“Pastor, no estoy seguro de que mi hijo sea salvo. ¿Qué hago?”.

Esta ha sido una de las preguntas más frecuentes con la que me han abordado algunos padres cristianos. La preocupación por sus hijos y la urgencia por hacer algo se desbordan en cada palabra. Y, después de realizarles algunas interrogantes, he notado una constante. Una de las razones más comunes por las que comienzan a dudar sobre la salvación de sus hijos es porque, a pesar de que sus hijos saben las verdades del Evangelio, su conducta no es consistente con este conocimiento. Observan su desobediencia hacia ellos y hacia sus demás autoridades. Notan su indiferencia para leer la Biblia, para cantar en la iglesia y para asistir a la misma. Pero, a la vez, observan una pasión excesiva por sus pasatiempos o una actitud rebelde  cuando se les pide hacer algo.

¿Debería inquietarnos esta conducta en nuestros hijos? Bíblicamente, desde luego que sí. Recordemos que el Señor advirtió: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21). Además, mencionó que por sus frutos se conoce al árbol (Mt. 7:16). Por tanto, la evidencia de una salvación auténtica no es repetir una oración o pasar al altar, sino que nuestras obras sean consistentes con nuestra fe. Por esto, la pregunta inquietante de los padres de familia que se me han acercado es muy válida.

Si estás dudando de la salvación de tu hijo, a continuación, te sugeriré algunas cosas que puedes hacer para guiar a tus hijos a experimentar un verdadero encuentro con Cristo.

Enfócate en la adoración a Dios

En primer lugar, quisiera recordarte que el Evangelio no es una fórmula matemática que puede ser memorizada y aplicada impersonalmente. El Evangelio es una relación personal. El Señor dijo que la vida eterna es “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo” (Jn 17:3). Tus hijos deben tener una relación de dependencia absoluta con Cristo, descansando en su obra redentora. Por tanto, nuestro objetivo no es la conducta de nuestros hijos. Debemos asegurarnos de buscar que nuestros hijos se conviertan en verdaderos adoradores de Dios, y no solamente en “niños bien portados” que participan en las actividades de la iglesia. Nuestro objetivo es que, al igual que nosotros, entierren sus ídolos y se entreguen al Creador; que busquen con apremio la gracia de Dios revelada en la cruz.

ENFÓCATE EN VIVIR EL EVANGELIO

También, debemos preguntarnos si nuestros hijos pueden ver en nosotros cómo se vive el Evangelio. ¿Estás siendo un ejemplo de honestidad al admitir tu pecado, o te excusas y trasladas la culpa a otros? ¿Pueden ver tus hijos que resuelves los conflictos con arrepentimiento y gracia? ¿Adoras y agradeces a Dios por su obra de redención frecuentemente?  Si no estás siendo un claro ejemplo de una vida centrada en el Evangelio, quisiera animarte a tomar con seriedad este enfoque. Acude a la gracia de Dios y busca su dirección para mejorar en estas áreas. De otra manera, lo único que reproducirás en tus hijos son pequeños fariseos. El corazón de tus hijos es un reflejo de tu corazón.

Enfócate en la justicia divina

Si quieres que tus hijos vean su necesidad urgente de Cristo, debes corregirles con el mismo estándar de justicia que Dios. Recuerda que el Señor declaró a sus discípulos que, si su justicia no era mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarían en el reino de los cielos (Mt. 5:20). Es decir, debemos enseñarles a nuestros hijos que Dios no solamente espera una conducta perfecta sino un corazón ame a Dios por sobre todas las cosas.[1] Aquí tiene algunas sugerencias prácticas: Exponle a tu hijo que es incapaz de amar a su hermano o de desear ayudar a otros antes que a él mismo.[2] Medita con él sobre los principios de justicia que Jesús enseñó en el Sermón del Monte (Mt. 5-7). Ora con él, pidiendo al Espíritu que le traiga convicción de pecado. Este enfoque en la justicia de Dios le guiará hacia la cruz de Cristo, donde los pecadores encontramos perdón si acudimos con arrepentimiento sincero y confianza en el Salvador.

Enfócate en la gracia de Dios

Por último, no debemos olvidar que solo la gracia de Dios puede cambiar el corazón de nuestros hijos. Es Dios, a través de la obra del Espíritu, quien transforma un corazón de piedra en un corazón de carne (Ez. 36:26). Una vez que guiamos a nuestros hijos a comprender que por nuestra cuenta no podemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, debemos guiarlos a confiar en la gracia de Cristo. Pero debemos confiar en que Él brinda transformación a nuestros hijos, no nosotros. El poder que necesitan para volverse de sus ídolos a Dios viene solamente de Él.

Conclusión

Ahora bien, ¿es necesario que tomen una decisión y hagan la oración del pecador? De acuerdo a las Escrituras, podemos concluir que no es necesario.[3] No debemos ver la oración del pecador como un atajo para dar seguridad de salvación. Si queremos que nuestros hijos tengan una relación auténtica con el Salvador, debemos tener mucho cuidado de darles una seguridad falsa. Nuestra tarea como padres cristianos no es buscar una oración de fe. Debemos vivir el Evangelio, enseñarles el Evangelio; y orar para que nuestros hijos vengan a Cristo.

Desde luego, su conversión es urgente, y es necesario llamarles constantemente a arrepentirse de su pecado y a confiar en los méritos de la justicia de Cristo. Pero esta respuesta debe realizarse con convicción, y no solo como una réplica religiosa. Al final, la salvación es del Señor y Él es quien nos llama de acuerdo a su soberana voluntad. Por tanto, esperemos en Dios. Mantengámonos en oración por la obra de Dios en sus vidas.


[1] Tedd Tripp, Cómo Pastorear el Corazón de tu Hijo (Medellín, Colombia: Poiema Publicaciones, 2011), 124.

[2] Ibíd.

[3] Para más información acerca de la “oración del pecador” véase: “Seguridad Falsa: una mirada Bíblica hacia la oración del pecador”, en: John MacArthur, La Evangelización, (Nashville, Tennessee: Grupo Nelson, 2011).


Jaime Escalante es originario de Veracruz. Estudió en la Universidad Cristiana de las Américas y es pastor de misiones en la Iglesia Bautista Emanuel de Poza Rica, Veracruz, donde radica con su esposa Saraí Montes y su hija Perla. Está cursando la maestría en Ministerio Bíblico en The Master’s Seminary.