Abrir la puerta de la comunicación entre nosotros y nuestros hijos es esencial para su vida espiritual. Si la comunicación entre padres e hijos siempre ha sido difícil, el mundo moderno nos ha provisto de una larga lista de impedimentos para la comunicación.
Si nos remontamos al pasado, podemos ver que los padres tenían mucha más comunicación con sus hijos. El padre llevaba a su hijo al campo para sembrar y cosechar. Mientras trabajaban, el padre podía instruir a su hijo. Las madres tenían a sus hijas en casa todo el día, y les podían enseñar. Si el padre era obrero, el hijo trabajaba en el taller con su padre, aprendiendo su oficio. Pero los tiempos cambiaron. Llegó la escuela, y los hijos se fueron allí en vez de pasar todo su tiempo con sus padres. No estoy diciendo que fue algo malo. Simplemente, destaco que eso disminuyó la interacción padre-hijo. Cuando llegó la revolución industrial, las fábricas, con sus turnos de trabajo y sus horarios laborales extensos, produjeron que la interacción se redujera todavía más. Estas realidades siguen afectando la comunicación familiar hasta el día de hoy.
Pero, sin duda, el factor más grande que ha afectado la comunicación padre-hijo en los últimos años es el digital: la televisión, las computadoras, las videoconsolas, las tablets y los teléfonos. Estos dispositivos son progresivamente más aislantes, encerrándonos en un mundo cada vez más unipersonal.
Cuando llegó la televisión, había una televisión en la casa, y la familia se reunía para ver ciertos programas que se transmitían en un número muy reducido de canales. Con el paso del tiempo, la programación se multiplicó, y la familia se dividía en sus intereses. La mamá, quería cierto programa; el papá, el fútbol; la hija, una serie; y el hijo, jugar en la videoconsola. Al volverse más económicas las televisiones, algunas familias permitieron que cada uno tuviera su propia pantalla en su cuarto. Esto aisló cada vez más a los integrantes de la familia.
La llegada de las laptops, tablets y teléfonos terminó por destruir la comunicación en muchas familias. Hoy, toda la familia puede estar en la misma sala por horas, sentados en el mismo sofá, sin dirigirse la palabra. Todos están ensimismados en su propia pantallita unipersonal, con los oídos taponados con sus auriculares.
A esta situación, podemos añadir otro factor que dificulta la comunicación. Por las redes sociales, muchos hijos tienen más comunicación con sus amigos que con sus padres. Como resultado, los amigos tienen más influencia sobre los hijos que los mismos padres.
No es un derecho humano tener WhatsApp o un smartphone.Por esto, los padres sabios interactúan con sus hijos constantemente y cultivan un ambiente donde se respira la comunicación. Y esto requiere tiempo. Quizás, el padre tendrá que limitar el tiempo que sus hijos pasan en el teléfono. No es un derecho humano tener WhatsApp o un smartphone. No es sabio que los hijos tengan su celular en su cuarto por la noche, con acceso libre al internet y a las redes sociales. Tampoco es sabio que el hijo tenga una televisión en su recámara para ver lo que desee sin supervisión. La idea de que el cuarto del hijo es su reino y que nadie más puede entrar allí es incorrecta. De hecho, no es sano dejar que los hijos se encierren en sus cuartos hora tras hora sin interactuar con la familia. Como regla general, si los hijos están en la casa, deben estar en las áreas comunes y no aislados en sus recámaras. Mientras estén bajo tu techo, eres su padre y debes ejercer tu rol como padre. Debemos ser sabios e imponer límites oportunos, pero debemos hacerlo con comunicación y compasión, sin ser ogros insensibles.
Sí, el mundo moderno obstaculiza la comunicación entre padres e hijos, pero podemos mantener abierta la puerta de la comunicación.