La vida está llena de experiencias que nos impactan de diferentes maneras. Una de ellas es la del matrimonio. Después del matrimonio, nuestras vidas no vuelven a ser las mismas. Aprendemos a vivir el Evangelio, sirviendo a otra persona y no a nosotros, sacrificándonos por otro, perdonando y ofreciendo gracia. Sin embargo, las cosas no terminan ahí. La siguiente gran experiencia que marca nuestras vidas para siempre es la de la paternidad. Cuando los hijos llegan a nuestras vidas nada vuelve a ser igual. Ni siquiera la casa vuelve a ser la misma. Si su hijo es como el mío, su casa puede estar perfecta en un momento y, al poco tiempo, parecer como si un huracán hubiera pasado por ahí. Las paredes comienzan a tener dibujos extravagantes y nuestra agenda cambia totalmente, incluso en la hora de dormir. Es impresionante ver tanta energía contenida en un ser tan pequeño.
La paternidad conlleva una responsabilidad que pudiéramos estar olvidando. No solamente debemos criar a los hijos, sino que debemos criarlos en el Evangelio.
El siguiente pasaje es una referencia al mandamiento dado al pueblo de Israel en Deuteronomio 6, mejor conocido como el «Shemá». Es un recordatorio de la tarea otorgada por Dios a los padres.
«Él estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos» (Sal. 78:5-6).
Dios estableció su ley perfecta, la cual el pueblo de Israel debía repetir a sus hijos. La ley revelaba a un Dios santo, justo y amoroso, pero también mostraba la impotencia del hombre y su necesidad de un Salvador. Incluso las festividades eran un recordatorio de la misericordia de Dios con su pueblo (Ex. 13:8). La misericordia, el amor, la justicia, y la santidad de Dios son temas centrales en el Evangelio.
El salmista explica por qué es importante cumplir con este llamado: «Y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu» (Sal. 78:8). Esta es una referencia a la generación que salió de Egipto, pero también es una descripción perfecta de lo que vemos en los niños y jóvenes de nuestra cultura: una generación rebelde que no conoce a Dios ni su obra (Jue. 2:10).
Muchas veces, hemos escuchado a las personas decir que los niños de hoy no son iguales a los de antes, como si hoy los niños llegaran al mundo programados para ser más rebeldes. Sin embargo, el problema no está en niños más rebeldes. Ellos nacen igual que los de antes. ¡Hasta en los tiempos de Asaf existía el problema de la rebeldía! El “problema de los niños de hoy” no es un problema de los niños en sí, sino un problema de los padres de hoy. Niños rebeldes son el reflejo de padres rebeldes.
¿Qué podemos hacer para solucionar el problema? Necesitamos comenzar por nosotros mismos. Este salmo comienza diciendo «Escucha, pueblo mío, mi ley; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca» (Sal. 78:1, énfasis agregado). Para poder criar a nuestros hijos en la Palabra de Dios, debemos ser padres fieles que aman y viven la verdad del Evangelio. Debemos tener la Palabra de Dios morando en abundancia en nosotros (Col. 3:16). No podemos dar lo que no tenemos; estas palabras primero deben estar sobre nuestro corazón (Dt. 6:6).
Entienda esta verdad importante: la orientación de su corazón será la dirección de su familia.
El deseo del salmista es que, al ser padres que viven y comunican el Evangelio, nuestros hijos «pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos» (Sal. 78:8). La fe salvadora es una confianza exclusiva en la obra de Cristo. Esa clase de fe viene por el oír la palabra de Dios (Ro. 10:17), y los niños escucharán esa palabra por medio de padres que son fieles en vivir y comunicar las verdades del Evangelio.
¡No oculte esta verdad! La futura generación, nuestros hijos, necesitan el Evangelio.
Ernesto Mendoza, originario del Poza Rica, Veracruz, estudió la licenciatura en Teología en la Universidad Cristiana de las Américas, donde conoció a su esposa Alma. Actualmente, reside junto con ella y su hijo en Cazones de Herrera, Veracruz, donde pastorea la Misión Bautista Elohim. Ha sido enviado por la Iglesia Bautista Emanuel de Poza Rica, Veracruz.