Ya empezó diciembre y siento que entré en una zona rara en la que el tiempo vuela y se congela al mismo tiempo. No sé qué día es, ni cuántos postres debo preparar esta semana; no recuerdo si mañana hay cita con el médico o con mis amigas, recital de mis hijos o partido de fútbol; ya perdí la cuenta de los regalos que ya conseguí y los que me faltan. Mi mente se siente nublada, y ya le dije más de una vez a mi esposo que sentiré alivio cuando nos subamos a la camioneta y partamos de viaje para ver a la familia esta Navidad. Seguramente olvidaré la mitad de lo que debo llevar, pero por lo menos estaré sentada en un lugar con un destino fijo, y nada que hacer en el camino más que dormir y manejar (esperemos que no al mismo tiempo).
¿A qué voy? Para muchos, los días previos a Navidad representan un tiempo ajetreado y lleno de actividades. Y no actividades normales, sino actividades muy variadas que muchas veces implican gastar dinero y comer mucho. Hay más estrés por presiones económicas, menos horas de sueño, y agendas demasiado llenas. Todo esto contribuye a mentes y corazones distraídos que batallan para enfocarse en algo más allá de lo que está sucediendo en el momento.
Nos cuesta recordar.
Tenemos dificultad para pensar en realidades trascendentes que deben impactar cada momento de la vida, porque estamos muy ocupados viviendo en este momento.
No creo que yo sea la única, así que te comparto algunas cosas que Dios me está recordando que necesito recordar esta Navidad:
1. No puedo sola con la vida
Si yo pudiera salvarme a mí misma de mi propio pecado, de un destino eterno en el infierno, Jesús no hubiera tenido que venir. Pero también es verdad que si yo pudiera salvarme a mí misma de las tentaciones y luchas, las imprudencias y los malos hábitos, la idolatría y avaricia que me endeuda y la ira que brota en mí hacia las personas que se interponen en mi camino, Jesús tampoco hubiera tenido que venir.
El hecho de que Jesús vino hace 2000 años como un tierno bebé en Belén significa que yo estoy necesitada en todos los aspectos de mi vida. No soy capaz de pasar un solo día manejando el ajetreo sin Él. No soy capaz de perdonar a mis hijos cuando deshacen el pino, o a mi esposo cuando no recuerda traer el mandado que le pedí, o a mi suegra cuando hace sus comentarios, o a mi vecino que pone la música muy fuerte, si no reconozco que yo no puedo sola. En mí, no hay capacidad para bien, y Jesús tuvo que nacer para morir por eso.
La Navidad me recuerda que yo no puedo sola con la vida.
2. No merezco nada bueno
En medio de una cultura que valora el reconocimiento, los regalos, y las invitaciones a eventos, fácilmente puedo llegar a esperar ciertas cosas. Nos enteramos por las redes sociales de eventos a los cuales no fuimos invitados, no recibimos los regalos que esperábamos, se nos exige más tiempo y recursos de los que estamos dispuestos a dar, y no llegan las palabras de aprecio y agradecimiento por todo lo que hacemos. Pronto nos encontramos enfocados en lo que creemos merecer, y somos exigentes con las personas a nuestro alrededor. Incluso, esta actitud fácilmente la podemos tener con Dios y esperar ciertas bendiciones de su parte.
Jesús, Dios hecho hombre, no vino a esta tierra porque yo merecía su ayuda. De hecho, Jesús vino para salvarme de la condenación que sí merezco. Recordamos a un bebé inocente y pequeñito, acostado en un pesebre. Ese bebé creció y dio su vida voluntariamente por miles de millones de personas que no merecían su obra a su favor.
La Navidad me recuerda que no merezco nada bueno.
3. Solo existe un regalo que satisface
En diciembre se me olvida que los platillos especiales, los desayunos, los postres deliciosos, los eventos emocionantes, los logros de mis hijos, la ropa nueva, y las decoraciones hermosas no satisfacen. Vuelvo a tener hambre, la ropa se ensucia, y las decoraciones se rompen. Siempre existe otra comida más rica, zapatos más bonitos, y una casa mejor decorada para codiciar. Nunca será suficiente para satisfacerme.
Pero en diciembre recordamos que el Creador del universo tomó la forma de hombre, de un bebé, y llegó a nuestro mundo frívolo y lleno de ídolos. Comió, bebió, vistió ropa y apreció cosas bonitas, pero vivió una vida que reflejaba valores eternos. Nada de lo que este mundo físico ofrece puede satisfacer. Por eso tuvo que venir Jesús. Íbamos perdidamente hacia la destrucción detrás de placeres momentáneos. Él nos ofrece el único regalo que puede satisfacer profundamente: Él mismo.
La Navidad me recuerda que solo existe un Regalo que satisface.
4. Puedo dar porque me fue dado
Hay muchas razones para dar regalos: obligación, tradición, posición social, ganar favor o poder. Lo más probable es que cada uno daremos regalos esta Navidad por varias de estas razones. Pero no tiene que ser así, y no debe ser así para el creyente.
Ese regalo del cual hablamos hace un momento, el único que satisface, Jesucristo mismo y su obra a nuestro favor, es la fuente y la motivación por la que yo puedo dar a otros. Es imposible dar sin egoísmo ni interés, a menos que yo haya experimentado la satisfacción en Cristo. Cuando reconozco su gran misericordia y gracia hacia mí, entonces soy capaz de dar con misericordia y gracia, sin esperar nada a cambio.
La Navidad me recuerda por qué puedo dar a otros.
¡No nos dejemos dominar por la amnesia navideña! Recordemos cómo el Evangelio debe definir cada momento de la vida, especialmente en diciembre.