Quisiera extender un afectuoso recordatorio y una fuerte exhortación a mis hermanos que profesan creer en y seguir a Jesús.
Nunca me he sentido lo suficientemente preparado como para predicar un sermón. Pocas veces me he sentido listo para enseñar una clase (fuera en Kenya, Zambia o en otro lado). Nunca me he considerado un líder fuerte (conozco muy bien las debilidades de mi corazón). Nunca he pensado que alguien estuviera completamente discipulado, aun cuando se hubiera reunido conmigo por un largo tiempo (predico y enseño semanalmente, y me reúno con personas regularmente para discipulados prolongados).
Sin embargo, nunca me he arrepentido de haber tomado medio día o un día completo para pasar un tiempo padre e hijo (usualmente una comida o ir de pesca, caminata o cacería) o tener una cita de padre e hija (usualmente un café, desayunar o comer juntos, ir de compras o de viaje). Nunca te arrepentirás por el tiempo que invertiste en tus hijos. Es posible tener sus corazones y oídos aun cuando tengan 22, 20, 16, o 14, si les das tiempo y transparencia de antemano. Quizás no sostengan todas tus convicciones o estén de acuerdo con todas tus opiniones, pero ¡sí puedes tener su corazón! También, creo que lo mejor que puedes hacer por tus hijos es amar a su madre de manera incondicional (esto no lo puedes fingir).
Siempre habrá trabajo que hacer, personas que visitar, tareas administrativas que llevar a cabo, personas necesitadas por las cuales cuidar, personas lastimadas que necesitas consolar, correspondencia que contestar, temas políticos que comentar, y agendas que programar. Pero no cometas el mismo error por el cual muchos ahora se arrepienten: tienes la oportunidad de moldear la vida de tus hijos ahora mismo. Si ignoras esto, te estás engañando a ti mismo. Pastores, si descuidan esta área, no reúnen las cualidades para guiar a la iglesia de Cristo. Protege y lucha por tu tiempo con tus hijos. No te sientas mal por pasar el mayor tiempo posible disfrutando y entrenando a tus hijos. Si las personas no lo entienden, ¡no pasa nada! Deja que se ofendan (es probable que se sientan ofendidos por otras mil cosas también). No dejes que te controlen o arruinen tus prioridades. Quizás (aunque lo dudo) aprendan de tu firmeza.
En una cultura secular y súper-materialista, nuestros hijos necesitan tiempo de calidad y cantidad de tiempo con mamá y papá. En una época que ataca la masculinidad y el liderazgo de hombres fuertes, sostengo que los hijos necesitan tiempo especialmente con papá, porque es allí donde está la vacante (no tanto con las mamás). En una edad donde las ideologías torcidas gobiernan, la confusión reina, y el caos es una herramienta de manipulación, sostengo que nuestros hijos necesitan escuchar y experimentar la verdad de Dios y su amor incondicional a través de sus padres (¡padres, despierten!).
La hipocresía afectará a nuestros hijos. Cuando ponemos estándares que claramente no tienen sustento en la Palabra de Dios, forzamos a nuestros hijos a dudar de nuestra veracidad. Ser un padre pasivo es tóxico. Ser un padre ausente es una sentencia de muerte. Nuestros hijos necesitan grandes dosis de “vida con vida” con sus padres. Clichés espirituales, elitismo, poder, títulos, control, y ratitos ocasionales con ellos son insuficientes. De hecho, son contraproducentes.
No te entregues al sutil pecado de adorar una identidad personal que se basa en tus logros y en tu “trabajolismo” ministerial (que realmente se centran más en tu propio renombre que en el de Cristo, en agradar a las personas en vez de agradar a Dios). Esto puede pasar fácilmente, ya sea en misiones, educación o el pastorado. No vendas tu alma por popularidad y aparente éxito. Las almas de tus hijos son más valiosas que cualquier ganancia en el mercado de Satanás.
Si ganara todo el apruebo y el aplauso del mundo evangélico, vendiera muchos libros y tuviera el favor de multitudes, pero pierdo las almas de mis propios hijos, ¿de qué me aprovechará?
Steve Hafler. Pastor de Highlands Baptist Church en Centennial, Colorado, Steve y su esposa Toni tienen seis hijos y fueron misioneros en África por 12 años. Su mayor deleite es predicar la Palabra de Dios, discipular a otros y verles crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo.