están buscando en el lugar equivocado, pero, en parte, es culpa nuestra porque nosotros no les hemos hecho ver lo alucinante que es Dios.

Las drogas, el alcohol y otras sustancias nocivas son una pobre imitación del conocimiento de Dios. La adrenalina de las fiestas del mundo no se compara con la adoración a Dios. El subidón de la fornicación desaparece y deja un vacío. No es nada al lado de una relación íntima con Dios.

Es bueno que la generación siguiente quiera alucinar porque nosotros tenemos el alucinógeno más poderoso. Tenemos a un Dios alucinante.

Si es así, ¿por qué no se lo hemos contado a nuestros hijos?

Porque nosotros mismos no conocemos a Dios. Asaf nos dice que él se había propuesto contar todas las obras de Dios. Pero, ¿qué viene antes de contar todas las obras de Dios? “Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, Para contar todas sus obras” (Sal. 73:28).

Si nosotros, como padres, no alucinamos con Dios, nuestros hijos tampoco alucinarán con Él.

Los errores de la generación pasada que Asaf describe caracterizan a muchos de los que somos padres cristianos hoy. Dios no nos parece alucinante. Encontramos la Palabra aburrida. Meditamos poco en la Biblia. Nuestro corazón está frío. Y, poco a poco, nuestras vidas reflejan los valores del mundo en vez de los valores de Dios. Con estas características, no sería sorprendente que la generación siguiente abandone a Dios. La generación presente ya lo ha hecho en su corazón. La generación siguiente lo hará en su corazón y en su vida.

¿Cuál es la solución?

Para que la generación siguiente no abandone a Dios, la generación presente debe dar un testimonio vibrante de un Dios alucinante.

Padre celestial, amo a mis hijos y no quiero que abandonen la fe. Quiero que alucinen contigo. Perdóname porque mi corazón busca otros alucinógenos. Con un corazón frío, no puedo dar un testimonio vibrante a mis hijos. Ayúdame a verte como eres: un Dios alucinante. Abre mis ojos a la maravilla de la cruz de Cristo. Gracias por revelar tu carácter tan claramente en Él. Entiendo que solo por tu gracia podré dar un testimonio vibrante. Te ruego que toques sus corazones. Te ruego que me uses para influir en el corazón de mis hijos. En nombre de Cristo, tu revelación más grande, te pido esto, Amén.


[1] Ken Ham y Britt Beemer, Already Gone: Why your Kids will Quit Church and What you can do to Stop it (Green Forest, AR: Master Books, 2009), 24.