Daría el último centavo de mi cuenta bancaria, las escrituras de mi casa, mi propia salud, cualquier privilegio, renombre, o fama, incluso mi vida misma, si pudiera garantizar una vida próspera y una eternidad segura para mis hijos. No puedo procesar la posibilidad de que vivan una vida infeliz y mueran en perdición. El solo pensarlo me provoca respiración agitada, pulso acelerado, y un nudo en el estómago.

Pero la dolorosa realidad es que yo no puedo salvar a mis hijos.

Perdón, permíteme corregirme.

La gloriosa verdad es que el destino eterno de mis hijos no está en mis manos débiles. La reconfortante realidad es que la felicidad futura de mis hijos no depende de mi astucia limitada.

La vida de mis hijos descansa en las manos soberanas de un Dios amoroso y sabio.

Si eres una mamá controladora y cuadrada como yo, probablemente necesites un momento (¡o una década!) para que esa verdad penetre la neblina que frecuentemente rodea la crianza. La vida típica de la mamá está repleta de esfuerzo y trabajo repetitivo. Consiste en cumplir tareas y lograr metas de todo tipo.

Una mujer se entera de que está embarazada y empieza los preparativos. La cuna se arma, la ropa se prepara, los pañales se compran. Llega el bebé y comienza el trabajo duro de constante alimentación, cambio de pañal, y poco sueño. La primera gran meta es lograr más horas de sueño para sentirse humano otra vez. Luego, vienen las etapas de aprender a usar el baño, comer solo, vestirse, ir a la escuela, leer, tocar un instrumento, jugar un deporte, hacer la tarea, y la lista pudiera seguir.

En medio de una vida tan orientada hacia las tareas y el cumplimiento de metas y logros, no es de sorprenderse cuando incluimos la vida espiritual simplemente como otra parte de este proceso. Leemos la Biblia juntos, el niño se sabe las historias, asiste a la escuela dominical, aprende a orar por los alimentos y por sus compañeros, y por su abuelita enferma. Se da cuenta de lo que se espera de él en casa, en la escuela, y en la iglesia. Todo eso de Dios y la Biblia es simplemente otro conjunto más de tareas que cumplir.

A mamá le pasa algo parecido que al hijo. Ella espera que, al pagar clases de piano, el niño aprenda a tocar con cierta aptitud. Si disciplina a su hijo a poner atención en clase y hacer su tarea, sacará buenas calificaciones, será un buen alumno y logrará una carrera exitosa. Si mamá le enseña modales y consideración a su hija, tendrá más amigos y le irá mejor en la vida. Y si es fiel en enseñar la Biblia, llevarlos a la iglesia, y practicar la disciplina en la casa, sus hijos serán salvos.

¡Alto!

Aquí es donde las mamás necesitamos un cambio total de paradigma en nuestra crianza. La crianza espiritual no es un asunto de causa-efecto determinado. A + B no siempre iguala C. Pero ¡cuánto quisiera que fuera así! Todo el esfuerzo y trabajo, la falta de sueño y sacrificio, valdrían la pena si tan solo pudiera saber que a mis hijos les va a ir bien en la vida, y que un día estarán en la eternidad con Dios.

Pero, entonces se perdería todo el punto de la crianza.

Tú y yo no tenemos hijos para que existan más personas responsables sobre la tierra. No somos mamás para que podamos sentirnos bien acerca de nosotras mismas y ser cuidadas en la vejez. Dios no nos dio hijos para que ellos, ni nosotras, seamos felices. Dios creó a la familia para extender su reino sobre la tierra, así que cada hijo es creado para Su gloria.

Si yo pudiera garantizar el futuro eterno de mis hijos, Dios no se llevaría la gloria. Y esto chocaría frontalmente con la razón de existir de mis hijos. Y chocaría con los propósitos secundarios que Dios tiene para mí como mamá y para mis hijos.

Por qué esto es bueno para mí:

Me recuerda que no soy la salvadora de mis hijos.

Me obliga a vivir el verdadero Evangelio de la gracia en mi hogar.

Me quita el sentido de control, que tanto me tienta en la crianza.

Me manda corriendo diariamente a Cristo en arrepentimiento y fe.

Me lleva a la dependencia de la obra del Espíritu Santo, y me aleja de la autodependencia.

Por qué es bueno para mis hijos:

Son encaminados hacia el verdadero Salvador en lugar de ser engañados o confundidos sobre quién los puede salvar.

Siendo imitadores por naturaleza, es más probable que busquen a Dios cuando tienen a una mamá que busca a Dios en sinceridad.

Serán dirigidos hacia el arrepentimiento genuino que busca glorificar a Dios.

No pondrán su confianza en alguien que les fallará.

Tendrán una perspectiva más bíblica sobre la salvación y la eternidad.

Yo no puedo salvar a mis hijos, y ¡qué bueno que así sea! Dios me regala la oportunidad cada día de entregar a mis hijos a su soberana misericordia y pedirle que me convierta en un instrumento de gracia en sus vidas. Así, Él se lleva toda la gloria por lo que Él hace en nuestra familia.


Publicado originalmente en Crianza Reverente. Este artículo ha sido usado con permiso.