¡Es hermoso ver un bebé! ¿Quién no se derrite al verlos reír? Parece que no existen bebés feos. Sin embargo, hay un pensamiento que afecta nuestra perspectiva de los bebés: “Los bebés no entienden”. Escuchas a muchos decir “Ay pobrecito, no sabe” o “¡Mira! ¡Hasta parece que entiende lo que estás diciendo! Pero ¿esto es correcto? Quisiera compartirte la perspectiva que el Evangelio tiene de los bebés.

Tu hijo a tu imagen

Desde Adán, la imagen del hombre es impresa en nuestros hijos por medio de nuestra reproducción física (Gn. 5.3). Cuando vemos a un recién nacido, la pregunta surge: ¿A quién se parece? Con el paso de los días, los meses y los años, podemos darnos cuenta de que no solamente tiene los ojos de mamá, sino que también su tierna mirada, o que el chico así como heredó el cabello lacio de su mamá y la corpulencia de su papá, también parece que tiene el mismo sentido del humor. Hay rasgos que van más allá de lo físico.

¿Qué tiene que ver esto con la “ignorancia” de los bebés?

Cuando mi hijo nació no pude encontrarle ningún parecido. Para mí, su voz era solo un tono de grito y su rostro era como el de cualquier recién nacido. Mentiría si dijera que antes de que cumpliera seis meses pude hallarle algún rasgo característico de algún familiar. Sin embargo, algo fue claro para mí desde el momento en que llegó a casa: su necedad. Quería comer pero al no saber cómo hacerlo, entonces lloraba… pero no quería acercarse a su mami para comer. Una y otra vez, mi hijo me demostraba que nació necio.

Tu hijo a la imagen de Adán

Este no es solamente el caso de mi hijo. Desde que Adán pecó, todo ser humano nace con una naturaleza pecaminosa. Tu hijo y el mío nacieron pecadores y, por lo tanto, su corazón también tiende al mal. Ellos aprenden de su alrededor: el lenguaje, las formas, los tiempos, todo. Pero ¿aprenden a hacer un berrinche o a enojarse? Eso viene de fábrica. A veces, no lo queremos aceptar. Vemos un claro berrinche, pero no le llamaríamos “pecado”. Notamos la manipulación que intenta un bebé, pero nuestros ojos parecen cegados.

David, al implorar perdón por su pecado, dice: “Pues soy pecador de nacimiento, así es, desde el momento en que me concibió mi madre”(Sal. 51:5 NTV). En Romanos 5:18, el apóstol Pablo dice que “por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres”, señalando que en Adán todos los humanos no solo que todos estamos condenados, sino que todos somos pecadores. TODOS.

Tu hijo a la imagen de Dios

Nuestros hijos necesitan un Salvador. Necesitan a Cristo. La necesidad de salvación para mi pequeño no comienza en cierta edad.[1] Por eso, la vida de nuestros hijos —aun de los más pequeños— es una vida que Dios nos dio para discipular. La crianza y la instrucción paternal son los medios de gracia en casa para cada pecador (Ef. 6:4). Al igual que Dios hizo con su pueblo mediante la ley, nosotros somos los tutores de ese niño durante toda su vida para guiarlos a Cristo:

“De manera que la Ley ha venido a ser nuestro tutor para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificado por la fe” (Gá. 3:24 NLBH).

Así como les enseñamos a comer, a caminar, a ir al baño, somos los responsables de llevarlos a Cristo. Soy la influencia directa para que mi hijo sepa que hay un Dios al cual le agradecemos la comida que tenemos, por el cual tenemos un techo y por el cual tiene una familia. Este discipulado será el más extenso de tu vida y sin duda el más significativo. No lo lograrás solo echándole unos “sermones” ocasionales o leyéndole unos textos bíblicos de vez en cuando. Se trata de la labor de toda una vida, en la cual ahora quieres imprimir en ellos no tanto tu imagen, sino la de Dios.

Deja que escuchen lo que a Dios le agrada y que sea normal para ellos; permite que sus ojos vean en casa solo lo que glorifica al Padre; ayúdales a ver que Cristo los amó al besarlos y abrazarlos constantemente, al tratar bien a su mami o al compartir tiempo con ellos. Para que, cuando te desobedezcan o quieran hacer su voluntad, entiendan que hay un Dios amoroso que exige su obediencia a sus hijos (al igual que tú lo haces con él). Llámale pecado a lo que Dios llama pecado y encontrarás que la vida de tu hijo necesita más de ti, porque necesita más de Dios.

Conclusión

Sí, tu hermoso bebé se puede parecer a ti en lo físico, pero también se parece a ti (y a Adán) en su naturaleza pecaminosa. Ese pecado se demuestra cada día de su vida. No debemos ignorar la naturaleza pecaminosa de nuestros hijos. No debemos ver con ternura las ráfagas de maldad que salen de su corazón. Debemos tomar nuestra responsabilidad como padres y guiarlos hacia el Salvador. No importa que todavía estén muy pequeños. Nuestros hijos necesitan aprender del Evangelio tanto —o más— de lo que necesitan aprender a caminar, a hablar, o cualquier otra cosa. Tus hijos necesitan a Cristo desde que nacen. De esta manera, un día podrán parecerse a Cristo.


[1] La ignorancia de una persona no justifica su maldad (aunque sea un bebé). No es “inocente” en todo sentido. Los bebés sí son incapaces de comprender el Evangelio por su corta edad. Por eso, creemos que, en Cristo, pueden recibir gracia ante su pecado. Pero eso es tema para otro momento.