Entonces ¿cuál es?
¿Dios es un Dios de gracia o un Dios de ley?
¿Dios es un tirano celestial que exige que obedezcamos sus reglas “porque si no”…? ¿Es un Dios que siempre les está gritando a los niños que juegan en la calle?
¿O es un amable ancianito que siempre tiene dulces en sus bolsillos para regalar a los niños?
Hay algunos que ven la ley y la gracia como enemigas —al grado que el Dios del Antiguo Testamento tiene que ser un Dios diferente al del Nuevo para ellos—. Y, por supuesto, les gusta más el del Nuevo.
Aun entre los que no son tan extremistas, existe la suposición que la ley y la gracia son contrarias: tienes que escoger una u otra. Los anticuados escogen ley… pues, porque sí… y los jóvenes escogen gracia… porque, bueno, es obvio…
Pero no existe una dicotomía —de hecho, es imposible que exista—. El Dios del Antiguo Testamento es también el Dios del Nuevo, y Él no está peleado consigo mismo (Nm. 23:19; 2 Ti. 2:13), y nunca cambia (Mal. 3:16; Stg. 1:17).
La ley y la gracia son una sola cosa.
En la escuela dominical, cuando era niño, de vez en cuando escuché al maestro decir que los santos del Antiguo Testamento fueron salvos por guardar la ley, y que nosotros somos salvos por gracia.
Nada pudiera estar más lejos de la realidad. ¡Es increíble que no creciera siendo un enorme hereje!
Entonces, ¿cómo son una sola cosa? Pablo lo deja claro en las epístolas hermanas de Romanos y Gálatas. Nos dice que Abraham vivió mucho antes de que existiera la ley (Gá. 3:17), y que fue justificado —contado justo, aunque no era justo— por confiar en Dios (Ro. 4:2-3). Por fe.
Eso es gracia. No podía ser ley, porque no existía.
Entonces, si la gracia obraba antes que existiera la ley, ¿por qué Dios tuvo que complicar las cosas ordenándole a Israel que guardara la ley?
Me alegra que lo preguntes. Pablo mismo nos dice por qué. Pablo dice que la ley fue diseñada para guiarnos a Cristo (Gá. 3:24).
Todos somos muy buenos en justificarnos a nosotros mismos. “Es que mi caso es diferente”. “Yo tengo razones buenas por mis… am… idiosincrasias”. “Yo soy una persona buena. Vivo según mis propias reglas y las acato muy bien, gracias”.
Dios sabe que si Él no establece las reglas delante de nosotros, nunca lo buscaríamos. Pensaríamos que estamos muy bien —mucho mejor que mi vecino—, pero Dios sabe que nunca podríamos ser puros, estar gozosos o satisfechos, a menos que vengamos a Él. Y Dios no puede estar quieto; nos ama en demasía.
Entonces nos da la ley, y es imposible. Puedes hacer tu mejor esfuerzo, pero nunca la guardarás. Dios no quiere frustrarnos, regodearse en nuestro fracaso. Está extendiendo sus brazos, esperando que vengamos a Él por perdón y limpieza cuando entendamos que no podemos lograrlo sin Él.
La ley nos acerca a Cristo.
¿Sabes algo?
La ley no está en conflicto con la gracia; la ley es gracia. Es la manera en que Dios nos guía cual caballos salvajes al agua, donde podemos beber libremente (Is. 55:1-2).
La ley es gracia. En ningún pasaje es tan obvio como en los Diez Mandamientos, donde Dios, en el mismo momento que está estableciendo las reglas, nos recuerda quién Él es y lo que ha hecho.
“Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éx. 20:2).
“Ya los liberé”, —dice— “esta es la clase de persona que soy; yo rescato a personas que no merecen ser rescatadas”.
Y luego dice algo que parece muy duro:
“Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éx. 20:5b-6).
Pero no es duro. Míralo más de cerca.
¿Hasta dónde alcanza el pecado? Hasta la tercera y cuarta generación.
¿Hasta dónde alcanza la misericordia y la gracia?
A miles.
¿Miles de qué?
Miles de generaciones, por supuesto.
¿Cuánto dura una generación? Digamos que dura 20 años, para ser conservadores.
¿Cuánto duran mil generaciones?
20,000 años.
Yo soy creacionista de tierra joven. No creo que esta tierra haya existido tanto tiempo.
Entonces, ¿cuál es el punto?
El pecado tiene su momento, pero la gracia dura el tiempo que sea necesario. Nunca se acaba.
Y está allí mismo en los Diez Mandamientos.
La ley.
Es la gracia.
Dan Olinger enseña en Bob Jones University desde el 2000. Antes, sirvió 19 años como escritor, editor y supervisor de BJU Press. Cada verano, lidera un grupo misionero a África. Está casado con Pam, y son miembros de Heritage Bible Church, Greer, SC, donde Dan es anciano y maestro de escuela dominical.
Publicado originalmente en www.danolinger.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.