Cuando estamos inmersos en el ajetreo diario de criar a nuestros hijos, es fácil perder de vista que un día dejarán nuestro hogar y formarán su propio hogar. Tomarán caminos propios. Tendrán una red propia de amistades. Harán cosas de las cuales no sabremos nada. Tendrán conversaciones que jamás escucharemos. Tomarán decisiones de las cuales nunca nos enteraremos. Harán viajes sin nosotros. Todo esto es de esperarse. Es saludable y normal.
Como padres, deseamos ver desarrollo en nuestros hijos. Desde que nacen, buscamos señales de crecimiento y desarrollo de habilidades. Muchas de las decisiones que hacemos diariamente en la crianza de nuestros hijos tienen que ver con este deseo natural que los padres tenemos. Escogemos métodos basados en los deseos que tenemos para ellos, y esos deseos se basan en lo que nosotros personalmente vemos como las realidades más grandes de la vida. Creo que frecuentemente se nos olvida la más grande realidad futura que enfrentan nuestros hijos sin nosotros. Cada uno de nuestros hijos se presentará delante de Dios y dará cuenta por su propia vida.
La realidad de que nuestros hijos son personas propias e independientes delante de Dios me hace preguntarme si todo lo que estoy haciendo en mi hogar les estará preparando para ese día. ¿Qué hábitos les estoy inculcando y exigiendo que les ayudarán a prepararse para aquel día? Si tuviera que reducirlo todo a una sola necesidad, un solo hábito esencial, ¿cuál sería? He llegado a esta conclusión:
Si mis hijos se llevan un solo hábito arraigado en su vida cuando salen de mi hogar, debe ser la lectura regular y eficaz de la Palabra de Dios.
Ahora, no me malentiendas. Con esto no quiero decir que un creyente puede sobrevivir solamente con este hábito. Hay otras disciplinas espirituales esenciales, como la oración y la vida en la iglesia. Pero, permíteme argumentar mi caso:
- La Palabra de Dios es la única manera de conocer a Dios plenamente. La necesidad más grande que mi hijo tiene es la de Dios mismo. Necesita conocerle, acercarse a Él, y mantener contacto con Él y crecer en Él toda su vida. La Palabra de Dios tiene que ser central en su vida para que esto suceda. La oración será su respuesta de comunicación hacia Dios, pero su lectura y estudio de la Palabra es la forma en que recibe comunicación de Dios.
- La Palabra es viva y eficaz, y obra en el corazón del lector. Lo que yo no puedo hacer como madre, la Palabra lo puede hacer. La transformación de corazón que tanto anhelo ver en mis hijos, Dios ha prometido hacerlo a través de Su Palabra. Creo firmemente, que la Palabra puede obrar en el corazón frío y duro de una persona que la lee sin fe. Más aún, en el corazón tierno de un niño o joven confundido y un poco rebelde.
- La lectura es un hábito externo y medible. Como madre, es posible conocer cuánto tiempo mi hijo pasa en la lectura y medir su comprensión. En cambio, aunque puedo exigirle el hábito de la oración, no tengo mucha posibilidad de saber si realmente está practicando una comunicación personal con Dios durante ese tiempo. Obviamente, no es posible saber cómo su corazón está respondiendo a la lectura, pero sí es posible y factible exigir una actividad de lectura.
Estando convencida de estas realidades, ¿qué implicaciones tiene para mi esfuerzo diario en la crianza de mis hijos?
- Mis hijos necesitan desarrollar la habilidad y el hábito de la lectura en general. No podemos esperar que nuestros hijos amen la lectura de la Biblia si no saben leer bien, o no han estado expuestos a la lectura como hábito. (Entiendo que hay niños con dificultad lectora por alguna necesidad especial. Sus padres pueden buscar maneras alternativas de exponerles a la Palabra, y darles ayuda especial en desarrollar la habilidad lectora.) Debemos proveerles buen material de lectura, e incluso exigirles la lectura si no se inclinan naturalmente por ella. No temamos exponerles a lectura más complicada y extendida, sabiendo que les servirá en un futuro.
- Mis hijos necesitan leer su Biblia de manera regular. Algunos argumentan que no es correcto exigir a nuestros hijos que participen en una actividad espiritual si no les nace del corazón. Pero la Biblia claramente encarga a los padres la instrucción y disciplina (enseñanza) de sus hijos. Si la Palabra es viva y eficaz, y puede dar vida al muerto espiritual, ¿por qué no buscaría todas las formas posibles de exponer a mis hijos, aunque sean inconversos, a esa fuente de vida? Los padres tenemos autoridad divinamente proporcionada. Debemos usarla para formar hábitos divinamente ordenados.
- Mis hijos necesitan leer su Biblia de manera atenta. Obviamente no podemos controlar las mentes de nuestros hijos, y no propongo que lo intentemos. Pero hay herramientas que podemos utilizar para fomentar una lectura atenta y productiva. La familia puede practicar la lectura en grupo durante el tiempo de devocional familiar, proveyendo un modelo para seguir durante el tiempo privado. Podemos buscar preguntas de estudio bíblico que sean sencillas, apropiadas para su edad y nivel lectora. Una traducción confiable y moderna de la Biblia puede ayudarles en su lectura. Conversaciones informales sobre lo que están leyendo les comunicará interés en que no solo lean, sino que entiendan y apliquen lo que están leyendo.
- Mis hijos necesitan conocer las doctrinas de la Biblia. En la iglesia cada semana, deben escuchar la Palabra fielmente predicada. Deben recibir instrucción sobre la inspiración de la Biblia, sobre su origen, su fidelidad, su hermosura. Deben saber que es la fuente suprema de sabiduría y conocimiento. Deben conocer su estructura básica y sus 66 libros. Deben saber que no es una colección de historias bonitas con algunas cosas raras que las maestras de escuela dominical se brincan. Deben escuchar constantemente que es la revelación de un Dios Creador y personal, que nos ama a pesar de nuestro pecado, y que puso en marcha un plan para redimirnos en Cristo. Deben llegar a creer que la Biblia cuenta su historia y es la fuente de su identidad personal.
- Mis hijos necesitan ver modelado un amor por la Biblia. No podemos enseñar lo que no creemos, ni contagiar lo que no tenemos. Puedes tener un programa complejo de memorización, meditación y lectura para tus hijos. Pueden ser los más rápidos en esgrima bíblica, los que más versículos pueden recitar de memoria, y los que saben decir los libros de la Biblia al revés. Pero no se llevarán de tu hogar lo que no vieron vivido y practicado. Si no confías plenamente en la Palabra, y no tienes un amor profundo por ella, tus hijos tampoco lo tendrán. Este es el punto más importante. Sin este, los demás no tendrán mucho efecto. Modela tu amor por la Palabra en tus hábitos, tus conversaciones, y tus relaciones con los demás.
Mis hijos saldrán de mi hogar más pronto de lo que yo quisiera pensar. Un día se presentarán delante de Dios solos, sin su mamá a su lado para defenderlos y hacer excusas. Uno de los mejores dones que les puedo dar es que salgan de mi hogar con un hábito de leer, entender, y perseverar en la Palabra. Puedo confiar que esa Palabra viva y eficaz hará la obra en ellos. Tomarán decisiones sabias porque la Palabra los instruirá. Se unirán a una iglesia sana porque sabrán discernir la doctrina sana. Tendrán una vida de oración porque la Palabra les convencerá de su importancia. En sus pruebas y fracasos, regresarán a Dios por medio de Su Palabra, y Él los levantará. Ama, confía y enseña la Palabra en tu hogar.