El día de ayer, se publicó la primera parte de este artículo. Si usted no la ha leído, puede leerla aquí: 7 características que Dios busca en un pastor (parte 1).

UN CELOSO GUARDIÁN DE LA VERDAD

La Iglesia es llamada a ser “columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:15), y la responsabilidad principal de preservar la verdad y proteger a las ovejas pertenece a los pastores (Hch. 20:28-31). De hecho, una de los requisitos para un anciano es la habilidad de “[retener] la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tit. 1:9). Los desafíos son demasiado altos como para dejar al rebaño arreglárselas solo (Tit. 1:10-11; Ro. 16:17; Gá. 2:4; 2 Ti. 2:18; 2 P. 2:1; 3:17).

Para guardar el tesoro de la verdad que se le confió (1 Ti. 6:20; 2 Ti. 1:13-14), el hombre de Dios debe estar firmemente cimentado en una buena teología y ser capaz de distinguir entre la verdad y el error. Debe estar dispuesto a confrontar la falsa enseñanza cuando amenace al rebaño, corrigiendo humildemente a aquellos que se opongan a la Palabra de Dios (1 Ti. 1:3; 2 Ti. 2:24-26; 2 Ti. 2:16-18), y, como último recurso, haciendo callar a aquellos que se niegan a arrepentirse de su error y división (Tit. 1:9-11; 3:10-11; Mt. 18:15-17). Si los pastores fieles no protegen a sus ovejas preservando la verdad, ¿quién lo hará?

UN DESINTERESADO PASTOR DEL REBAÑO

La mayordomía dada a los pastores abarca pastorear al rebaño de Dios, confiándolo a su cuidado (Hch. 20:28; 1 P. 5:2-3; 1 Ti. 3:4-5). Además de alimentar a la gente con la verdad (2 Ti. 4:2) y protegerla de los lobos y la falsa enseñanza (Tit. 1:9), el pastor debe velar por las almas de las ovejas y entregarse desinteresadamente por su bienestar espiritual como alguien que dará cuenta de su ministerio (He. 13:17; Hch. 20:24).

Para proveer esta clase de cuidado, el pastor fiel debe ministrar la Palabra tanto pública como individualmente (Hch. 20:20), esforzándose en presentar a todo hombre completo en Cristo (Col. 1:28-29). Debe estar disponible para orar por la gente, y ofrecer consuelo y consejo en tiempos de necesidad (Stg. 5:14; cf. Hch. 6:4), siempre exhortándoles y animándoles a caminar en obediencia a Dios (1 Ts. 2:11-12). Y si una de sus ovejas se extravía del rebaño cayendo en pecado, debe buscar restaurarla a través de una corrección amorosa y humilde (Gá. 6:1; Mt. 18:12-17).

Como aquellos que proveen liderazgo en la Iglesia (1 Ti. 5:17; He. 13:17; 1 Ts. 5:12), los pastores fieles deben ejercer su autoridad con humildad (1 P. 5:2-3), siempre buscando el bienestar de la gente y sometiéndose a la autoridad de la Palabra de Dios. En todas las cosas, deben actuar como siervos desinteresados que reconocen que no son sino pastores bajo el Pastor Principal (1 P. 5:2-4), el único que dio su propia sangre para comprar el rebaño de Dios (Hch. 20:28).

UN EFECTIVO EQUIPADOR DE MINISTROS

Los líderes espirituales son dados a la Iglesia “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:12). Por esta razón, una de las principales maneras en las que un pastor fortalecerá el cuerpo no es haciendo el trabajo del ministerio, sino entrenando gente que lo haga por sí misma (Ef. 4:13-16). Así, los “ministros” en una congregación determinada no serán los pastores, sino sus miembros. Los pastores deben reconocer esto como un designio de Dios y ser fieles en equipar gente para servir y edificar a los demás miembros practicando el “unos a otros” (p. ej., He. 10:24-25) y ejerciendo sus dones espirituales (Ro. 12:6-8; 1 P. 4:10-11).

Además de equipar a la congregación como un todo, los pastores son responsables de reproducirse ellos mismos entrenando la siguiente generación de pastores. Como Pablo exhorta a Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2). Este mandamiento de entrenar a futuros pastores es absolutamente esencial para la madurez espiritual de la Iglesia a largo plazo y para el fiel cumplimiento de la comisión de hacer discípulos a todas las naciones (Mt. 28:18-20).

UN HUMILDE HOMBRE DE ORACIÓN

La iglesia primitiva separó a siete hombres para que sirvieran a las mesas, de modo que los apóstoles pudieran dedicarse a dos prioridades específicas —la oración y el ministerio de la Palabra (Hch. 6:1-4). Aunque los pastores de hoy no son apóstoles, el principio implícito es claro —aquellos que brindan cuidado espiritual en el Cuerpo de Cristo deben caracterizarse por tener un firme compromiso con la oración (Fil. 1:9-11; 1 Ts. 3:12-13). Sin ello, el ministerio de un hombre resultará infructífero.

Para el pastor que reconoce sus limitaciones y siente el peso de su llamado, este compromiso viene de manera natural, porque el clamor constante de su corazón es el del apóstol Pablo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Co. 2:16). La oración del pastor humilde no es solo una expresión de su propia insuficiencia, sino también una manifestación de su suprema confianza en el Señor. Donde el pastor es insuficiente en sí mismo, él encuentra suficiencia en Dios, viéndole a Él siempre como la única fuente de fuerza y bendición en su vida y ministerio. La oración de un pastor fiel, entonces, es más que una disciplina cristiana —es un estilo de vida que se impregna en todo lo que él es y en todo lo que hace como un hombre de Dios—.


Matt Waymeyer enseña en The Master’s Seminary desde el 2010. Fue ordenado al pastorado en Grace Community Church en el 2003. Él y su esposa, Julie, viven en Castaic, California, y tienen cinco hijos.


Publicado originalmente en www.thecripplegate.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.