La comunicación padre-hijo es esencial para poder tener una buena relación con nuestros hijos y dirigir su enfoque hacia Cristo. Una buena comunicación se caracteriza por seis palabras que comienzan con “c”. En el primer artículo, hablamos de las primeras tres: corazón, curiosidad, y constancia. En este artículo hablaremos de las tres que nos faltan: compasión, corrección, y Cristo-céntrica.

Recordemos que, como padres, debemos desear llegar al corazón de nuestros hijos. Esto requiere que sintamos una curiosidad sincera, expresada en preguntas, por lo que está sucediendo en su interior. También requiere constancia, ya que la comunicación significativa no se logra de la noche a la mañana.

Pero esta constancia no se debe convertir en insistencia agresiva, porque la buena comunicación requiere que les demostremos amor y ternura a nuestros hijos. Esto requiere de nosotros:

1. COMPASIÓN

Debemos tener una actitud compasiva hacia nuestros hijos.

Muchas veces les hablamos a nuestros hijos con demasiada dureza o con enojo. Esas actitudes no invitan a nuestros hijos a abrir la puerta de su corazón y no deberían de caracterizarnos, ya que, en la Biblia, la compasión es una de las cualidades más notorias en el trato padre-hijo: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal. 103:13). Nuestro Padre celestial tiene compasión con nosotros, y nosotros, como padres cristianos, debemos demostrar compasión con nuestros hijos.

A veces no tratamos a nuestros hijos como seres humanos. Es común que, con los miembros de nuestra familia, usemos un tono de voz totalmente diferente al que usamos cuando hablamos con las demás personas. Nunca le hablaríamos a otra persona así, pero ¿a nuestra familia? Sí.

Estas actitudes negativas (1) provocan un cortocircuito en la comunicación y (2) generan una disonancia mental en nuestros hijos que les dificulta escuchar lo que les estamos diciendo. Al comparar las conversaciones que tienen con sus amigos con las que tienen con nosotros, se darán cuenta que sus amigos “los aman”, que los escuchan sin reproches ni ira. Por ello, irán a buscar a sus amigos, a su novio o novia, y a ellos les contarán sus pensamientos íntimos, mientras que a nosotros no, porque no les hemos tratado con compasión.

A veces, pensamos que el pecado o la desobediencia de nuestros hijos justifican nuestro enojo o dureza. Pensamos que debemos tratarlos ásperamente para que no vuelvan a cometer el pecado. Pero la dureza solamente los aleja más de nosotros. Les llena de rencor y amargura. Aun cuando han pecado, debemos evidenciar compasión y ternura. Recuerda que Dios nos trata a nosotros con compasión, paciencia y perdón cuando pecamos, y así debemos de tratar a nuestros hijos.

Sin embargo, el afirmar que debemos sentir compasión por nuestros hijos no significa que perdemos nuestro rol de autoridad en sus vidas. También debemos corregir a nuestros hijos.

2. CORRECCIÓN.

Tenemos que aprender a corregir a nuestros hijos bíblicamente.

Nuestro mundo moderno nos presiona a dejar de corregir a nuestros hijos. Enfatiza los derechos de los niños e insiste en que dañamos su autoestima si no les dejamos hacer lo que bien les parezca. Pero la Biblia nos manda a corregir e instruir a nuestros hijos como evidencia de nuestro amor (He. 12:6-7). Si amas a tus hijos, los debes corregir. Curiosamente, cuando corriges bíblicamente a tus hijos, se sentirán amados.

La corrección bíblica abarca la disciplina con la vara (Pr. 22:15, Pr. 23:13-14, Pr. 29:15), pero abarca mucho más. La palabra griega que se traduce como “disciplina” en Hebreos 12:5-11 es la misma que da origen a la palabra “pedagogía” en español. Así que, al igual que un profesor usa una multitud de técnicas educativas con el fin de instruir a sus alumnos, así también los padres debemos usar una variedad de técnicas para corregir a nuestros hijos a fin de que lleguen a la madurez.

Podemos definir la “disciplina” como la instrucción, enseñanza, motivación, corrección y disciplina física que se invierten en la formación de un niño para desarrollar en él los hábitos, los valores y el carácter que le puedan llevar a la madurez.

Sí, la disciplina bíblica abarca la disciplina corporal, y el padre cristiano debe disciplinar corporalmente a sus hijos (especialmente a aquellos que son de preescolar y primaria). Pero, cuando los corrige, debe hacerlo con compasión, no con enojo. Aunque nuestra sociedad no esté de acuerdo, el padre cristiano no debe abandonar su posición de autoridad, disciplinando a sus hijos. Pero, como dijimos en el punto anterior, corrige a sus hijos con una actitud de compasión.

Pero debemos recordar que, como padres cristianos, debemos ir más allá del castigo físico. Debemos hablar, repetir, instruir, conversar, llorar, orar, dialogar, advertir… todo esto es parte de la corrección.

Ahora bien, toda la comunicación del mundo no servirá para lograr un cambio interno en nuestros hijos si nuestra comunicación no es…

3. CRISTO-CÉNTRICA.

Si queremos lograr un cambio real, tenemos que dirigir su corazón a Cristo.

En Hebreos 12:1-2, la Biblia nos explica dónde encontramos la motivación para perseverar en la vida cristiana, dejando los pesos y pecados que nos asedian. No es en el temor, ni en el castigo, ni en las reglas, ni en ninguna cosa más que en la gracia de Dios en Cristo.

Como padres, encontramos nuestra motivación para seguir instruyendo a nuestros hijos, aun cuando se pone difícil, en Cristo. Nuestros hijos no son diferentes. Ellos también encontrarán la motivación para dejar a un lado sus malas amistades, su iPhone, sus sueños, sus pasiones terrenales, y su novio inconverso en Cristo. Solamente Cristo es lo suficientemente poderoso como para transformar sus corazones y cambiar sus prioridades. Al dirigir su atención a Cristo, nuestro objetivo es dejarlos alucinados con Él. Necesitan conocer el carácter y las obras de Dios. Y la revelación más espectacular del carácter de Dios se encuentra en Cristo. Él es la obra más grande que Dios jamás hizo.

Como padres, nuestro máximo objetivo en la comunicación es enamorarlos de Cristo. Para lograrlo, debemos exaltar las virtudes de Cristo ante ellos. Háblales mucho de Cristo. No les hables solamente de su futuro, de lo que es “bueno” o “malo”, ni de las consecuencias. Hablemos mucho más de Cristo. Hagamos que sus ojos vean cuán hermoso es Cristo.

Conclusión:

¿Por qué queremos tener una buena comunicación con nuestros hijos? ¿Para tener influencia sobre ellos? ¿Para sentirnos buenos padres? ¿Para lograr que se porten bien? No, queremos tener buena comunicación con ellos porque entendemos lo que nos enseña Asaf en el Salmo 78: para que la generación siguiente no abandone a Dios, la generación presente tiene que dar un testimonio vibrante de un Dios alucinante. Y eso implica contarles a nuestros hijos todas las maravillas de Dios. Hacer que alucinen con Dios. Compartir este testimonio vibrante requiere que tengamos comunicación con nuestros hijos. ¿Cómo es esa comunicación?

Una comunicación dirigida a su corazón, con curiosidad sincera, caracterizada por la constancia y compasión, dándoles corrección e instrucción, y que, sobre todo, es Cristo-céntrica, porque en Cristo tenemos la mayor revelación de nuestro Dios alucinante.