Definitivamente, hoy se etiquetaría como un hogar disfuncional. El hermano menor manipula al hermano mayor en un momento de debilidad. La mamá ayuda al hermano menor a engañar a su papá. El hermano mayor quiere matar al hermano menor. Engaño, manipulación, ira, deslealtad. Qué desastre. ¿Cómo es posible que una familia llegue hasta este punto?
Esta familia —Isaac, Rebeca, Esaú y Jacob— no empezó así. De hecho, no esperaríamos este desastre al comienzo de la historia. Génesis 24 narra cómo Abraham envió a su siervo a buscar una esposa para su hijo (Isaac). Mientras buscaba, Rebeca destacó por su buena disposición y voluntad, ayudándole con sus animales y yéndose con él sin conocer a Isaac. Isaac, después de perder a su madre, se consoló casándose con Rebeca. Es una historia romántica. Después de 20 años de matrimonio, Dios contesta su petición de tener hijos, y les bendice con gemelos. Es el cuadro de la familia ideal, ¿no?
En muy poco tiempo, su historia se torna triste y preocupante. En unos breves versículos de la Biblia, ya vemos a Rebeca enseñándole a su hijo Jacob a mentir para engañar a su padre (Isaac) para conseguir algo que ella cree importante. Esto resulta en un padre devastado, un hermano mayor enfurecido, y un hermano menor huyendo por su vida. Él nunca volvería a ver a su mamá. ¿Cómo llegaron a esto? Creo que su historia nos da algunas indicaciones.
En Génesis 25:27-28 vemos que “los niños crecieron, y Esaú llegó a ser diestro cazador, hombre del campo; pero Jacob era hombre pacífico, que habitaba en tiendas. Y amaba Isaac a Esaú porque le gustaba lo que cazaba, pero Rebeca amaba a Jacob” (Gn. 25:27-28 LBLA).
Favoritismo. Papá escoge a su favorito, y mamá al suyo.
Esta es una de las prácticas que más destruyen la armonía y el ministerio del hogar. Muchos estudios abordan las muchas formas en que se manifiesta el favoritismo y los efectos psicológicos que tiene sobre los hijos. Estos temas son importantes, pero me gustaría enfocarme en el corazón detrás de este problema. El texto mismo nos da una pista. ¿La ves?
“Y amaba Isaac a Esaú porque le gustaba lo que cazaba” (Gn. 25:28a LBLA).
Se dice que el camino al corazón del hombre pasa a través de su estómago. ¡Quizá ese dicho tiene origen en este pasaje! Parece demasiado trivial para creerlo, pero la Biblia lo dice con una claridad innegable. ¡Isaac amaba más a Esaú porque le gustaba comer venado! (o lo que cazaban en aquel día). Rebeca amaba más a Jacob porque él le hacía compañía en casa.
Entonces, ¿cuál es la causa principal detrás del problema del favoritismo? El egoísmo. El hijo que me complace más, que tiene más en común conmigo, que me obedece más, que tiene más aspiraciones para el futuro, que saca mejores calificaciones, que no sufre sobrepeso, que no nació en un momento inconveniente, que no me pide tantas cosas, que me ayuda en la casa… ese es mi hijo consentido. Él siempre tiene la razón sobre sus hermanos; a él no se le exige colaboración en la casa; las riñas nunca son culpa suya; su regalo de cumpleaños siempre es un poco más grande…
Isaac y Rebeca pensaban en ellos mismos en lugar de pensar en sus hijos. Su favoritismo afectó su matrimonio y separó a cada uno del hijo que no prefería. De hecho, su favoritismo creó una división que, por muchos años, causó incontables problemas para la nación de Israel.
El favoritismo es causado por el egoísmo de los padres y divide a la familia.
¿Cuál es la solución a este problema? Si entendemos que el favoritismo en la familia es provocado por el egoísmo en el corazón de los padres, entonces tenemos esperanza de solucionarlo. Identifiquemos tres características de un padre o una madre egoísta, y el remedio que la Biblia provee.
Padres egoístas consideran a sus hijos como su propiedad. Creen tener derechos exclusivos sobre ellos. El padre cree merecer que su hijo sea exactamente como él había soñado que fuera. La madre cree poder controlar las acciones y circunstancias de la vida de su hijo. El Salmo 127:3 dice que los hijos son “herencia de Jehová”. Los hijos son un regalo de Dios, prestados por un tiempo limitado. De hecho, “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto” (Stg. 1:17). No tenemos ningún derecho de manipular la vida de nuestros hijos para nuestro beneficio, sino que debemos criarlos de acuerdo a las expectativas de Dios, su verdadero Dueño.
Padres egoístas creen que sus hijos existen para servirles. Buscan una vida más fácil o más placentera, y quieren que sus hijos contribuyan a esa comodidad. Esto puede verse en sencillas acciones como cuando mamá trata mejor al hijo que le ayuda más. Buscan éxito económico para sus hijos para poder descansar y ser bien cuidados en su vejez. Exigencia y malhumor caracterizan a este tipo de padre. Ciertamente, los padres tenemos la autoridad para pedir la obediencia y el servicio de nuestros hijos. Pero solo debemos practicarlo en la manera que Gálatas 5:13 describe: “no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”. Debemos desear hijos serviciales para la gloria de Dios, no para nuestra propia comodidad.
Padres egoístas viven por lo terrenal y no por lo eterno. Sus metas y deseos para su propia vida —y la de sus hijos— son deficientes y temporales. Lo económico y lo material rige sus prioridades. En cambio, Dios nos provee una perspectiva sumamente importante. Los padres no estamos preparando a nuestros hijos solamente para un futuro sobre esta tierra. Estamos preparándolos para la eternidad. Sus almas tienen un destino eterno, y un día cada uno de ellos se presentará delante de Dios. Romanos 14 nos habla del tribunal de Cristo y la cuenta que dará cada uno delante de Él. Tus hijos y mis hijos pasarán una eternidad en el cielo, o en el infierno. Mi favoritismo egoísta no los prepara para la eternidad, sino que los termina alejando de Dios.
¡Pidamos a Dios sabiduría y humildad para quitar nuestros ojos de nosotros mismos y ponerlos en Dios para poder dejar el favoritismo egoísta!