LEE 1 TIMOTEO 4
“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Pr. 31:30).
Jamás olvidaré el funeral de Shirley Oswald, una anciana y piadosa hermana en Cristo que conocí casi a principios de mi ministerio. No la llegué a conocer sino hasta los últimos años de su vida. Siempre había sido delgada, pero los años de dolencia y enfermedad desahuciaron su cuerpo, y no había nada atractivo en su apariencia. Su cuerpo había sido afligido cruelmente, y era evidente. No obstante, sus ojos brillaban y sus labios sonreían, evidenciando el amor por Cristo del cual su lengua no cesaba de hablar. Su belleza era espiritual, no física.
El funeral de Shirley fue un tiempo de celebración más que de dolor. Ella había adorado a Jesús desde lejos, y nos regocijábamos de que al fin le adorara cara a cara. ¡Victoria! Sin embargo, lo que jamás se me olvidará fue la fotografía a un lado del ataúd, una fotografía de Shirley de un medio siglo antes que yo la conociera. Habrá tenido unos veinti-tantos años, y realmente era bellísima. Parecía una estrella de cine de los días de películas en blanco y negro. Su piel era perfecta, sin arrugas. Su cabello era lindo con un hermoso peinado, fino y no áspero. Su espalda estaba derecha, no doblada.
En un tiempo, Shirley Oswald fue físicamente bella. Esa belleza se marchitó, como pasará con todos a pesar de nuestros intentos de parar el reloj del tiempo. No obstante, gracias a Dios, Shirley tuvo una belleza más importante y duradera, una que el tiempo no pudo tocar. Ella había tenido como prioridad la salud y vitalidad de su carácter, no solo la de su cuerpo. Ella se esforzó por tener un corazón tierno, no solo manos tiernas. Ella cuidó tener una conciencia limpia, no solo una complexión clara. Su vida se había centrado en Cristo, y fue llena. El Evangelio había producido en ella una belleza eterna. Me regocijé ese día, y tuve presente varios textos bíblicos que ella conocía bien y que te aconsejo considerar:
“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Pr. 31:30).
“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 P. 3:3-4).
“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Co. 4:16).
“Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti. 4:7-8).
La belleza física es un don de Dios, y las mujeres deben procurar presentarse atractivamente. Sin embargo, una dama cuya belleza primordial es espiritual debe ser alabada (Pr. 31:30). Dios mismo la aprecia (1 P. 3:4). Con esto en mente, persigue la belleza que es más profunda que la piel, en el “incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible” (1 P. 3:4).
Permite que el Evangelio afecte tu concepto de la belleza. —Chris
Este artículo proviene de «Meditaciones del Evangelio para Mujeres», un devocional de 31 días que puede adquirir en Church Works Media.