Cuando tenía 30 años, mi libro Joni era un éxito de ventas internacional, la película Joni estaba siendo lanzada a nivel nacional, y me había mudado a California para comenzar Joni and Friends. ¿Notas algo? Una pequeña sobrecarga de Joni, ¿no lo crees?

En 1979, cuando me mudé a California desde nuestra granja en Maryland, estaba sorprendida. Nada me preparó para la vida de una gran ciudad como Los Ángeles. La novedad de los libros y las películas pasó rápidamente. Di un depósito inicial en una casa de un piso y renté una pequeña oficina para anidar el sueño de buscar personas con discapacidades para Cristo. “Ok, Señor, estoy en California y lista para trabajar”. Tenía mucho que aprender sobre administrar una organización sin fines de lucro, rentar instalaciones comerciales, administrar una casa y un presupuesto, y construir un ministerio. Sin olvidar mi cuadriplejia. ¿Treinta años? ¿En qué estaba pensando?

CORRIENDO DEMASIADO RÁPIDO CON CUADRIPLEJIA

Me refugié con hombres y mujeres más sabios y piadosos que yo. Me sumergí en programas cristianos sobre necesidades especiales, aprendiendo acerca de nuevos modelos de ministerio para los discapacitados. Pronto, muchos especialistas y yo estábamos recorriendo la ciudad, impartiendo talleres para iglesias que querían ministrar a familias con necesidades especiales. Estaba corriendo.

Y, tal vez, —esto es lo que le diría a mi yo de 30 años— estaba corriendo demasiado rápido. Sabía que debía encontrar un balance entre las demandas del ministerio y mis disciplinas espirituales personales. Pero, mirando hacia atrás, estaba demasiado involucrada en el ministerio al que Dios me llamó y muy lejos de estar involucrada en ser la persona que Dios me había llamado a ser.

Entonces, le diría a la Joni de 30 años:

“Dios está mucho más interesado en alcanzar a las personas con discapacidades que lo que tú alguna vez estarás, y Él puede manejar las cosas con o sin «Joni and Friends». Entonces, baja la velocidad y ama más a Jesús. Y demuestra ese amor al perseguir la santidad”.

La chica de los treinta y tantos hubiera encogido sus hombros, diciendo: “Mira, estás llegando a los setenta. Estoy bien con el Señor. De verdad”. Yo hubiera tomado a esa joven testaruda por los hombros y la hubiera sacudido, y le hubiera dicho lo mismo. ¿Qué podía saber ella sobre tomar por completo la sobria responsabilidad del liderazgo cristiano? Los líderes naturales tienden a apoyarse en sus dones, y entonces no se dan cuenta del engaño del pecado. Esa era yo.

DOMESTICANDO NUESTROS PECADOS MASCOTAS

Oh, que hubiese estado más activamente involucrada en mi propia santificación —que me hubiese acompañado más con el Espíritu Santo no solo para detectar el pecado de mi vida, sino también para decir “no” a “la impiedad y las pasiones mundanas. [Y] vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio” (Tit. 2:12 NVI).

Me había convertido en una experta domesticando pequeñas transgresiones, domándolas para que se vieran respetables. Por ejemplo, había sido fan de Joni Mitchell por años; fan de los Beatles también. Sus álbumes eran la partitura musical de mi vida cuando me rompí el cuello y estuve en el hospital. La canción “Blackbird” fue un himno para mi depresión. Más aterrador, un himno para mi sumergida amargura contra Dios. Después de que salí del hospital, el Espíritu me convenció de ello. Estos álbumes no eran buenos para mi salud espiritual.

Pero después de mudarme a California, y a menudo al final de una semana ocupada, ignoraba mi consciencia y desgastaba las canciones de Mitchell: “Aun así, envío mi oración, preguntándome a dónde tenía que ir. Con el cielo lleno de astronautas, y el Señor en el corredor de la muerte”. No es el pensamiento más edificante para traer atascado en tu cabeza.

PREOCÚPATE POR LOS PECADOS PEQUEÑOS

¿Por qué preocuparse por las cosas pequeñas? Porque estaba engañándome a mí misma, pensando que a Dios solo le importaba que yo confiara en Él con una vida de parálisis total. Sí, por su gracia, yo podía confiar en Dios en mi cuadriplejia, y no podía esperar para decirle a otros discapacitados sobre Él. Con tan noble ambición, seguramente Él ignoraría las pequeñas infracciones.

Un desliz de la lengua en chismes. Viendo TV cuando el Espíritu dice: “apágala”. Reproduciendo “películas mentales” de mis éxitos pasados. Comentarios coquetos. Una ligera falsificación de la verdad. Acariciando ideas infladas sobre mi importancia. Relajándome en mi vida de oración. Sueños que protegía de la inspección del Espíritu. Y algunas pasiones mundanas, de vez en cuando.

“Oh, joven, Joni”, le diría, “no permitas que estas cosas hundan sus garras en tu corazón; no te adhieras a las tantas cosas que empalaron a Jesús en la cruz. Los asuntos cósmicos que están en juego son demasiado valiosos. El precio, demasiado grande. ¡No pongas en peligro la esfera de influencia que Dios te ha dado, y no menosprecies tu estado eterno!”. Insistiría con mi pequeña yo: “Tus débiles intentos de blanquear tus transgresiones menores son atroces para Dios. ¡Detente!”.

VIVIR DE LA SANTIDAD, NO DE LOS DONES

Gracias a Dios, a mediados de los 80, comencé a sentir un mover en mi espíritu. Miré hacia dentro y pude ver que carecía del poder de la piedad en mi corazón. Mis esperanzas no eran tan brillantes, y mi sensibilidad al pecado se había debilitado. Entonces leí un libro llamado Santidad, por J.C. Ryle.

Somos muy aptos para olvidar que la tentación al pecado rara vez se presenta a sí misma en sus verdaderos colores. Cuando somos tentados, nunca oiremos al pecado decirnos: “Yo soy tu enemigo letal… Quiero arruinar tu vida”. Así no funciona. El pecado, en cambio, viene a nosotros como Judas con un beso… El pecado, en sus comienzos, se ve lo suficientemente inofensivo —como David caminando ociosamente en el terrado de su palacio que donde por casualidad se veía el dormitorio de una mujer—. Tú y yo podemos darle a la maldad nombres que suenan suaves, pero no podemos alterar su naturaleza y carácter ofensivo a los ojos de Dios.

Ese fue el año en el que invité al Espíritu a convencerme de cualquier comezón por seguir mi propio camino —invité a mi nuevo esposo a ser honesto conmigo en eso también—. Cuando se trata de ofensas de cualquier tamaño, yo quiero ser capaz de decirle al Señor: “límpiame de toda maldad” (1 Jn. 1:9). Y nunca miré hacia atrás.

Recientemente, mientras hacia el aseo, una amiga encontró una polvorienta pila de viejos álbumes en la parte trasera del closet de la sala. “Hey, estos realmente son algo valiosos”, se maravilló. Casi le digo que los donara a la caridad, pero luego decidí botarlos a la basura. Mejor eso a que una ingenua alma de 30 años se deleitara en ellos.

Estos son mucho mejores himnos para nuestras vidas. Valientes himnos celestiales que nos llevan de fortaleza en fortaleza, de fe en fe, de gracia en gracia. Himnos que nos recuerdan que Jesús es un éxtasis sin comparación, y que es invaluable ser su amigo, sin importar si tenemos treinta o setenta años.


Joni Eareckson Tada es fundadora y directora ejecutiva de Joni and Friends en Agoura Hills, California.


Publicado originalmente en www.desiringod.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.