Fui salvo en un momento que estaba dudando de mi salvación. Después de varios años en la escuela dominical, por fin me percaté de que antes no me había arrepentido de verdad. Hoy estoy convencido de que Dios me cambió ese día.
Tenía 9 años de edad.
¿Entendí todo lo que pasó en ese momento? ¡Claro que no! Solo me quedó un cuadro bien grabado: Jesús muerto en una cruz.
Caminar con Dios requiere que comencemos a conocerlo. Sin embargo, muchos nos hemos quedado con solo una pincelada de lo que es el Evangelio y la salvación. Entendemos que necesitamos arrepentirnos y creer para ser salvos. Sabemos que ahora somos hijos de Dios. Y algunos conceptos nos parecen tan profundos y elevados que pensamos que son solo para los estudiosos de las Escrituras. Pero eso no es así. Todo creyente necesita toda la Escritura, incluyendo las “palabras difíciles” (2 Ti. 3:16-17).
Por esto, quisiera compartirte cuatro conceptos que deberían darle un grandioso matiz al cuadro de tu salvación. Estas palabras no son al azar, se encuentran en Romanos 3:24-25. Cada una de estas palabras atribuye una ilustración en sí misma.
En este artículo presentaré la primera de ellas: justificación.
Justificación: Ser declarado justo
La justificación nos pinta el fondo del cuadro. Tú estás en el banco del acusado y no tienes defensa alguna. Todas las evidencias están en tu contra. Todos los testigos te han atribuido más y más cargos que aumentan tu condena. Nadie del jurado piensa que tú seas inocente. De hecho, tu caso es fácil. El veredicto es “culpable”. La pena capital es tu destino, ya que toda tu vida en prisión no bastaría para pagar por tus crímenes. El testimonio ha sido tan evidente que hasta tú estás convencido que eres culpable.
El jurado dice: “Encontramos al acusado culpable de todos los cargos”.
El Juez dicta la sentencia. Señala una lista larga de todos los cargos mirándote fijamente para finalizar diciendo: “Declaro culpable a Jesús de Nazaret”.
¡¿Qué pasó?! Jesús viene a sentarse a tu lado y te explica lo que hizo. Intercedió por ti ante el Juez para dejarte libre de los cargos. Pero alguien tenía que pagar la condena. Si tan solo crees que el Juez te ha declarado inocente, puedes salir sin que nadie te acuse.
La justificación es un acto legal donde se te declara justo porque Jesús pagó tu condena. Es posible gracias al sacrificio de Jesús en la cruz. Ahí se pagaron los pecados de toda la humanidad. Por tanto, basta con arrepentirse y creer para ser declarado “inocente”. Tus manos, tus ojos, tu boca, todo testificaba contra ti. Pero Dios ya no te condena porque Cristo ya pagó el precio. En palabras del apóstol Pablo, ser justificado es “ser constituido justo” (Ro. 5:18-19).
Si crees que Jesús ya pagó tu pena, hoy no hay ninguna condenación para ti (Ro. 8:1). El Padre te ha declarado inocente de tus culpas. Eres libre de todo pecado que has cometido. Al pensar en cómo Jesús tomó nuestro lugar en el banco de los acusados, nuestro corazón se llena de gratitud ante Él.
¡Gracias, Padre, por la justificación!