Cada ser humano necesita sentirse aceptado y valorado en el entorno en donde se desarrolla. Sin importar los estándares que nos demanden, estamos dispuestos a sacrificarnos para pertenecer a un círculo en específico. Buscamos coincidir con los gustos y prácticas de los demás para tener algo en común o temas de conversación. Quizá vemos la Liga de Campeones de Europa, leemos libros en común, o seguimos el Universo Marvel. Tal vez, vamos los fines de semana al Starbucks con algunos compañeros de oficina, para platicar de fútbol o algún tema candente en las redes sociales, mientras disfrutan de un buen café.
Ahora, ¿hay algo de malo en buscar aceptación y pertenecer a distintos círculos de comunión? No necesariamente, pues ahí experimentamos la mayor parte de los sentimientos y emociones que nos conforman como seres humanos. Si has tenido amigos significativos, sabes a lo que me refiero. No obstante, las amistades significativas no son suficientes para tu alma. La Biblia sí nos enseña que el ser humano ha sido creado para la comunión. Sin embargo, me temo que hemos elevado demasiado la importancia de los círculos sociales, familiares, laborales, y hemos hecho a un lado el círculo de comunión más importante: la comunión con Dios.
Nuestro círculo de comunión más importante está conformado por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Y es un círculo de comunión al que jamás hubiéramos podido pertenecer! Las expectativas y los estándares para acceder son demasiado elevados para nosotros. Nuestra condición de pecadores no nos hubiera dejado coincidir en gustos y prácticas en común. Sus metas y propósitos nos hubieran dejado sin tema de conversación.
Pero Dios con su gran amor con que nos amó (Ef. 2:4) nos hizo aceptos en Cristo Jesús (Ef. 1:6) y nos reconcilió con Él por medio de su sacrificio (2 Co. 5:18), para que tú y yo disfrutemos, por medio de la fe, de una preciosa comunión con Él. Ese fue el diseño original, la razón por la que fuimos creados (Is. 43:7). San Agustín expresó: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti.”[1]
Este círculo de comunión ¡es lo que necesitamos! Es lo más importante para nuestra alma. Es el único lugar donde encontrará descanso, seguridad y satisfacción. La voluntad de Dios es que tengamos comunión con Él y disfrutemos de su presencia para siempre (Sal. 16:11). Y nos ha capacitado para ello (Col. 1:12) con la finalidad de traerle más gloria por medio de su gran familia (Fil. 2:15). ¿Por qué buscaría saciar mi sed en una cisterna rota que no retiene agua? De la misma manera, ¿por qué buscaría saciar mi alma solo en una comunión humana y terrenal, siendo que he sido creado y reconciliado para una comunión perfecta y eterna?
¿Cómo podemos crecer en este círculo? Deleitándonos en la meditación de la Palabra (Sal. 1) y persiguiendo nuestra meta: ser conformados a la semejanza de Jesús (2 Cor. 3:18). Encontremos nuestra esperanza, sentido y propósito en nuestra comunión con Dios. Invierte tu tiempo, esfuerzo y dinero en desarrollar este círculo de comunión. Vive de acuerdo a tu identidad y posición en Cristo, la cual te permite disfrutar de una comunión perfecta con el Dios trino. ¡Que este círculo de comunión sea nuestra prioridad e influencie nuestro trato con todos los demás!
[1] San Agustín, Confesiones de San Agustín. Edición de Kindle.
Luis Miguel Gonzáles es originario de Trujillo, Perú. Actualmente, estudia la licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de Las Américas. Le apasiona predicar la gracia de Cristo porque se deleita en ver la obra de Dios en la vida de las personas. Disfruta pasar tiempo tomando café, leyendo libros y escuchando música clásica.