¿La papaya? Permíteme explicarte. Una jovencita estaba teniendo problemas estomacales. ¿Su solución? Pedir una papaya. ¡Se comió una papaya entera! Pero no sucedió nada. Desesperada, preguntó: “¿Qué más puedo hacer?”. Entonces, le dije: “¿Has orado?”. Reaccionó sorprendida por lo que le había dicho. En su mente, quizá se preguntaba “¿Orar porque mi estómago no está digiriendo bien la comida? Creo que Dios tiene cosas más importantes que hacer”. Tristemente, esa es la misma actitud que tú y yo tenemos acerca de muchas cosas más. Confiamos más en nuestros recursos que en Dios.

CRISTIANOS INDEPENDIENTES

Hoy en día, todo pensamiento está influenciado por el humanismo. El hombre es el centro de todo. Todo es del hombre y para el hombre. Y cada hombre es responsable de su propio destino. Si te va mal, es porque no te has esforzado lo suficiente. Si te va bien, la conclusión inmediata es que eres excepcional. Por eso, la confianza de muchos creyentes hoy en día no está en Dios, sino en sus recursos. Nos gusta ir “a la segura”. Hacemos las cosas solo si nosotros podemos con lo que nosotros tenemos.

Somos cristianos independientes. Somos cristianos sin confianza en Dios. La iglesia verifica sus finanzas al considerar un nuevo proyecto, pensando más en su comodidad o rentabilidad que en la prudencia. Deja de considerar lo que se puede hacer en nuevos lugares, abriendo misiones o apoyando misioneros. La visión se vuelve corta porque hacemos lo que nosotros podemos con lo que nosotros tenemos. A veces no reconocemos la sutil línea entre la prudencia y la independencia. Tomamos nuestras decisiones basadas en nuestra “prudencia” y no consideramos al Dios que hace lo imposible (Lc. 1:37). Somos como el rico que no quiere dejar sus riquezas (Mr. 10.17-31). De manera que nuestras oraciones no tienen sentido. Oramos porque “eso hacen los cristianos”, pero no creemos que lo recibiremos o pedimos para nuestros propios deleites (Stg. 4:1-3).

CRISTIANOS DEPENDIENTES

El salmista dijo:

Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; Mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria” (Sal. 20:7).

Deberíamos ser cristianos dependientes. Deberíamos confiar en Dios y no en nuestros recursos. Por lo tanto, quisiera animarte a no confiar en carros o en caballos, en la papaya o en tu billetera, ni siquiera en tus dones. Confía en Dios.

¿Cómo practicamos nuestra dependencia de Dios?

1. El cristiano dependiente ora.

Nosotros oramos al Padre porque somos sus hijos. La oración es la respuesta a lo que Dios nos ha dicho en su Palabra. Es la interacción que se da en una relación cercana de un hijo que depende de su Padre. Oramos sabiendo que, si pedimos conforme a su voluntad, Él nos oye (1 Jn. 5:14). Dios ya sabe lo que necesitamos (Mt. 6:8) y aun así nos pide que le pidamos en su nombre (Jn. 14:13-14). Nosotros derramamos nuestro corazón ante Él con fe porque deseamos que se haga su voluntad y no la nuestra (Mt. 6:10), creyendo que su reino prometido será establecido.

2. El cristiano dependiente cree.

Nosotros visualizamos nuestra vida y ministerio pensando en lo que Dios nos ha permitido y basados en lo que Él ya ha revelado. Su Palabra nos mantiene en su voluntad y nuestro corazón se derrama en sueños para cumplirla. Nuestro deseo se proyecta en un mundo que lo adora. Por lo tanto, todos nuestros planes y proyectos están vinculados a la gloria de Dios. Confiamos en que Él estará con nosotros al cumplir esa gran comisión (Mt. 28:19-20).

3. El cristiano dependiente sirve.

Nosotros actuamos con base en lo que el Señor puede hacer. Ante un Jesús que ve cómo un joven rico camina a lo lejos, escucha a un Pedro que dice: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Mr. 10:28). Dios hace lo que es imposible para el hombre y eso es cambiar el corazón. Eso comienza con el mío. Mi fe se encuentra en que Jesús puede cambiar el corazón de aquellos que ministro, sean creyentes o no. Mis dones y recursos sólo son una ayuda ante el poder que levantó de los muertos a Jesús. No hay herramienta más poderosa que el Espíritu Santo actuando en mí y a través de mí. Así que confío y dependo de Él. Me someto a Él al llenarme de la Escritura (Ef. 5:18; Col. 3:16). Sirvo a Aquel en el cual he creído.

CONCLUSIÓN

La Biblia señala que Dios es quien merece toda la gloria. Todo es de Él y para Él (Ro. 11:36; Col. 1:16). Sin embargo, en la práctica puedes no vivir de esta manera. Tu confianza se nota en cosas pequeñas como lo que haces cuando te duele la cabeza o necesitas que pase el camión para ir a la iglesia. Pero descuidar esas áreas pequeñas puede hacer que nuestro rumbo cambie radicalmente a alguien que confía en sus propios recursos. Depende de Dios en oración, fe y servicio.