Hace algún tiempo, descubrí en el Evangelio de Juan una muy interesante conversación que parece sugerir que ¡hay creyentes que no van al cielo! Esto es intrigante. Es decir, si creo en Jesús, ¿puedo tener la certeza de que iré al cielo? A fin de responder esta pregunta, analizaremos la conversación que mencioné.
Juan registra la respuesta de Jesús a unos “judíos que habían creído en él”:
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos” (Jn. 8:31).
Curioso, ¿no? Estos judíos eran creyentes, pero no eran discípulos. ¿Qué quiere decir esto? ¿Hay dos clases de salvos: (1) aquellos que “solamente son creyentes” y (2) aquellos que “sí son discípulos”? El pasaje resuelve la incógnita. Jesús les dice a estos judíos que “habían creído en él” que eran hijos del diablo (Jn. 8:44). Así que, realmente no eran hijos de Dios. Juan 1:12 dice que aquellos que “creen en su nombre” son “hijos de Dios”. Entonces, no existen “dos clases de salvos”. En su lugar, existen dos clases de fe: la fe genuina y la fe falsa.
¿Qué distingue a las personas que creen genuinamente en Jesús (Jn. 1:12) de los judíos que “creyeron” con una fe falsa (Jn. 8:31)? Leer la continuación del diálogo entre Jesús y estos “creyentes” nos guiará a una respuesta. Nota cuánto “creen” estos judíos en Jesús.
Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn. 8:32).
Judíos: “Jamás hemos sido esclavos de nadie. Somos hijos de Abraham” (Jn. 8:34), que significa “un padre tenemos, que es Dios” (Jn 8:41)
Jesús: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Jn. 8:44).
Judíos: “Ahora conocemos que tienes demonio” (Jn. 8:52).
Jesús: “Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre” (Jn. 8:49). “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn. 8:51).
Judíos: “Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte” (Jn. 8:52).
Jesús: “Abraham (…) se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Jn. 8:56).
Judíos: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?” (Jn. 8:57).
Jesús: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn. 8:58).
Judíos: … (“tomaron entonces piedras para arrojárselas” [Jn. 8:59]).
Según Juan 8:31, estos judíos creyeron en Jesús. Pero, en última instancia, el pasaje completo muestra que dejaron su fe de lado, insistiendo en dudar —e incluso contradecir— las palabras de Jesús. Así, notamos esta primera diferencia: los falsos creyentes dejan de creer. Los verdaderos creyentes creen en Jesús permanentemente.
Sin embargo, no es la única diferencia que el pasaje nos señala. Jesús sigue un flujo lógico muy sencillo que nos muestra algo más. Él dice: (1) Si eres creyente, y (2) permaneces así, entonces (3) serás mi discípulo (Jn. 8:31). Continúa: (1) si eres mi discípulo, (2) conocerás la verdad, y entonces (3) serás libre (Jn. 8:32). Los discípulos —los verdaderos creyentes— viven en libertad, libres del poder del pecado (léase Ro. 6:12-14). Por supuesto, esto no significa que nunca pequen, sino que sus vidas demuestran que ya no son esclavos del pecado (Jn. 8:34, Jn. 8:36). Esta segunda diferencia podría resumirse así: los verdaderos creyentes creen en Jesús visiblemente.
Los judíos demostraron que su fe era falsa porque su fe no fue permanente ni se reflejó visiblemente en sus obras. De hecho, sus obras estaban muy lejos de reflejar una fe genuina, buscando incluso matar a Jesús (Jn. 8:37, Jn. 8:59).
CONCLUSIÓN
Yo sé que podría sonar escandaloso, pero no todos los que “creen en Jesús” van al cielo. Si quieres ir al cielo, no basta con “creer” como lo hicieron los judíos. Los hijos de Dios son aquellos que evidencian una fe genuina en Jesús: una fe permanente y visible. Los hijos de Dios son discípulos de Jesús. ¿Qué hay de ti? ¿Qué clase de fe tienes? Si tu fe no permanece y no se puede ver, quizá eres como los judíos que “habían creído” en Jesús: un “creyente” que no irá al cielo.
Andrés Constantino nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz. Actualmente, reside en el estado de Nuevo León, y estudia la licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de las Américas. Disfruta servir en el ministerio de Palabra y Gracia.