Es viernes 23 de marzo, el último día de clases antes de Semana Santa. Ya todos mis compañeros están saliendo para ir a sus casas y ver a sus familias. ¡Qué bueno! Ya nos hacían falta vacaciones. Podré relajarme, distraerme, descansar, pasear, conocer nuevos lugares… ¡Ya no aguanto! Sin embargo, no estaba genuinamente feliz. Dentro de mí, había un frío temor de fallar, de caer en mis pecados habituales. Mi alma se angustiaba dentro de mí, pensando en cómo serían mis vacaciones.
Entonces, oré:
“Padre, sabes que me voy de vacaciones; fuera de la universidad cristiana y del dormitorio de la misma; fuera de las clases de teología; fuera de mis responsabilidades en la iglesia; lejos de los devocionales diarios que tengo que reportar en una hoja; lejos de la enseñanza constante; lejos de los hermanos y maestros que me animan a no descuidar mi relación con Cristo y su Palabra. ¡Y tengo temor! Te pido, oh Dios, que no me aleje de ti como en vacaciones anteriores, donde las distracciones de este mundo me dejaron sin fruto. No quiero enfriarme. Sabes que te necesito… Amén».
Mis vacaciones anteriores fueron una búsqueda de placer. Buscaba satisfacerme en dormir hasta tarde; jugar FIFA sin cargo de consciencia; pasar mucho tiempo en las redes sociales; ver videos en YouTube; leer libros de ciencia ficción; ver películas o series en Netflix; pasar el rato con amigos; o cualquier otra cosa que me hiciera pasarla bien. Sin embargo, esta vez, Dios marcó la diferencia: Dios oyó mi oración.
Los planes que tenía se cancelaron y pasé las vacaciones en casa de mi pastor. Dios bendijo mi tiempo vacacional y aprendí dos cosas que quisiera compartirte.
- Si vivimos intoxicando nuestra alma con todas las vanidades que el mundo ofrece, jamás podremos disfrutar de una comunión plena con Jesucristo y su Palabra.
Imagina que te invitan a un banquete con los más deliciosos manjares. Pero, justo antes de eso, te tomaste 2 litros de Coca-Cola. Entonces, vas al banquete y ¿qué crees? No quieres comer nada porque estás tan lleno que no te queda apetito alguno para disfrutar de los deliciosos manjares del banquete.
Así es cuando malgastamos nuestro tiempo en todas las diversiones vanas que el mundo ofrece. Intoxican tanto nuestra mente y corazón con las cosas terrenales que no nos dejan ningún apetito por las cosas espirituales. Al principio todas esas cosas parecen muy prometedoras, pero al final solo nos dejan con una horrible sensación de vacío. Así, jamás podremos disfrutar de las dulces palabras de Cristo, el delicioso banquete espiritual que toda alma necesita.
Aprendí que Dios jamás me deja. Soy yo el que se aleja de Dios cuando lo hago a un lado por amar otras cosas vanas. Exponiéndome a vivir una vida espiritual raquítica a base de comida chatarra, una vida deficiente y sedienta que busca saciarse de placeres vanos y secos. Un amigo me aconsejó con estas palabras: “Hasta que Cristo no sea dulce para ti el pecado no te será amargo”. ¡Y eso es precisamente lo que experimenté! Cuando me sacié de la dulce presencia de Cristo y su Palabra, no me quedó lugar para el amargo pecado.
- Si vivimos ignorando que Dios nos ha creado para vivir en comunidad cristiana, jamás podremos disfrutar de una comunión plena con Jesucristo y su Palabra.
En vacaciones pasadas, me alejaba de Dios. En esta ocasión, todas las vacaciones tuve devocionales diarios, donde leía las Escrituras con mucha dedicación y entusiasmo. ¿Qué cambió? Esta vez estuve en una comunidad cristiana: mi pastor y su familia. Pasábamos horas leyendo, meditando, reflexionando, platicando de la narrativa bíblica, intercambiando ideas, comentando opiniones, etc. El ambiente se impregnada de un olor fragante de edificación y bendición. Podíamos ver al Espíritu Santo obrar en nuestros corazones, abriéndonos los ojos del entendimiento para comprender las Escrituras juntos. Nos gozábamos, emocionábamos, y fortalecíamos en nuestra confianza en Dios, mientras contemplábamos sus atributos y su obrar en el Antiguo Testamento.
Dios habló mucho a mi vida por medio de los devocionales familiares. Todos los días despertaba con la expectativa: “¿Qué va a pasar hoy en la narrativa bíblica? ¿Qué más aprenderé hoy del carácter de Dios?”. Estaba tan saciado de la Palabra que no había lugar para buscar tomar “2 litros de Coca-Cola”, dejándome arrastrar por las distracciones del mundo.
CONCLUSIÓN
¡Ahora comprendo que no existe tal cosa como un “cristiano solitario”! No hay forma de enfrentar al pecado sin ayuda y salir victorioso. Dios ha establecido una comunidad cristiana, una familia espiritual, donde debo vivir, crecer y desarrollarme. Somos un grupo de creyentes redimidos por gracia que nos estimulamos unos a otros a las buenas obras, a una vida piadosa, una vida digna del Evangelio. Es juntos cuando vencemos el pecado en nuestras vidas, nos edificamos en amor y crecemos en la semejanza a Cristo.
¿Qué harás estas vacaciones? ¿Te intoxicarás tomando Coca-Cola? ¿O buscarás el banquete espiritual al deleitarte en la comunidad cristiana que Dios ha creado?
Luis Miguel Gonzáles es originario de Trujillo, Perú. Actualmente, estudia la licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de las Américas. Le apasiona predicar la gracia de Cristo porque se deleita en ver la obra de Dios en la vida de las personas. Disfruta pasar tiempo tomando café, leyendo libros y escuchando música clásica.