¿Te has hecho alguna de estas preguntas?
“Si he muerto al pecado, ¿por qué no puedo erradicar el enojo en mi vida?”.
“Si he nacido de nuevo, ¿por qué lucho tanto con mi vicio antiguo de lujuria?”.
“Si soy un santo por fe, ¿por qué soy tan envidioso?”.
Tal vez, tu lucha con el pecado te ha llevado a preguntarte “¿De verdad soy salvo?”, “¿Creo suficiente en Jesús?” o “¿El Evangelio es verdad?”.
Como cristianos, tendemos a compartir con otros solamente el maravilloso futuro de nuestra fe. Hablamos de la cruz de Cristo, pero pocas veces advertimos a los pecadores que creer en Jesús implica que ellos deben tomar su cruz cada día por Él (Lc. 9:23). Es tan cierto que Jesús hizo todo lo necesario para salvarnos en la cruz como que Jesús demanda que le entreguemos toda nuestra vida.
A veces, como el Peregrino en el sueño de Juan Bunyan, convencemos a otros de seguir a Jesús solo hablándoles del cielo. Pero, después de que nuestros amigos ven que el camino al cielo es angosto, difícil y solitario, replican como el señor Flexible:
“¿Es ésta —repuso aquél muy enfadado— la dicha que hace poco tú me ponderabas tanto? Si tan mal lo pasamos al principio de nuestro viaje, ¿qué no podemos esperar antes de concluirlo? Salga yo bien de ésta, y podrás tú gozar sólo la plena posesión del país tan magnífico”.[2]
Tal vez, la razón porque nos sorprenden las dificultades de la vida cristiana es porque no apreciamos la paradoja del Evangelio. Martin Lutero la resumió bien cuando dijo que “el cristiano es al mismo tiempo santo y un pecador”.[1]
El Nuevo Testamento abunda en este tema asemejando la vida cristiana con un maratón. Los siguientes pasajes nos dan 5 instrucciones para que corramos bien el maratón de la vida cristiana, entendiendo la paradoja que hay en ella.
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CORRE EL MARATÓN DE LA VIDA CRISTIANA CON FE
“… lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:8-9).
Pablo entiende que ha recibido la justicia de Dios solo por medio de la fe. Pero, también, se esfuerza para reflejar la justicia de Dios en su vida. O sea que la manera de obtener la justicia es solo la fe, y a la misma vez esa justicia se obtiene al tener todo “por basura, para ganar a Cristo”. La paradoja de la vida cristiana es que trabajamos arduamente para realizar en nuestras vidas lo que Dios ha prometido hacer en nuestras vidas. Pablo se esfuerza para reflejar la justicia de Dios porque cree que Dios le ha dado la justicia perfecta en Jesús.
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CORRE EL MARATÓN DE LA VIDA CRISTIANA CON ARREPENTIMIENTO
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Fil. 3:13-14).
Pablo dice que no ha alcanzado la meta por la cual Dios le alcanzó. Todavía no tiene la justicia perfecta que ha recibido por fe en Jesús. Cree que ha recibido la justicia perfecta de Dios, pero no es perfecto todavía. Se olvida de sus logros, buscando alcanzar la promesa de la verdadera perfección. El cristiano, aunque ya ha sido perdonado y es justo ante Dios, necesitará el continuo perdón de Dios toda su vida. Por eso, el cristiano siempre debe ser una persona que reconoce su pobreza de espíritu (Mt. 5:3). Como dijo Martin Lutero: “Cuando Jesús dijo: ‘arrepentíos’, quiso que toda la vida del creyente fuera arrepentimiento”.[3]
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CORRE EL MARATÓN DE LA VIDA CRISTIANA CON PACIENCIA
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Fil. 3:13-14).
Pablo cree que es perfectamente justo por la fe en Jesús. Pero reconoce que nunca alcanzará la perfección absoluta en esta vida. Su respuesta es seguir corriendo pacientemente el maratón de la vida cristiana hacia la meta de ser perfecto como Jesús.
“… despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (He. 12:1).
Los héroes de la fe no obtuvieron la perfección en esta vida. Pero mostraron su fe en obediencia paciente a Dios, aunque les pudiera costar la vida (He. 12:1). Ellos son testigos que nos rodean en nuestra carrera. Pero no ponemos nuestra mira solamente en ellos. Nuestros ojos están en el que empezó y terminará nuestra fe: Jesús. Él sí alcanzó la meta de la perfección en su vida, y nos ofrece su perfecta justicia al morir en la cruz por nosotros y resucitar al tercer día. El autor de Hebreos nos invita a correr con la misma paciencia de Jesús. De la misma manera que Jesús murió para alcanzar su meta, nosotros tendremos que ser semejantes a Cristo en su muerte para poder alcanzar nuestra meta (Fil. 3:10-11).
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CORRE EL MARATÓN DE LA VIDA CRISTIANA CON DISCIPLINA
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Fil. 3:13-14).
Pablo insiste en seguir disciplinándose y esforzándose para ser cada vez más como Jesús. Sabe que nunca alcanzará la perfección en esta vida. Pero también entiende que es el propósito de Dios que la alcance. Insiste con todo su empeño aunque no la alcanzará hasta la muerte. No hay momento para descansar en el maratón de la vida cristiana. Nunca hay lugar para mirar atrás con orgullo, y decir “mira cuánto he logrado”. La disciplina caracteriza al cristiano que entiende que debe luchar hasta la muerte en la lucha contra el pecado.
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CORRE EL MARATÓN DE LA VIDA CRISTIANA CON AMOR
“… estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8).
Tristemente, muchos cristianos, al ver que nunca podrán terminar de luchar contra el pecado en esta vida y al ver que nunca se podrán jactar de sus logros espirituales, dejan de correr. Se preguntan: “¿Por qué seguir? Nunca llegaré a la perfección. Nunca podré descansar”. En cierta forma, tienen razón. El maratón de la vida cristiana es una interminable lucha, pero Pablo sigue corriendo. ¿Qué le motiva? Su amor por Jesús. Porque ama a Jesús, sigue luchando. Vemos esta clase de amor en una sana relación matrimonial. Aunque el esposo sabe que nunca será el esposo perfecto, sigue luchando por ser más paciente, más detallista, mejor líder espiritual porque ama a su esposa. Si el esposo (o el cristiano) deja de luchar, refleja una falta de amor.
Cuando alguien deja de confesar sus pecados y deja de disciplinarse para agradar a Dios, debería preguntarse: “¿mi fe es verdadera?”, “¿de verdad soy cristiano o no amo a Jesús?”.
CONCLUSIÓN
No nos debemos sorprender cuando batallamos contra la tentación. Eso es parte del maratón de la vida cristiana. El verdadero problema sería que dejemos de batallar contra el pecado con fe, arrepentimiento, paciencia, disciplina y amor. Tenemos la promesa de que alcanzaremos la meta, pero aquellos que la alcanzarán la obtendrán, parcialmente, poco a poco durante toda su vida y perfectamente en la vida venidera.
[1] Lutero escribió estas palabras en su exposición de Romanos 4:7-8. Thomas M. Winger, “SIMIL JUSTUS ET PECCATOR,” (http://wp.production.patheos.com/blogs/justandsinner/files/2014/07/Winger-on-the-Simul.pdf, accesado 8 abril 2018).
[2] http://www.elcristianismoprimitivo.com/El%20progreso%20del%20peregrino.pdf.
[3] Las 95 Tesis fueron escritos en latín. Latín no tiene la palabra arrepentimiento. La única manera de traducir la palabra “arrepentimiento” en griego al latín es “haced penitencia”. Por eso algunas traducciones ponen las palabras “haced pentitencia” en su traducción de las 95 Tesis. Pero al leer las siguientes dos tesis, Lutero claramente dice que no la “penitencia” (o arrepentimiento) bíblica es muy diferente que el sacramente romanista de la penitencia. Martin Lutero, 95 Tesis (https://www.iglesialuterana.cl/doctrina-luterana/martin-lutero/95-tesis/, 19 abril 2018).