Desde sus inicios, la iglesia cristiana es un organismo que predica. El fundador, nuestro Señor Jesucristo, era un predicador.[1] De la misma manera, los apóstoles siguieron el ejemplo del Señor al proclamar el mensaje del Evangelio a lo largo del Imperio romano. Los primeros pastores y teólogos eran predicadores y no solamente apologetas. Sus homilías demuestran un dominio del Evangelio y una pasión por diseminar el mensaje para que todos pudieran escucharlo.

De cierta manera, la importancia de la predicación se perdió en la Edad Media con el incremento de la superstición y el sacramentalismo en la iglesia. Pronto, el altar había reemplazado al púlpito casi por completo. Sin embargo, en la providencia de Dios, la Reforma reintrodujo a la iglesia la importancia y supremacía de la predicación.

Hasta el día de hoy, la mayoría de los evangélicos reconocen la importancia de la predicación. Aunque los “gurús” y supuestos expertos del crecimiento eclesiástico han pronunciado ya muchas veces la muerte de la predicación, se asemejan a aquella historia de Pedro y el lobo. Solo que en este caso el lobo nunca llegó. Ni llegará, me atrevería a decir.

Increíblemente, en los últimos años hemos experimentado un interés revitalizado en la predicación bíblica y, específicamente, en la predicación expositiva. Sin embargo, este tipo de predicación no es el común denominador en las iglesias evangélicas.

Mi propósito es argumentar que la predicación expositiva es el tipo de predicación que la iglesia hispana necesita, ya que es la única que toma en serio el texto bíblico. Para hacerlo, primero veamos algunas corrientes de predicación en la iglesia evangélica.

La predicación social

Los liberales europeos y americanos[2] pronto se dieron cuenta que al rechazar los milagros de la Biblia, al igual que la historicidad de los eventos redentivos más importantes (incluyendo la creación directa por Dios, la caída de la humanidad, y la redención solo por la sangre de Jesús) no tenían mucho qué predicar excepto los principios morales que lograban extraer de los “mitos” y sagas que encontraban en la Biblia.

Se dedicaron, entonces, a predicar un evangelio social, en donde el enfoque era traer el reino de Dios a la Tierra. Mucho se ha criticado la teología liberal, al igual que su predicación. Los liberales, quizá sin darse cuenta, al quitarle la autoridad a la Biblia, también se la quitaron a su propia proclamación. Se ha dicho que el gran secreto de la iglesia liberal es que está vaciándose.

Lamentablemente, esta corriente de predicación se ha infiltrado de una manera u otra en las iglesias evangélicas conservadoras. Jóvenes evangélicos influenciados por la devastadora realidad de nuestro mundo han reaccionado en contra de un evangelismo centrado en proclamar el mensaje de salvación, y lo han reemplazado por uno centrado en aliviar el dolor y la opresión en el mundo.

Indudablemente, hay espacio para debate en el tema. Excelentes libros se han escrito al respecto, incluyendo Justicia generosa de Tim Keller, Christian Mission in the Modern World (Misiones cristianas en el mundo moderno) de John Stott, o, desde una perspectiva más tradicional, Cuál es la misión de la iglesia de DeYoung y Gilbert.

Sin embargo, debemos tener mucho cuidado de abandonar la centralidad del mensaje de la salvación del alma en la obra expiatoria de Jesucristo. Algo podemos aprender de la predicación liberal, y es que no funciona. La razón es sencilla. La predicación del “evangelio social” busca cambiar el mundo con el poder del hombre en lugar de con el poder de Dios.

La predicación moralista

Esta segunda corriente es similar a la anterior, pero no idéntica. La predicación moralista abunda entre evangélicos. Estos predicadores entienden la realidad de la expiación vicaria de Jesucristo, la importancia de la redención, y la veracidad de la esperanza futura del cristiano. El predicador moralista afirma creer que la salvación es por la fe solamente en Cristo Jesús, y puede afirmar que las obras no tienen mérito para justificarnos.

El problema se encuentra en un énfasis exagerado en actuar, hacer, ejercer, obrar. La predicación moralista busca que sus escuchas vivan de acuerdo a las enseñanzas éticas judeo-cristianas. Se enfocan en los imperativos, pero descuidan la gracia. Estas iglesias forman largas listas de cosas que el cristiano debe o no debe hacer. Esto crea un ambiente de carga y culpa constante al no poder vivir a la altura del estándar expuesto desde el púlpito. Los hermanos se convierten en una especie de Gestapo, con el pastor siendo el Gran Hermano siempre vigilante, listo para dejar caer todo el peso de la Ley sobre el creyente.

La predicación moralista tiene una crítica devastadora, y es que no es diferente a la predicación escuchada en una sinagoga, catedral, o mezquita. Los mismos principios se enseñan, con la diferencia de que “así debemos vivir porque somos cristianos, en lugar de judíos, católicos, o musulmanes.

Dicho eso, sería lamentable reaccionar en contra de la predicación moralista de tal manera que se evite predicar los imperativos en la Biblia. El pasivismo en la santificación suena espiritual, pero de la misma manera niega la verdad bíblica de esforzarse en la gracia (2 Ti. 2:1). Algunos predicadores continuamente dicen: “Esto es lo que Dios pide de ti (algún imperativo), pero ya que tú no puedes, mira a Cristo quien ya lo hizo por ti y regocíjate. No tienes nada qué hacer”. Indudablemente, tener a Cristo en el centro de nuestra predicación ayudará a cumplir la ley moral y los requisitos éticos en la Biblia, pero tengamos cuidado con caer en un pasivismo tal en donde «yo» como persona no tengo absolutamente nada que hacer en mi santificación.

La predicación para entretener

Este tipo de predicación se ha hecho popular gracias al impacto negativo del segundo gran avivamiento, el cual buscaba la respuesta exterior usando métodos de presión y manipulación.[3]

La predicación que busca entretener es manipuladora. El predicador cree que hay éxito al hacer reír o llorar a la gente con incontables historias de procedencia dudosa. El predicador se convierte en un vendedor, y la predicación es su «pitch» (para usar el lenguaje de ventas). El sermón termina sin falta con algún tipo de llamado, ya sea al altar o a levantar la mano. Algo que sea visible, medible, cuantificable. Algún método para justificar el medio.

El llamado siempre tiene respuesta. La gente es manipulada a recibir a Cristo, entregarse a Cristo, reconfirmar su decisión, vivir en santidad, perdonar al prójimo, consagrarse, o cualquier otra cosa que se le ocurra al predicador en ese momento, todo al son de “Pecador, ven a Cristo Jesús”.

¿Quién no ha estado en reuniones de este carácter? En mi caso, las primeras veces, quizá por ingenuidad, salía de una reunión así contento de ver la poderosa mano de Dios. Pero, después de poco, uno comienza a sentir la incómoda verdad de que quizá no es el Espíritu, sino el carisma del predicador lo que está produciendo los aparentes resultados. Algunos se hastían tanto de esto que rechazan por completo el cristianismo, tachándolo de superficial e hipócrita. Para aquellos que viven un cristianismo superficial, este tipo de predicación es exactamente lo que necesitan. Pueden vivir una vida en pecado abominable, pero, siempre y cuando levanten la mano o pasen al frente el domingo, su conciencia se tranquiliza como la de aquel que recibe absolución por parte de un sacerdote.

No todos los predicadores que hacen llamados al altar buscan entretener. Puedo decir con sinceridad que he estado en reuniones en donde la predicación es excelente y termina con algún tipo de llamado, normalmente debido a que esa es una costumbre de la iglesia, o por otros motivos pragmáticos (y no siempre malos). Así que esta no es una crítica a todos en general, sino a algunos en específico.

Sin embargo, todos nosotros necesitamos recordarnos continuamente que el poder no está en la retórica (aunque es bueno tener excelente técnica al hablar), ni en los resultados cuantificables (aunque pueden tener su mérito), sino en la correcta exposición de la Palabra de Dios.

Si queremos que el reino se expanda y los creyentes crezcan, será a través de una predicación sólida y bíblica.

La predicación mala

Dijo Spurgeon:

Hay algunos hermanos cuya oratoria es intolerable. […] Nada puede quitarle a sus discursos el poder para hacer a una persona dormir; no hay ser humano, a menos que tenga el don de la paciencia infinita, que pueda escucharlos por mucho tiempo, y la naturaleza les hace un bien al mandarlos a dormir. […] Si algunos hombres fueran sentenciados a escuchar sus propios sermones, sería un juicio justo sobre ellos, y pronto gritarían como Caín, “Grande es mi castigo para ser soportado” (mi traducción).

Hay predicación que es, simplemente, mala. Con algunos predicadores el problema es que son tediosos. Hablan de manera que es casi inevitable quedarse dormido. Sus charlas son largas, y cuando son cortas parecen largas. Esto se puede evitar usando técnicas de retórica que vemos inclusive en las Sagradas Escrituras, como usar lenguaje imaginativo, ejemplos cotidianos, metáforas, y símiles. En otras ocasiones, el problema se encuentra en el poco estudio y preparación del mensaje. A veces por falta de tiempo, o por falta de preparación, el predicador no puede más que ponerse detrás del púlpito con un mensaje sin mucha coherencia. La falta está en el mensajero, no en el mensaje.

De cierta manera, debemos excusar a aquellos que no tienen la capacidad por razones intelectuales, o porque no tienen educación teológica formal. Otros están simplemente aprendiendo y necesitan que el tiempo y la práctica refinen sus mensajes.

Pero no excusemos a los que, teniendo la capacidad, predican sin coherencia y sin pasión, dándole al pueblo de Dios una comida mal sazonada.

La historia demuestra que la educación teológica no necesariamente produce buenos predicadores. Sin duda, ayuda. Pero, al final, la buena predicación viene del hombre que está cautivado por la belleza de la Palabra de Dios, que la escudriña constantemente, y ve su labor como predicador no como un trabajo más, sino como uno sublime y sagrado: el de proclamar al pueblo de Dios la Palabra de Dios.

El pueblo de Dios tiene derecho a escuchar su Palabra. La predicación mediocre abunda, y ya es suficiente. Debemos clamar a Dios para que levante una generación de predicadores fieles.

La predicación expositiva

¿Qué necesita, entonces, la Iglesia? Lo que necesita es escuchar la palabra de Dios sin adulterar. El único método que cumple mejor con este propósito es la predicación expositiva.

La predicación expositiva es, de manera sencilla, una proclamación con autoridad de la Palabra de Dios. Incluye de manera necesaria un mensajero: un hombre calificado que haya pasado tiempo exegetando cuidadosamente el texto bíblico, preparándolo con cuidado para exponerlo delante de los oyentes.

La predicación expositiva es el único método de predicación que toma seriamente el texto bíblico. Se enfoca en sacar el significado original mediante una metodología que busca la exactitud. Esta viene de estudiar cuidadosamente las palabras y frases del texto en su contexto (histórico y gramático), sin olvidar la importancia de tener un robusto sistema teológico de interpretación bíblica.

De esta manera, la interpretación no es relegada a la opinión o sentimientos del predicador, sino que, con la guía del Espíritu y el estudio cuidadoso, se llega al significado original y real del texto.

Eso, sin embargo, no es suficiente. No es suficiente estudiar la Biblia. Esta debe ser proclamada. El proceso de la proclamación pública de la Palabra, llamada homilética en los estudios teológicos, es un arte en sí misma. La predicación expositiva no es una cátedra intelectualista de las construcciones genitivas del texto griego. La verdadera predicación es kerusso: proclamar.

La Biblia claramente enseña que la predicación debe ser una proclamación.[4] Por lo tanto, la predicación expositiva debe ser un texto bíblico proclamado con coherencia y exactitud, tomando en cuenta sencillas reglas de retórica y sentido común. De nada servirá exponer un pasaje si nadie entiende. Por eso es importante tener coherencia, puntos, transiciones, ilustraciones, etcétera.

Y que no se nos olvide la pasión. Una predicación sin pasión es un oxímoron. Como dijo Martyn Lloyd-Jones, la predicación es “lógica en fuego”. Ambos elementos son indispensables. Los profetas predicaron con pasión, al igual que los apóstoles y nuestro mismo Señor. Dios nos guarde de predicar aburrido.

Conclusión

La iglesia cristiana necesita una nueva reforma. Necesita una generación de bancas inconformes con púlpitos inadecuados. Una multitud de pregoneros sin temor a decir la verdad. No hay otra manera de traer avivamiento. Dios así lo ha establecido. Es a través de su Palabra proclamada.

Hispanoamérica es un desierto. Necesita que la lluvia de la Palabra caiga con fuerza sobre una tierra sedienta.

¿Veremos algo así en nuestro tiempo?

Sí. Creo que sí. Espero que sí. Algo suena a la distancia. Y me parece que es una tormenta.


[1] Mt. 4:17, 23; 9:35; 11:1; Mr. 1:14, 38–39; Lc. 4:18-19; 4:44; 8:1.

[2] Incluyendo famosos liberales como Friedrich Schleiermacher, Adolph Von Harnack, Walter Rauschenbusch, entre otros.

[3] Charles Finney sería el ejemplo perfecto de ello. Él introdujo “nuevas medidas” al cristianismo, incluyendo una fuerte presión manipuladora para obtener una respuesta. Finney negó doctrinas fundamentales, como la sustitución vicaria. Para una discusión extensa (y excelente) del tema, ver Revival and Revivalism de Ian H. Murray.

[4] Mt. 3:1; 4:17, 23; 9:35; 10:7, 27; 11:1; 24:14; 26:13; Mr. 1:4, 7, 14, 38-39, 45; 3:14; 5:20; 6:12; 7:36; 13:10; 14:9; 16:15, 20; Lc. 3:3; 4:18-19, 44; 8:1, 39; 9:2; 12:3; 24:47; Hch. 8:5; 9:20; 10:37, 42; 15:21; 19:13; 20:25; 28:31; Ro. 2:21; 10:8, 14-15; 1 Co. 1:23; 9:27; 15:11-12; 2 Co. 1:19; 4:5; 11:4; Gá. 2:2; 5:11; Fil. 1:15; Col. 1:23; 1 Ts. 2:9; 1 Ti. 3:16; 2 Ti. 4:2; 1 P. 3:19; Ap. 5:2.


Publicado originalmente en www.coalicionporelevangelio.org.