Las iglesias son lugares donde es fácil que un solo hombre tenga todo el poder. Aun en iglesias con varios ancianos, es posible que un hombre sea el líder de facto que ejerce mayor poder que cualquier otra persona. Así como muchos narcisistas terminan en los negocios o en la política, siendo atraídos por el poder, la iglesia también ejerce una atracción sobre creyentes narcisistas. Aquellos que aspiran al poder en círculos cristianos son atraídos a roles de liderazgo donde pueden dominar.
El problema con el narcicismo es que fundamentalmente está centrado en uno mismo. El problema con los pecadores es que estamos fundamentalmente centrados en nosotros mismos. Entonces es fácil que los pecadores compartan algunos rasgos de personalidad de los narcisistas, puesto que en esencia estamos enfocados en lo mismo. Pero, por supuesto, el narcisismo va más allá del egocentrismo de tipo general y se manifiesta en nueve rasgos de carácter:
- Una auto-importancia exagerada
- Fantasías sobre la hermosura, el éxito y/o el poder dominan los pensamientos
- Creer que uno es especial y que solo puede relacionarse con otras personas “especiales”
- La necesidad de ser admirado constantemente
- La creencia de que se merecen todas las cosas
- Manipular y aprovecharse de los demás
- La falta de empatía; ignorando los sentimientos y las necesidades de otros
- Envidiar a otros
- Comportamiento soberbio o arrogante
Comportamientos comunes en narcisistas incluyen:
Mienten o exageran con frecuencia
Narcisistas muchas veces buscan verse como superiores y “especiales” alardeando, jactándose, tomándose el crédito indebidamente, y otras formas auto-engrandecimiento.
Casi nunca aceptan sus errores y son agresivos cuando son criticados
Cuando es retado, el narcisista tiende a luchar (por ejemplo, hacer un berrinche, excusarse, negarlo, culpar a otros, hipersensibilidad a la crítica, etc.) o huir (alejarse repentinamente, evitar la confrontación, dejarle de hablar a alguien, resentirse u otras formas de agresividad pasiva).
Proyectar una imagen falsa
Los narcisistas tienden a proyectar una imagen falsa e idealizada de sí mismos al mundo, para esconder sus inseguridades internas. Esto puede mostrarse en su físico, romance, sexualidad, religión, sociedad, finanzas, posesiones, vida profesional, académica o cultural. El mensaje implícito es: “¡Yo soy mejor que tú!” o “Mira lo especial que soy. ¡Soy digno de que todos me amen, admiren y acepten!”.
Cruzar los límites
Muchos narcisistas disfrutan salirse con la suya, violando reglas y expectativas sociales. Ejemplos incluyen comentarios directos o indirectos que marginan a otros, humillar y avergonzar a otros pública o privadamente, humor punzante y comentarios sarcásticos, discusiones en internet, palabras enojonas y odiosas, exagerados ataques contras grupos o individuos indeseables. Muchos narcisistas se sienten orgullosos de sus comportamientos destructivos, ya que sus artimañas les otorgan de un hueco (y desesperado) sentir de superioridad y privilegio.
La invalidación emocional y coerción
Narcisistas habitualmente invalidan los pensamientos, sentimientos y prioridades de otras personas, demostrando poco remordimiento por causarle dolor a los demás. Usualmente culpan a sus víctimas por haber causado su propia victimización. Muchos tienen impredecibles cambios de humor y son propensos al drama emocional. Se molestan a la más mínima indicación de independencia y autoafirmación en otros (“¡¿Quién te crees que eres?!”). Se agitan si estás en desacuerdo con sus opiniones o no cumples con sus expectativas. Son muy sensibles a la crítica, pero rápidos para juzgar a otros.
La manipulación
Los narcisistas tienen la tendencia de tomar decisiones por los demás que les convienen a ellos y a sus propios planes. Les gusta usar la culpa, la victimización y el acusar a otros como estrategias de manipulación. Frecuentemente se enojan, critican, intimidan o se vuelven agresivos hacia los que no se arrodillan ante sus directrices. Son altamente agresivos, y toman represalias (físicas o psicológicas) contra los que no reconocen y obedecen su autoridad auto-inventada.
Sé que en tu propia mente estás evaluando a todas las personas que pudieran encajar en esta descripción. Te dejo que tú mismo decidas si tú encajas en alguna de estas descripciones.
Pero mi propósito al publicar esto no es empezar a etiquetar a las personas. Creo que existe una fácil tentación de empezar a apuntar el dedo hacia otros. Pero si el ministerio es particularmente propenso a este tipo de liderazgo, ¿cómo podemos asegurarnos de que nosotros no estemos liderando de esta forma y cómo podemos implementar estructuras que nos detengan de liderar así?
Un liderazgo genuinamente plural
Es fácil convencernos de que tenemos pluralidad de ancianos por el simple hecho de tener varias personas a las que llamamos “anciano”. Pero si los ancianos son segundones al pastor —especialmente si usas términos como Pastor principal o cosas similares— inmediatamente socavas la pluralidad genuina. Si adoptamos conceptos de primes inter pares [n.t. primero entre iguales], en efecto estás poniendo a uno sobre los demás. Lo peor de todo es que si tú mismo seleccionas a los ancianos y te aseguras de que son sumisos que no te retarán, entonces activamente has buscado socavar la verdadera pluralidad y paridad.
Pero entre ancianos que son genuinamente iguales, no se permitirá que un hombre se salga de control. Cuando los ancianos tienen la capacidad de detener al pastor (o a cualquier persona que está en una posición de liderazgo) de siempre controlar la agenda, de siempre lograr sus ideas y de nunca ser retado, esto ayudará a limitar las tendencias narcisistas. Cuanto más poder se comparte de manera significativa, cuanto más cada anciano se somete humilde y voluntariamente a los demás —tanto en su enseñanza como en su liderazgo en diferentes áreas— más limitaremos la posibilidad de un liderazgo narcisista.
Si permitimos que todo se centre en un hombre, alimentamos el narcisismo. Cuanto más repartimos la autoridad y el poder —funciona y relacionalmente— limitamos la posibilidad de que el narcisismo eche raíces.
Haz tiempo para escuchar la crítica
Si crees que eres especial y que eres el único que pudiera guiar tu iglesia a la gloria, entonces no responderás bien a la crítica. De hecho, es probable que harás todo lo posible para que nadie te pueda criticar. El espectáculo tiene que continuar; la ilusión no se puede romper. La única manera de evitar tal narcisismo es activamente buscar el espacio para que personas puedan expresar sus críticas.
Uno de los momentos naturales y obvios para escuchar la crítica sería la reunión de miembros. El permitir que personas escuchen tus planes y los evalúen públicamente limitará la posibilidad de pensarte el salvador de la humanidad. El permitir que personas tengan una participación activa en el diálogo y el desarrollo de la dirección de los asuntos de la iglesia también ayuda. El permitir que las personas te digan que tus planes no van a funcionar o que deben modificarse ayudará a detener el orgullo inevitable que brota en cada uno de nosotros si nos rodeamos de personas que solamente nos dicen que somos maravillosos —las personas que nosotros mismos asignamos al equipo bajo el principio de que nosotros somos la superestrella y que el equipo solo funcionará si lo reconocen—.
Pero más allá de las reuniones de miembros, el permitir espacio para que las personas critiquen nuestros planes y liderazgo es importante. No significa que siempre tendrán la razón, pero es imposible que siempre se equivoquen. El narcicismo florece cuando las personas no pueden criticar las ideas y pensamientos —sea porque no hay espacio para hacerlo o porque saben que el líder los atacará si se atreven a diferir—.
Centrándose en Cristo y no en “tu” ministerio
Si ves tu iglesia como un mecanismo para avanzar tu fama, tu nombre, tu gloria, entonces inevitablemente mostrarás tendencias narcisistas. Muchos de nosotros nos contentamos con la idea de servir para la gloria de Dios, pero es de dientes para afuera. Es muy fácil ligar la gloria de Dios a nuestro éxito ministerial, y de allí es un paso pequeño al conectar el éxito ministerial con nuestro avance personal. Entonces, podemos conectar los puntos en una línea directa de la gloria de Dios a nuestra gloria, y servir a nuestras tendencias narcisistas mientras acallamos nuestra conciencia cristiana.
Pero, por supuesto, es la gloria de Dios a la que debemos servir. Y finalmente, esto no tiene nada que ver con el éxito ministerial como nosotros juzgamos el éxito. Tu ministerio es exitoso si has sido fiel a Cristo, y la fidelidad quizás signifique trabajar en circunstancias difíciles, compartir la autoridad como demandan las Escrituras, no recibir ninguna plataforma, ver un impacto numérico mínimo y retirarnos en el anonimato. Y si fielmente haces lo que Dios te ha llamado a hacer, entonces tu ministerio ha sido un éxito sin importar lo importante que le parezca a los demás.
El Señor se deleita en servir a su gloria en maneras que parecen ser humanamente ridículas. El ministerio de Isaías, al que nadie escuchó; los cuarenta años de Jeremías, sin respuesta positiva; el ministerio del mismo Jesús, que terminó en la cruz. Y las palabras de Dios en Jeremías son para nosotros también: “¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques” (Jer. 45:5). Centrar nuestro ministerio en la gloria de Cristo y dejar de preocuparse de nuestra voluntad será de ayuda. El momento en que ligamos “nuestro ministerio” y el éxito mundano o nuestra “plataforma” a la gloria de Cristo, nos hemos alejado del llamado a la fidelidad y hemos sucumbido al narcicismo de buscar cosas grandes para nosotros.
Stephen Kneale está casado con Rachel y tienen un hijo llamado Clement. Además, tienen un segundo hijo en camino. Es el pastor de Oldham Bethel Church, parte del compañerismo de iglesias evangélicas independientes (FIEC) en el área grande de Manchester en el Reino Unido, afiliado también a la Sociedad del Noreste.
Artículo publicado originalmente en www.stephenkneale.com. Traducido y publicado con permiso.