Tengo un hijo pequeño que apenas tiene un año y ocho meses. Se llama Lucas. Me gusta ese nombre porque es un nombre con el cual no identifico a nadie más que a mi hijo, ya que no conozco a nadie más llamado así. Es mi primer hijo y es una bendición para mi vida. Su nombre me recuerda a un hombre especial en la Biblia que, sin ser apóstol ni judío, fue usado por Dios desde su profesión y sus conocimientos. Por eso lo llamé Lucas.
No lo nombré Lucas porque me guste Star Wars. Pero hay una escena en la que pienso. Cuando Darth Vader le dice a Luke Skywalker que es su padre, Luke responde con el grito desgarrador que todos conocemos. Y mi hijo podría llegar a tener la misma reacción al recordar que yo soy su padre.
Aunque amo mucho a mi hijo, tengo que reconocer que no soy el mejor padre posible para él. No sé si tú te sientas igual, pero mi tendencia es pensar que su vida es muy simple. Incluso, me veo tentado a tratarlo como si no fuera una persona con pensamientos y emociones. Reflexionando en ello, me puedo dar cuenta que no es porque él sea pequeño sino porque pienso que mi vida es más importante.
Por eso, en este día del Padre, te quiero animar a que ser padre de tus hijos no sea solo un título sino que sea tu tarea diaria. Concebir hijos te hace un padre. Pero ser un buen padre va mucho más allá. Si sabemos que son un regalo de Dios (Sal. 127:3-4), debemos seguir la instrucción del apóstol Pablo cuando señaló que hay que “criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4).
Así que, quisiera animarte con algunos consejos que me han ayudado a que mi niño pequeño encuentre en mí el papá que necesita.
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Ponte en sus zapatos
No importa cuán pequeños sean. Como cualquier persona, tus hijos tienen obstáculos a superar y metas que alcanzar que resultan difíciles para ellos. Tristemente, vivimos comparando sus obstáculos con los nuestros, y es cuando pensamos que los suyos son de menor importancia. Pero eso solo refleja nuestro egoísmo. La Biblia nos manda a considerar humildemente a los demás como mejores que nosotros mismos (Fil. 2:3-4). ¡Cuánto más si es nuestra propia familia! Incluso, esto nos ayuda a cumplir el mandato de no provocarlos a ira (Ef. 6:4). Una queja común entre los adolescentes es que se sienten incomprendidos por sus padres. Recuerda, que tú ya hayas superado ese obstáculo no quiere decir que tú eres mejor que él. Más bien, quiere decir que Dios te ha puesto en la vida de tu hijo para que le ayudes a superarlo.
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Llénalo de cariño
Mi hijo sabe darme besos porque yo le doy besos. Sabe lo que es un abrazo porque yo lo abrazo. ¿Entiendes? Creo que muchos padres desean que sus hijos sean más expresivos. Desean que les nazca naturalmente decirles a sus padres que los aman o que son especiales para ellos, pero eso no sucederá si no les enseñamos a hacerlo. Si tienes hijos pequeños será más fácil. Pero, también, he podido notar que aun en los adolescentes, a quienes ministro, las más mínimas muestras de cariño siempre son apreciadas por ellos, aunque parezcan incomodarles.
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Habla con él
Esto es crucial. Uno de los mayores obstáculos que he tenido con mi hijo es que no habla. Literalmente, porque no sabe hablar. Pero, tristemente, veo muchos otros padres con hijos de 13 o 14 años que tienen exactamente el mismo problema. ¿Qué ocurre? La Biblia toma muy en serio a los niños y creo que debemos tomar la misma actitud. En Mateo 11:25, Jesús alaba a su Padre por revelar la salvación a los niños; así como también reveló que debemos tener el corazón de un niño para recibir el Evangelio (Mt. 18:3-4). Ahora bien, justo después de eso, Jesús afirma que cualquiera que recibe en su nombre a un niño, a Él lo recibe. O sea que, a Jesús le importa cómo tratas a tus hijos. Y esto exige considerar que lo que tu hijo piensa o siente es importante. Si notas que, por más que lo intenta, no logra meter un gol, eso es importante para él y debes considerarlo algo importante para ti. El corazón de tu hijo está lleno de sentimientos que requiere superar, pero no sabe cómo. Es ahí donde nosotros, como padres, apoyamos a nuestros hijos y guiamos sus pensamientos y emociones a Cristo (2 Co. 10:5; Fil. 4:6-7).
CONCLUSIÓN
A veces, los quehaceres de la vida y la familiaridad resultante al ver a nuestros hijos cada día nos hacen olvidarnos de que ellos también son personas. Tienen sus luchas, sentimientos y aspiraciones. Sobre todo, nos olvidamos de que son personas con un corazón que necesita ser discipulado por nosotros. Nos olvidamos de que Dios nos los ha regalado con la intención de que los guiemos a Cristo. En este Día del Padre, ¡sé el padre que tus hijos necesitan!