En las fechas cercanas al día de las madres, todo suele volverse festivo y las mamás nos convertimos en el personaje principal. En todas partes se habla de cómo consentir y sorprender a mamá con los mejores regalos. En las escuelas, los niños hacen presentaciones a esa mujer que es como una Chica Superpoderosa. Las redes sociales se llenan de frases como “te mereces lo mejor”, “eres una guerrera incansable”, “mujer valiente”, “eres la mejor mamá”. Hace unos días, leí un panorámico que decía: “mayo tiene solo un día, el nuestro”, destacando la figura femenina.
Como mujeres, nos encanta que los reflectores se posen sobre nosotras. Todas estas frases nos gustan mucho, ya que nos hacen sentir importantes. Pero ¿en serio? ¿Nos hemos creído todo esto? Me temo que sí. Yo misma he notado que, cuando presto mi oído a todas estas voces, empiezo a sentirme muy bien conmigo misma; algo crece dentro de mí que me hace pensar que he sacrificado mucho como madre, y merezco reconocimiento o una recompensa. Pero siendo honestas, ¿de verdad somos tan valientes? ¿Nos merecemos lo mejor? ¿Somos unas súper mamás?
No somos súper mamás. No debemos escuchar las voces que nos dicen que, por nuestro sacrificio y esfuerzo, merecemos reconocimiento y recompensa. Merecemos ser condenadas, pero somos madres por la pura misericordia de Dios. El Enemigo sigue intentando engañarnos sutilmente para que actuemos como Eva; para que escuchemos la mentira, la consideremos, la creamos, y actuemos conforme a ella. No caigamos en el engaño y corramos a la verdad. Dejemos que nuestra maternidad apunte a Aquel que merece toda la gloria y honor. Como Juan dijo: “es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3:30).
Como mamá, quisiera compartir contigo algunas verdades que debemos recordar este día de las madres:
- La maternidad es un don de Dios. No es algo que esté en nuestras manos. Él es el Autor, Creador y Dador de la vida. Los hijos son herencia de Jehová (Sal. 127:3).
- Mis hijos no me pertenecen. Le pertenecen a Él y nos ha dado la responsabilidad de tenerlos por un breve tiempo para guiarlos e instruirlos en la verdad (Pr. 22:6; Ro. 11:36).
- No existe la mamá perfecta. Vivimos en un mundo caído y seguimos batallando con nuestro pecado (¡y el de nuestros hijos!). No hay lugar para el orgullo porque ninguna de nosotras es buena delante de Él (Ro. 3:12).
- Nuestra fortaleza proviene del Señor. Somos mujeres débiles y frágiles, pero tenemos a un Dios fuerte. La gracia de Dios es lo que necesitamos cada día para llevar a cabo nuestra tarea. Cuando nos gloriamos en nuestra debilidad, el poder de Cristo reposa en nosotros (2 Co. 12:9)
- Dios debe ser el centro de tu familia. Deberíamos hablar del Evangelio en cada oportunidad que tengamos (Dt. 6:6-9). Y, sobre todo, vivir el Evangelio (Dt. 6:5). Si no es así, todo lo que hagamos en nuestras propias fuerzas será en vano (Sal. 127:1).
- Ser valiente significa confiar en Dios. Una madre no es valiente cuando confía en sus capacidades o habilidades, sino cuando rinde el control de su vida a Dios. Una madre valiente es una madre que ya no vive para sí misma, pues reconoce que Cristo es el Señor de su vida y se somete a su voluntad (He. 13:6).
- El propósito de la maternidad es tener hijos espirituales. Sea cual sea tu condición, este mandato es para todas. Es un llamado supremo para vivir y enseñar el Evangelio en nuestros hogares, trayendo gloria a su nombre (Ef. 1:12).
- La maternidad no se trata de ti ni de tus hijos. Se trata de mostrar el carácter de Cristo. Él es el objetivo y él es el fin. Nosotras “tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co. 7:9).
- Ser mamá no te hace mejor mujer. Tu identidad no se encuentra en lo que haces como mamá o en la cantidad de hijos que tienes. Si eres hija de Dios, tu verdadera identidad está en Cristo y en lo que Él hizo por ti (Col. 3:3).
- La maternidad tiene recompensas eternas. Dejemos de buscar la recompensa y exaltación de los hombres que es solo terrenal y pasajera, busquemos las cosas de arriba, donde esta Cristo. No prepares a tus hijos para ser exitosos en esta vida, sino para una vida que trascienda a la eternidad (He. 12:11; Ef. 6:4).
Aunque vivimos en una sociedad que nos dice que “en nosotras está el poder y la libertad para vivir según nuestros propios deseos”, debemos correr a la cruz. Esto implica nadar contra la corriente de nuestra cultura y poner nuestros ojos en Jesús.
“El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil. 2: 6-10).
Queremos la exaltación y pasamos por alto la cruz. No funciona así para el creyente. El reino de Dios es un reino de cabeza: primero tenemos que pasar por la cruz y después vendrá la recompensa eterna.
Berenice Montes está casada con Luis Berlay, pastor de la Iglesia Bautista Genezareth en N. L., Mexico. Es madre de tres hijos: Timoteo, Pablo y Julio. Colabora en el ministerio de educación cristiana de la iglesia y participa activamente en el ministerio de mujeres. Es graduada de la Universidad Cristiana de las Américas.
Hermosa enseñanza gracias por publicar