¿Qué estaría dispuesto a hacer si alguien le dijera que puede hacerle jugar fútbol igual que Lionel Messi, jugar basquetbol como Lebron James, o entender las matemáticas cual Albert Einstein? Sabemos que sería poco probable, pero, si en verdad fuera posible, ¿qué no estaríamos dispuestos a sufrir por ello?

Hay metas por las que vale la pena sufrir.

¿Qué tal sufrir por la meta que Pedro menciona: tener una fe digna de “alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:7)? Él refinará nuestra fe, y esa es la esperanza que nos mantiene en el fuego de la prueba (1 P. 4:12). 1 Pedro 1:6 nos da cinco verdades sobre las pruebas que nos ayudan a entenderlas a fin de que no nos desesperemos. De hecho, Dios espera que sus hijos se gocen en medio de ellas.

LAS PRUEBAS SON BREVES

“…ahora por un poco de tiempo…” (1 P. 1:6).

En primer lugar, Pedro menciona la duración de las pruebas: son breves. En la mayoría de las pruebas, nuestra experiencia confirma esto, pero ¿qué de alguien como Carmen?

Ella era casi completamente ciega. Hace años, su marido la había dejado por otra mujer. Carmen vivía sola en una casa prestada. Sus hijas y yernos no podían ayudarle con sus gastos. Recibía una escasa aportación del gobierno. Y así había vivido durante décadas. ¿Cómo podría alguien decirle a Carmen que las pruebas duran “un poco de tiempo”?

El contexto permite entender esta frase. Pedro acaba de describir la herencia del creyente como “incorruptible, incontaminada e inmarcesible” (1 P. 1:3). Es eterna. Comparadas con una herencia eterna, las pruebas más largas de esta vida son “breves”. Carmen ya entiende esto. De hecho, se fue con el Señor hace poco. Se acabaron todas sus breves pruebas, y goza de una herencia eterna.

LAS PRUEBAS SON NECESARIAS

Las pruebas ocurren solamente “si es necesario” (1 P. 1:6).

Rubén iba manejando a la universidad para presentar su examen de teología cuando, de repente, el carro de enfrente se salió de la avenida. Venía una camioneta en contra. Su chofer estaba dormido. Cuando Rubén lo vio, frenó inmediatamente sin lograr evitar que su Nissan se estrellase contra la camioneta. Sus heridas eran tan graves, pero, por ser chofer en un accidente con un lesionado (¡él mismo!), fue detenido. ¡Lo metieron a la cárcel!

Era viernes por la tarde y no iban a ver su caso hasta el sábado, o incluso hasta el lunes. Gracias a la intervención de algunos amigos, por fin salió el sábado a las 2 a.m. Sin embargo, Rubén no podía caminar bien. Tuvo que reposar en su cuarto una semana y media. ¡Qué bendición!

Un día, Rubén dio gracias al Señor por el accidente. Su comentario me sorprendió: “Si no fuera por el accidente no me graduaría. No podía salir, así que ¡terminé mis tesinas!” La prueba no fue nada grata, pero era necesaria. Claro, no siempre veremos la razón por la cual nuestra prueba es necesaria, pero sabemos esto: solo las tenemos cuando son necesarias.

LAS PRUEBAS SON OBLIGATORIAS

“…tengáis que ser…” (1 P. 1:6).

Cuando fuimos a Camerún, África, visitamos a un médico especializado en enfermedades de ese continente. Sacó una larga lista de vacunas recomendadas. Ya nos dolían los brazos, ¡y ni había puesto la primera! Me parecía un poco exagerado. Le pregunté cuántas, en verdad, eran obligatorias. “Depende de muchos factores” —nos respondió—. Por fin, ¡nos aplicó solamente una! La vacuna contra la fiebre amarilla, sin la cual no puedes entrar al país. Las demás vacunas eran opcionales.

El médico vende vacunas y cobra su aplicación. Está dispuesto a ponerte todas. Pues, claro, ¡le conviene! Yo quería solo las obligatorias.

Todas las pruebas que Dios nos pone son obligatorias.

A veces, sospechamos que Dios es uno al que “le conviene” ponernos pruebas. No es así. Ninguna prueba que llega a su vida es opcional. Son todas obligatorias.

LAS PRUEBAS SON DOLOROSAS

“…ser afligidos” (1 P. 1:6).

Esta verdad es maravillosa: Dios sabe que las pruebas duelen. Él entiende nuestro dolor. ¿Cómo puede el Dios omnipotente entender el sufrimiento? Hebreos 4:15 dice que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, puede “compadecerse de nuestras debilidades”. Jesús es Dios (He. 4:14), pero se hizo débil (He. 4:15) para poder comprendernos. Así que, Dios sí conoce el dolor. Cuando Cristo hace que usted pase por alguna prueba, nada más le está invitando a seguir sus propias pisadas (1 P. 2:21). A caminar por el mismo camino que Él caminó.

LAS PRUEBAS SON DIVERSAS

“…diversas pruebas…” (1 P. 1:6).

Las pruebas son variadas. Llegan de todos los sabores y colores. Grandes y pequeñas. Cortas y largas. Pueden ser económicas, familiares, emocionales, físicas, laborales y sociales. Estas palabras son plurales porque así vienen las pruebas: muchas veces, llegan todas a la vez. Frecuentemente, no hay tiempo para recuperar fuerzas. Antes que termine una prueba, otra ya ha comenzado. Son simultáneas. Llueve sobre mojado.

Esto no nos debe sorprender, pues ya nos han dicho que así sería (1 P. 4:12).

En medio de las diversas pruebas, esta es la confianza que el creyente debe tener: el Dios que le escogió (1 P. 1:2), que le hizo renacer (1 P. 1:3), que le dio esperanza (1 P. 1:3), que le dio una herencia (1 P. 1:4), es el mismo Dios que le guarda (1 P. 1:5) en medio de las pruebas (1 P. 1:6-7); y, piénselo bien, Dios le guarda por medio de las pruebas. Las pruebas le mantienen cerca de Él. Son parte de su cuidado.

CONCLUSIÓN

1 Pedro 1:6 nos da cinco verdades que nos permiten entender y triunfar en las pruebas: son temporales, necesarias, obligatorias, dolorosas y diversas, pero son para nuestro bien. Si usted cree esto, puede incluso, como Rubén, silbar en la cárcel. Puede seguir adelante, ya que usted entiende la meta de las pruebas: hacer nuestra fe digna de “alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:7).

Para lograr esa meta, sí vale la pena sufrir.