La muerte de un bebé o de un pequeño niño es profundamente angustiante –tal vez la mayor aflicción que un padre pudiera soportar–. Para padres cristianos, hay un conocimiento seguro de que nuestro soberano y misericordioso Dios está en control, pero hay también una incógnita apremiante: ¿Nuestro bebé está en el cielo?

Esta es una pregunta natural e inevitable, y requiere nuestro más cuidadoso estudio bíblico y análisis teológico. La indescriptible angustia del corazón parental demanda nuestra honesta y humilde búsqueda de las Escrituras.

Algunos se apresuran a contestar esta pregunta basándose en factores sentimentales. «Claro que los bebés van al cielo», argumentan, «¿cómo podría Dios rechazar a un precioso pequeño?» El universalista tiene una pronta respuesta, porque él cree que todos van al cielo. Otras personas simplemente podrían sugerir que los bebés elegidos van al cielo, mientras que los no-elegidos no, y deben sufrir un castigo eterno. Cada una de estas respuestas fáciles es insatisfactoria.

No tenemos ningún derecho de establecer doctrina basada en lo que esperamos que sea cierto. Debemos extraer nuestras respuestas de lo que la Biblia revela que es verdad. El mero sentimentalismo ignora la enseñanza bíblica relacionada con el tema. No tenemos ningún derecho de establecer doctrina basada en lo que esperamos que sea cierto. Debemos extraer nuestras respuestas de lo que la Biblia revela que es verdad.

El universalismo es una herejía anti-bíblica. La Biblia enseña claramente que nacemos en pecado y que Dios no tolera a los pecadores. Dios ha hecho una absoluta y definitiva provisión para nuestra salvación mediante la expiación vicaria realizada por Jesucristo nuestro Señor. La salvación viene a quienes creen en su nombre y lo confiesan como Salvador. La Biblia enseña dos posibles destinos finales para la raza humana. Los redimidos –los que están en Cristo– serán elevados a vida eterna con el Padre en el cielo. Aquellos que no creyeron en Cristo y no le confesaron como su Señor sufrirán condenación eterna en los fuegos del infierno. El universalismo es una enseñanza peligrosa y anti-bíblica. Ofrece una falsa promesa y niega el Evangelio.

La Biblia revela que nacemos marcados por el pecado original, y entonces no podemos decir que los bebés nacen en un estado de inocencia. Cualquier respuesta bíblica a la pregunta de la salvación de los bebés debe partir del entendimiento de que los bebés nacen con una naturaleza pecaminosa.

Cambiar el enfoque al tema de la elección, en realidad, evade contestar la pregunta. Tenemos que hacer un mejor esfuerzo, y ver más de cerca los factores pertinentes.

A través de los siglos, la iglesia ha ofrecido muchas respuestas a esta incógnita. En la iglesia primitiva, Ambrosio creía que los bebés bautizados iban al cielo, mientras que los no-bautizados no, aunque recibían inmunidad de los dolores del infierno. Su primer error fue creer en el bautismo de bebés, y por tanto en la regeneración bautismal. El bautismo no salva, y está reservado para creyentes –no para bebés–. Su segundo error fue caer en la especulación. La Escritura no enseña tal posición intermedia que niegue a los bebés el acceso al cielo, pero que los salve del peligro infernal. Agustín, el gran teólogo del cuarto siglo, básicamente concordó con Ambrosio, y compartió su entendimiento del bautismo de bebés.

Otros han pensado que los bebés pueden tener una oportunidad de venir a Cristo después de la muerte. Esta posición fue defendida por Gregorio de Nisa, y está creciendo entre muchos teólogos contemporáneos, quienes aseveran que todos, independientemente de su edad, tienen una oportunidad después de morir para confesar a Cristo como su Salvador. El problema con esta posición es que la Escritura no enseña tal oportunidad posterior a la muerte. Es un producto de la imaginación teológica, y debe ser rechazada.

Aquellos que dividen a los bebés en elegidos y no-elegidos buscan afirmar la clara e innegable doctrina de la elección divina. La Biblia enseña que Dios elige personas para salvación desde la eternidad, y que nuestra salvación es por gracia. A primera vista, esta posición parece irrefutable en relación al tema de la salvación de los bebés  –una sencilla declaración de lo obvio–. Un segundo vistazo, sin embargo, revela una evasión importante. ¿Qué si todos los que mueren en la infancia están entre los elegidos? ¿Tenemos una base bíblica para creer que todas las personas que mueren en la infancia están entre los elegidos?

Creemos que la Escritura enseña que todas las personas que mueren en la infancia están entre los elegidos. Por supuesto, esta creencia no debe estar basada solo en nuestra esperanza de que sea cierta, sino en una cuidadosa lectura de la Biblia. Empezamos con las afirmaciones bíblicas que ya hemos notado. Primero, la Biblia revela que somos formados en maldad (Sal. 51:5), y entonces llevamos la mancha del pecado original desde el momento de nuestra concepción. Por tanto, enfrentamos de lleno el problema del pecado. Segundo, reconocemos que Dios es absolutamente soberano en la salvación. Nosotros no merecemos la salvación, y no podemos hacer nada para ganar nuestra salvación, y entonces es solo por gracia. Además, entendemos que nuestra salvación se establece por la elección divina de los pecadores para salvación mediante Cristo. Tercero, afirmamos que la Escritura enseña que Jesucristo es el único y suficiente Salvador, y esa salvación viene solo con base en su sangre expiatoria. Cuarto, afirmamos que la Biblia enseña dos posibles destinos eternos –los redimidos al cielo, los no-redimidos al infierno–.

¿Cuál, entonces, es nuestra base para asegurar que todos los que mueren en la infancia están dentro de los elegidos? Primero, la Biblia enseña que vamos a ser juzgados por nuestras acciones cometidas “en el cuerpo” (2 Co. 5:10). Esto es, vamos a enfrentar el tribunal de Cristo y ser juzgados, no sobre la base del pecado original, sino por nuestros pecados cometidos durante nuestras propias vidas. Cada uno responderá “según lo que haya hecho” (2 Co. 5:10), y no por el pecado de Adán. La imputación del pecado y la culpa de Adán explica nuestra incapacidad de responder a Dios sin regeneración, pero la Biblia no enseña que vamos a responder por el pecado de Adán. Responderemos por los nuestros. Pero, ¿qué pasa con los bebés? ¿Estos han cometido tales pecados en el cuerpo? Creemos que no.

Un texto bíblico es particularmente útil en este punto. Después de que los hijos de Israel se rebelaran contra Dios en el desierto, Dios sentenció esa generación a morir en el desierto después de cuarenta años de andar errantes. “No verá hombre alguno de estos, de esta mala generación, la buena tierra que juré que había de dar a vuestros padres” (Dt. 1:35). Pero esto no fue todo. Dios específicamente exentó a los niños pequeños y a los bebés de esta sentencia, e incluso explicó por qué lo hizo: “Y vuestros niños, de los cuales dijisteis que servirían de botín, y vuestros hijos que no saben hoy lo bueno ni lo malo, ellos entrarán allá, y a ellos la daré, y ellos la heredarán” (Dt. 1:39). El asunto clave aquí es que Dios específicamente exentó del juicio a aquellos que, por su edad, “no saben hoy lo bueno ni lo malo”. Estos “pequeños” podrían heredar la tierra prometida, y no serían juzgados por los pecados de sus padres.

Creemos que este pasaje toca directamente el tema de la salvación de infantes, y que la obra consumada de Cristo ha removido la mancha del pecado original de los que mueren en su infancia. Sin saber el bien o el mal, estos pequeños niños son incapaces de cometer pecados en el cuerpo –todavía no son agentes morales– y mueren seguros en la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

John Newton, el gran ministro que escribió el himno Sublime Gracia, estaba seguro de esta verdad. Él escribió a unos amigos cercanos que habían perdido a un pequeño niño: “Espero que ambos estén bien reconciliados con la muerte de su niño. No puedo lamentar la muerte de un niño. ¡De cuántas tormentas escapa! Ni puedo dudar, en mi juicio privado, que está incluido en la elección por gracia”.[1] Los grandes teólogos de Princeton, Charles Hodge y B. B. Warfield, mantuvieron la misma posición.

Una de las más elocuentes y poderosas expresiones de este entendimiento de la salvación de infantes viene del corazón de Charles Spurgeon. Predicando a su propia congregación, Spurgeon consolaba a padres en duelo: “Ahora, que todo padre y madre aquí presente sepa con seguridad que es bueno para el niño, si Dios se los ha quitado en su infancia.”[2] Spurgeon convirtió esta convicción en un llamamiento evangelístico. “Muchos de ustedes son padres cuyos niños están en el cielo.  ¿No es algo deseable el que ustedes vayan allí también?” Él continúa: “Madre, madre inconversa, desde las murallas del cielo tu niño te llama al paraíso. Padre, padre impío e impenitente, los pequeños ojos que una vez te vieron alegremente, ahora te miran desde lo alto, y de los labios que apenas aprendieron a llamarte padre, antes de ser sellados por el silencio de la muerte, se escucha aún una pequeña voz, diciéndote esta mañana, «Padre, ¿debemos estar separados por siempre por el gran abismo que ningún hombre puede pasar?» ¿No pone la naturaleza misma una especie de anhelo en tu alma para que estés ligado para siempre con la vida de tus propios hijos?”

Jesús instruyó a sus discípulos: “Dejad a los niños venir a mí, y no se los impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Mr. 10:14). Creemos que nuestro Padre recibe misericordiosa y libremente a todos los que mueren en la infancia –no sobre la base de su inocencia o dignidad– sino por su gracia, hecha suya mediante la expiación que Él compró en la cruz.

Al mirar el ataúd de uno de estos pequeños, no ponemos nuestra esperanza y confianza en falsas promesas de teología anti-bíblica, en la inestabilidad del sentimentalismo, en el frío análisis de la lógica humana, ni en el cobarde refugio de la ambigüedad.

Ponemos nuestra confianza en Cristo, y confiamos en Él para ser fiel a su Palabra. Reclamamos sus promesas de las Escrituras y de la seguridad de la gracia de nuestro Señor. Sabemos que el cielo estará lleno de aquellos que nunca crecieron a madurez en la tierra, pero en el cielo nos saludarán completos en Cristo. Resolvamos por gracia encontrarnos con ellos allí.


[1] John Newton, “Letter IX”, The Works of John Newton (London, 1820), p. 182.

[2] Charles H. Spurgeon, “Infant Salvation” A sermon preached September 29, 1861. Metropolitan Tabernacle Pulpit (London, 1861), p. 505.


Escrito por Albert Mohler, Jr. y Daniel L. Akin.


Publicado originalmente en www.albertmohler.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.