Mi prolongada prueba, como cualquier otra prueba que pudiéramos pasar, ha provocado algunas profundas preguntas dentro de mí. Las preguntas pueden ser algo bueno porque el hacer las preguntas correctas nos lleva a las respuestas correctas. Pero algunas preguntas no se pueden contestar fácilmente. El simple hecho de tener que hacer algunas de ellas es angustiante. Como esta: “¿Dios me quitó mi voz, mi ministerio de predicación y mi vocación porque me está castigando?”. No puedo describir la agitación que esto ha generado en mi alma. A través de mis años en el ministerio, he aconsejado a un sinnúmero de creyentes que han hecho la misma pregunta. Ahora, me toca a mí.
En este artículo, quisiera hablar de la pregunta y la respuesta. Vamos a llegar a lo que creo que es una respuesta bíblica, pero necesitamos empezar abordando por qué es que nos llegamos a preguntar algo así. La pregunta, yo creo, revela un gran defecto en nuestra teología.
EL PECADO MERECE CASTIGO
Parte de la lucha involucra el hecho de que la Biblia es muy clara en que el pecado y los pecadores merecen un castigo. La historia de la Biblia está llena de espantosas historias que narran vívidamente los efectos de la maldición y el juicio que cae sobre la creación debido al pecado. Junto con la historia del Evangelio —las buenas noticias— están las malas noticias. Muerte. Dolor. Corrupción. Enfermedad. Guerra. Hambruna. Vidas destrozadas. Violación. Incesto. Asesinato. Desastre. Dolor. Infierno. Lago de fuego. Tormento. Oscuridad. Una de las razones por las que el Evangelio es una noticia tan buena es porque las consecuencias y el castigo por el pecado son noticias tan horribles. No podemos leer la Biblia sin darnos cuenta de que el pecado será castigado. Tiene que ser así (Gn. 3; Lm. 4:6; Ro. 6:23; 2 P. 2:9; Ap.14:11).
Sin necesidad de que alguien nos convenza de ello, la Biblia es muy clara en cuanto al hecho de que todos hemos cometido pecado. Hemos pecado decenas de miles de veces. Aun después de nuestra salvación, pecamos muchas veces cada día. Pecamos sin darnos cuenta de que hemos pecado. Estamos completamente empapados del pecado. Recuerda: el pecado merece castigo. Todos hemos pecado. No es de sorprender, entonces, que cuando sufrimos como creyentes sintamos que estamos siendo castigados. De hecho, es lo que merecemos (Ro. 3:10-25; 5:8, 12; Gá. 3:21-22).
EXPIACIÓN TOTAL
Pero ¿pudiera tierna pero gozosamente recordarte de una de las verdades más gloriosas de toda la creación? Dios castigó a Jesús para que no tener que castigarnos a nosotros. Me gusta personalizarlo. Dios castigó a Jesús en vez de castigarme a mí. En Edén, el pecado de Adán trajo maldición, pero Dios envió al segundo Adán, Jesús, para quebrantar la maldición. Sobre la cruz, Dios desató cada grama de su santa ira. Cada gota amarga del merecido castigo por cada pecado fue derramada sobre el Sustituto Divino (Is. 53:6; Ro. 3:25; 1 Co. 15:45-59; 1 Jn. 2:2; 4:10).
El llevó la
cruenta cruz
Para darnos vida y luz;
Ya mi cuenta él pagó,
¡Aleluya! ¡Es mi Cristo![1]
Si has sido redimido y reconciliado con Dios por la obra consumada de Cristo, ¿por qué crees que Dios todavía tiene que castigarte por algo? Dios castigó a Jesús en vez de castigarte a ti. Cristo hizo expiación total por nuestro pecado. La ira de Dios quedó completamente satisfecha en Jesús. No hay razón alguna por la cual el hijo de Dios deba vivir con temor del castigo de Dios.
No caigas en la trampa de pensar que, puesto que Dios ya ha castigado mi pecado, puedo vivir felizmente en el pecado. ¿El pecado tiene consecuencias? ¡Claro que sí! ¿Está bien que un creyente peque voluntariamente? ¡Claro que no! ¿Los hijos de Dios tiene que confesar el pecado? ¡Por supuesto! Pero, sin necesidad de hacerlo, tememos el castigo que Cristo tomó por nosotros. La motivación bíblica por no pecar es Dios mismo. Amarle a Él. Adorarle. Temor de decepcionarle, no el temor de ser castigado por Él (1 Jn. 4:18).[2]
CULPA INNECESARIA
Tristemente, muchos creyentes que pudieran vivir la increíble libertad del perdón de pecados viven paralizados por culpa innecesaria. Esta culpa se internaliza a tal grado que el creyente piensa que de alguna forma tiene que aplacar a Dios para que se desvanezca la culpa. Entonces, hacen más. Gana más almas. Leen más la Biblia. Nunca faltan a la iglesia. Tienen que hacer algo para que la culpa desaparezca. Querido creyente, Dios ya hizo todo.
Me encanta Isaías 6:7.
“Y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.
Hay una diferencia entre la culpa innecesaria y la tristeza piadosa. La tristeza piadosa es gracia. Es un don de Dios para llevarte al arrepentimiento. Culpa autoimpuesta es una carga para la cual Dios hizo provisión para quitarla completamente (2 Co. 7:10).
AISLAMIENTO ENFERMIZO
En vez de intentar hacer más para aplacar una conciencia culpable, algunos creyentes caen en la desesperación y depresión. Pierden la esperanza de alguna vez encontrar la paz con Dios que la Biblia describe. De nuevo, regresamos a los Salmos para encontrar un poderoso recordatorio.
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal. 42:5).
La palabra “abates” es poderosa, y capta perfectamente la condición interna de muchos creyentes.
Aquí tienes unos cuantos textos de los salmos que usan la misma palabra.
- “Aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes. Selah” (Salmo 46:3 NVI).
- “Bramaron las naciones, titubearon los reinos; Dio él su voz, se derritió la tierra” (Salmo 46:6 RV1960).
- “Regresan al anochecer, aúllan como perros, y rondan por la ciudad” (Salmo 59:6 LBLA).
No debería de sorprendernos que personas que viven con un alma rugiente y aullante pudieran desplomarse en desesperación. Nadie, no importa cuán estable sea emocionalmente o cuan fuerte pueda ser, tiene la resistencia para sobrevivir esa estruendosa angustia interna.
Regresa al Salmo 42:5. Dios es nuestra única esperanza de profundo y duradero descanso y paz. Dios no solamente nos ofrece perdón de nuestros pecados sino que también remueve nuestra culpa y vergüenza. Si la vergüenza y la culpa rugen en tu interior, regresa a casa con tu Padre. Te prometo que está esperando con los brazos abiertos para darte la bienvenida.
CONTEMPLA A DIOS
Tu perspectiva de Dios determinará cómo contestas la pregunta del castigo. Tu perspectiva de Dios influye todo de ti.
¿Quién formó las olas al hablar?
¿Quién contó la arena en el mar?
Reyes, pueblos, tiemblan a Su voz.
La creación le rinde adoración.
¿Quién le dio consejo al Señor?
¿Quién cuestiona lo que Él habló?
¿Quién al sabio Dios puede enseñar?
¿Quién comprende Su gran majestad?
¿Quién sufrió los clavos en
dolor?
¿Quién llevó el mal del pecador?
Jesucristo, humilde al perecer,
Ha triunfado y reina con poder.
Contempla a Dios. En Su trono está.
Venid y adoradle.
Contempla al Rey, Nadie es como Él.
Venid y adoradle.
[1] El varón de gran dolor. Música y texto: Philip Bliss. Segunda estrofa.
[2] Sin duda, algunos lectores estarán pensando en Hebreos 12. Por favor entiendan que no tengo todas las respuestas, pero animo a que los lectores estudien el uso de los términos relacionados con “disciplinar” y “azotar”. Sugiero que existe una infinita diferencia entre la disciplina instructiva de Dios y el castigo airado. Desde luego, existen momentos cuando la instrucción de Dios se siente como “azotes”. Recuerda los lectores originales de Hebreos. Estaban enfrentando persecución dolorosa y persistente. Mi preocupación en este artículo es que muchos creyentes viven con pavor agobiante de un Dios que siempre está airado con ellos. Eso es el islam, no el cristianismo bíblico.
[3] Palabra y música por Ryan Baird, Jonathan Baird, Meghan Baird y Stephen Altrogge. © 2011 Sovereign Grace Worship.
Cary Grant trabajó como evangelista, plantador de iglesia y pastor. Ha perdido completamente su capacidad vocal. Ahora labora en el Centro para Discapacitados del gobierno estatal de Ohio ayudando a otras personas a encontrar empleo.
Publicado originalmente en Rooted Thinking. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.