Muchos padres cristianos se sienten frustrados porque la corrección que les dan a sus hijos no trae el resultado deseado. Algunos, están decepcionados con Dios porque creen que han usado los métodos de Dios, pero “no se han dado los efectos que Dios prometió en su Palabra”.
En algunas ocasiones, esto sucede porque los padres no demuestran compasión hacia sus hijos al momento de corregirlos.
A veces, esta falta de compasión es el resultado de la profunda preocupación que sentimos por nuestros hijos. Tenemos un deseo sincero de que dejen su pecado, anden con Dios, y eviten las consecuencias de las malas decisiones que están tomando; pero la intensidad de nuestra preocupación se convierte en un trato impaciente, duro, y demandante. A veces, la falta de compasión es simplemente el resultado de nuestra molestia o impaciencia. Nos hicieron enojar, lo cual nos llevó a tratarles incorrectamente. Sea cual sea la motivación, en ambos casos dejamos de ser compasivos, y dañamos nuestra comunicación con nuestros hijos.
Al tratarlos con aspereza e impaciencia, desaparece de nosotros el fruto del Espíritu del amor, la mansedumbre, y la templanza. Nos justificamos en que les estamos diciendo que hagan lo correcto. El gran problema es que se los decimos de una manera incorrecta. Esto crea una confusión espiritual en la mente de nuestros hijos: “Me dice que no desagrade a Dios, pero me habla de una manera que desagrada a Dios”. Este trato nunca dará el fruto que deseamos.
¿Qué producirá en ellos nuestro trato deficiente? Apagará el deseo de nuestros hijos de hablar con nosotros. Irán a buscar a sus amigos, a su novio o a su novia, porque ellos sí los escucharán compasivamente, sin reproches ni ira. A ellos sí les contarán sus pensamientos íntimos, pero a nosotros nunca nos los contarán porque no les hemos tratado con compasión.
¿Cómo deberíamos tratarlos? Nunca deberíamos ser duros, regañones, ni enojones. Una de las cualidades más notorias en la Biblia de los padres hacia los hijos es la compasión. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal. 103:13). Es la actitud de Dios hacia nosotros, y es la actitud que nosotros, como padres cristianos, debemos demostrar hacia nuestros hijos. Debemos mostrarles el fruto del Espíritu de amor, mansedumbre, y templanza para que ellos nos puedan imitar. Además, debemos recordar que, aunque sean nuestros hijos, las verdades bíblicas de Gálatas 6:1 todavía aplican. Debemos corregirles con espíritu de mansedumbre, considerándonos a nosotros mismos.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gál. 6:1).
Reflejemos a nuestro Padre celestial al tratar con nuestros hijos terrenales. ¡Mostremos compasión!