Hoy en día, enfrentamos un abaratamiento del Evangelio en las iglesias. El engaño del diablo y la obstinación del corazón humano contribuyen a la jactancia de una fe falsa y sin fruto. El autor de Santiago (Jacobo) se enfrentó a una situación similar al escribir su carta. Un grupo de personas se gloriaban de poseer fe y conocimiento bíblico, pero su conducta no reflejaba la misericordia y la gracia de Cristo. Por el contrario, eran caracterizados por la mundanalidad de una vida inmoral (Stg. 1:27).

Antes que nada, cabe señalar que la intención de Jacobo en su epístola no es contradecir la enseñanza del apóstol Pablo en cuanto a la justificación por la “fe sola” en Jesucristo (Ro. 3:24; 5:1). Es decir, aunque Santiago dice “hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Stg. 2:14), también estaba de acuerdo con que “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo” (Gá. 2:16). Calvino es bastante esclarecedor en armonizar la enseñanza de estos dos apóstoles:

“San Pablo describe la justificación del impío; Santiago la del justo. Es decir; claramente se ve que Santiago habla de la declaración y manifestación de la justicia, y no de la imputación; como si dijera: los que son justos por la fe verdadera, dan prueba de su justicia con la obediencia y las buenas obras, y no con apariencia falsa y soñada de fe. En resumen: él no discute la razón por la que somos justificados, sino que pide a los fieles una justicia no ociosa, que se manifieste en obras”.[1] 

Así que, ¿cómo podemos identificar una fe genuina? A fin de responder esta pregunta, usaremos el mismo recurso didáctico que el autor bíblico emplea: explicaremos lo que no es tener una fe genuina por medio de una ilustración del mundo natural.[2]

Decir sin hacer no SIRVE DE NADA

Jacobo presenta una pregunta retórica muy interesante:

“Hermano míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Stg. 2:14).

La respuesta la encontramos en una simple pero reveladora ilustración:

“Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Stg 2:15-16).

¿Cuál es el punto de Jacobo? Es bastante claro: tan solo decirle a una persona en necesidad que deseamos que pueda alimentarse o abrigarse no le quitará ni el hambre ni el frio. Expresar preocupación verbal por la persona sin suplir su necesidad no sirve de nada. ¿Qué tiene que ver con la fe? “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg. 2:17). Es decir, esa clase de fe, la fe que solo es “de labios” pero que no es autenticada por los frutos de justicia, no es una fe genuina.

De hecho, esta enseñanza es solo un eco de la enseñanza de Jesús:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21).

¿Y qué CON Romanos 10:9-10?

En el conocido pasaje de Romanos, el apóstol Pablo pareciera decir que una profesión de fe es suficiente para salvar:

“… que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:9-10).

En primer lugar, estos versículos expresan el credo apostólico (la palabra de fe): “Jesús es el Señor” (Ro. 10:9-10; 1 Co. 12:3; Hch. 2.32–36; 10:36; 1 Ti. 6.15-16). En el primer siglo, no eran algunas simples palabras a repetir en oración, sino una convicción del señorío de Cristo y sus implicaciones.

En segundo lugar, como Hendriksen comenta, Pablo usa el título de Señor en su sentido más exaltado, indicando la igualdad de Jesús con Dios. Con este título, Pablo está reafirmando lo que dijo en Romanos 9:5, que Jesús es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”.[3]

En tercer lugar, sostener este credo implicaría reconocer que Jesús era quien debía recibir todo el honor y la gloria, no el emperador romano. No era una simple afirmación. Representaba una convicción profunda que podía costarte la vida. Esto se comprueba al notar cómo muchos de los primeros cristianos —incluyendo los apóstoles— murieron por sostener que Jesús era Señor.

Así que, ¿cuál es la relación entre la fe genuina y la confesión? Hendriksen lo explica:

“En primer lugar debe haber fe en el corazón. Sin dicha fe, una confesión de labios sería una burla (Mt. 7:22, 23). Pero también, aunque hay fe en el corazón, la confesión con los labios es no sólo requerida (Sal. 107:2) sino completamente natural si la fe es genuina (Hch. 4:20). La fe y la confesión deben combinarse (Lc. 12:8; Jn. 12:42; 1 Ti. 6:12; 1 Jn. 4:15)”.[4]

¿CÓMO LOS ARMONIZAMOS?

Por tanto, las Escrituras afirman que la fe genuina en Cristo (creer con el corazón), que suele expresarse en una confesión de fe, es la que nos conduce a la salvación. Entonces, el punto de Jacobo no es desestimar la necesidad de confesar que “Jesús es Señor”, sino que no debemos jactarnos de tener una fe genuina si nuestra “fe” no resulta en obediencia al Señor.

ALGUNAS PREGUNTAS

¿Entonces, solo debemos esforzarnos por añadir obras a nuestra fe? Desde luego que no. Jacobo ha dejado en claro que somos renacidos por la voluntad del Padre (Stg. 1:19), por medio del Evangelio. Las buenas obras solo pueden ser producidas por quienes han experimentado el nuevo nacimiento, aquellos que ya han creído en su corazón. Sin embargo, ningún verdadero creyente tiene una fe pasiva, sino que pone en acción su fe.

¿Entonces, no debemos invitar a las personas a hacer la oración del pecador? Sin duda, la oración es una manera de rendir nuestras vidas a Cristo. Sin embargo, debemos aclararle al inconverso que la fe en Cristo es una convicción personal, no una simple expresión verbal. Una oración de fe genuina exclama que, desde ese momento en adelante, Jesús ejercerá un dominio soberano sobre esa persona. Declara que esa persona vivirá para aquel que murió y resucitó por ella (2 Co. 5:15). Una oración de fe genuina es un deseo de negarse a sí mismo, tomar la cruz diariamente y seguir a Jesús cueste lo que cueste (Lc. 9:23).


 [1] Jacobo emplea dos ejemplos: uno del mundo natural y otro del mundo espiritual, el segundo lo explicaré en un artículo posterior.

[2] Juan Calvino, Institución de la Religión Cristiana, III, XVII (Capellades, Barcelona: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1999), 635.

[3] William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento, Romanos, (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 242.

[4] Ibíd., 242.


Jaime Escalante es originario de Veracruz. Estudió en la Universidad Cristiana de las Américas y es pastor de misiones en la Iglesia Bautista Emanuel de Poza Rica, Veracruz, donde radica con su esposa Saraí Montes y su hija Perla. Está cursando la maestría en Ministerio Bíblico en The Master’s Seminary.