“Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9).
Un creyente débil que descansa en la fortaleza de Dios es más peligroso para Satanás que un creyente “fuerte” que confía en su propio poder.
Si es necesario, Dios nos protegerá de nuestra jactancia con aguijones. Cuando comenzamos a sentirnos en control sobre las circunstancias, estamos en serio peligro. En esos momentos lo que más necesitamos es experimentar la necesidad de Dios. El instrumento eficaz para volver a mirar hacia arriba es un aguijón.
Lo maravilloso de los aguijones, cualesquiera que sean, es que no son un juicio de Dios para castigarnos, sino un instrumento de amor para liberarnos. Cuando sufrimos dolor por obedecer a Dios, esa experiencia de debilidad, física o espiritual, libera el torrente de su poder en nuestra vida. Así, Dios destruye las compuertas del orgullo y la vanagloria de la carne para que seamos arrollados por su abundante gracia que nos arrastra hasta llevarnos a la Roca victoriosa que es Cristo.
Los hombres más grandes de la Biblia no buscaron su grandeza. Antes, confesaron su debilidad.
Así fue como el gran legislador de Israel experimentó la gracia y el poder de Dios, cuando reconoció que ni siquiera sabía hablar articuladamente, y mucho menos podría ser un líder libertador. Dios le hizo un gran instrumento. Llegó a ser el gran líder Moisés que libró grandes batallas y experimentó el poder de Dios en expresiones inimaginables.
Fue solo con trescientos hombres que Gedeón derrotó a los madianitas, amalecitas, e hijos del oriente, cuyo ejército era como la arena del mar.
De la misma manera, David se dirigió al paladín de los filisteos con una honda y declaró: “Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; más yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los Ejércitos” (1 S. 17:45). Y este muchacho llegó a ser el Rey de Israel con grandes proezas y victorias en su haber.
Si alguna vez te has sentido frustrado por alguna debilidad, limitación o falta de capacidad, no dejes que Satanás use eso para derrotarte. Entrégaselo a Dios, pon en sus manos tu debilidad. La obediencia a Dios a pesar de las limitaciones vale más que mil capacidades fundadas en fuerzas humanas.
El mismo principio sigue llamando a cada creyente hoy en día:
“Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9).