Durante la época navideña, tomamos tiempo para reflexionar de manera más atenta acerca de la persona y obra de Jesús. Es cierto que hay factores como que el 25 de diciembre seguramente no es la fecha cuando nació el Señor. O que la Navidad sea un simple pretexto comercial para algunos. Pero me parece que, como creyentes, podemos aprovechar la festividad para mirar a Jesús, regocijarnos en su encarnación, y hablar a otros del Salvador.

Por eso, quisiera que pensaras en uno de nuestros versículos favoritos de la temporada:

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is. 9:6).

¿Realmente entendemos lo que significa la frase “Príncipe de Paz”? Quisiera compartirte tres aspectos acerca del Cristo que celebramos esta Navidad en los que debemos reflexionar.

Un niño príncipe

En Isaías, la descripción de un Rey justo es la misma descripción que se da acerca del siervo de Jehová, quien traería luz a las naciones (Compara Is. 11:9-12 con Is. 42:6). Esto tenía varias implicaciones. Primero, el pacto de muerte sería anulado por medio de la piedra angular (Is. 28:15-18). Segundo, las naciones serían juzgadas por su pecado y recibirían su castigo correspondiente (Is. 14-24). Y, tercero, Jehová sería alabado y reconocido como Dios (Is. 25).

Entonces, Isaías 9:5-7 nos presenta un Niño Príncipe que gobernará pacíficamente por siempre, cuya imparcialidad y justicia serán tales que nunca más habrá opresores. Las botas de los guerreros y los uniformes, manchados de sangre por la guerra, serán quemados como si fueran combustible.

Este niño, afirma Isaías, tendrá el Espíritu de Jehová (Is. 42:1) y, así, será no solo un rey político sino también uno espiritual, tal cual Dios había pensado desde el principio con sus ungidos (Mesías). Isaías 11 nos describe cómo el Espíritu le hará entender diligentemente en el temor de Jehová. Es decir, se deleitará en obedecer al Señor. No juzgará por apariencias ni tomará decisiones basadas en rumores. La verdad y la justicia serán su vestimenta.

No hay otro Rey como Él. Ese es mi Salvador.

Un niño de paz

El niño que describe Isaías es un guía espiritual que logra un alcance espiritual. Toda la Tierra será llena del conocimiento de Jehová (Is. 11:9). Es decir, no solo Israel pondrá su mirada en el Santo (Is. 17:7, Is. 17:10), sino que tendrá un alcance mundial. De hecho, nos dice que, para Dios, es poca cosa la salvación de una sola nación (Is. 49:6). Su plan es mundial. Su paz es mundial.

Jehová ofrecerá paz por medio del conocimiento de su voluntad (Is. 19:21), un cambio de fondo en la vida de las naciones (Is. 19:22) y un deseo de servir a Dios. Es por eso que el capítulo 2 nos dice cómo las naciones acabarán con sus armas, convirtiéndolas en hoces y rejas de arado por voluntad propia. ¿Qué otro rey o gobierno pudiera lograr esto? Por eso, Jesús es mi Salvador.

Un niño nos es nacido

Pero, ¿por qué un niño? ¿Cómo puede ser mi esperanza un niño recién nacido? Tal vez, al leer el Evangelio de Lucas, viendo los testimonios de Elisabet (Lc. 1:41-42), Simeón y Ana la profetisa (Lc. 2:25-38), te sorprendes al igual que yo. Es impresionante que ellos pudieran tener tanta seguridad de que estaban cargando en sus brazos a su Señor. ¿Cómo tenían tal seguridad? Porque ellos creían en Isaías 9:6.

Isaías, a lo largo de profecía, nos habla de la gloria de Dios (Is. 8:13; Is. 41:8; Is. 43:7, 21;  Is. 44:6, 23; Is. 45:23; Is. 48:9-11; etc.) y su repudio por el pecado y la arrogancia del hombre; en especial de su pueblo (Is. 1:4; Is. 2:17; Is. 9:8-13; etc.). Estos dos aspectos se centran en una persona: el Mesías.

Será por medio de Él que el pecado, que Dios tanto aborrece, será desechado, el hombre limpiado y la gloria de Dios enaltecida. Es así que Isaías escribe dentro de su profecía lo que se conoce como los Salmos del Siervo: su presentación (Is. 42:1-1-9), su misión (Is. 49:1-7), su dependencia de Dios (Is. 50:4-11) y su sufrimiento (Is. 52:13-53:12).

Como creyentes, podemos aprovechar la Navidad para mirar a Jesús, regocijarnos en su encarnación, y hablar a otros del Salvador. Pero es interesante que este Siervo tenía que ser un humano. Sería el representante de los hombres. Pero no podía ser como todos los demás humanos. En la Biblia hemos visto varios hombres justos, pero todos han sido insuficientes. Abraham, el amigo de Dios, expuso a su esposa a que otros hombres la buscaran. ¡Y lo hizo dos veces! (Gn. 12:13-16; 20:1-5). David, el hombre conforme al corazón de Dios, estuvo dispuesto a asesinar al esposo de la mujer con la que había adulterado (2 S. 11). Hasta entonces, no había existido ningún hombre que pudiera representar a la humanidad ante Dios.

Pero el Mesías sería ese Hombre. Nacería de forma singular —por medio de una virgen— y sería la encarnación de Dios mismo. Se llamaría Emanuel (Is. 7:14). Su misión sería acabar con la angustia que produce la oscuridad del pecado y llenar la Tierra de la gloria del Señor (Is. 9:1-3).

Este hombre sería el cumplimiento de los pactos a Adán, Abraham y David. De hecho, sería el renuevo de David, el tronco de Isaí, en el cual se cumpliría el pacto de un hijo de David, quien traería un reinado eterno de justicia (Is. 11:1, 6-12). Por eso Isaís nos dice que su reino sería por toda la eternidad (Is. 9).

Ese Niño sería el hijo de la mujer que esperábamos desde Génesis 3:15, quien derrotaría a la serpiente, el hijo de Abraham en el cual serían benditas todas las naciones (Gn. 12:3), el hijo de David que se sentaría en su trono para siempre (2 S. 7:12-16). Ese sería mi Salvador.

Mi Príncipe de Paz

Al celebrar la Navidad, celebro algo más allá del pesebre. Celebro la promesa cumplida de Dios de proveer un Salvador. Isaías nos describe cómo Dios mismo se toma la tarea de salvarnos para su propia gloria (Is. 45:21-23), hecho que ocurrió en la humillación y exaltación de Cristo (Fil. 2:5-10). Celebro que Dios siempre pensó en mí, en mi nación y en mi necesidad.

No soy judío, pero celebro al Rey judío con autoridad universal. No conozco la fecha exacta de su nacimiento, pero sé la razón exacta del por qué nació. Eso me basta. Yo decido usar esta temporada para celebrar y compartir la Buena Nueva de que Dios cumplió su promesa en Jesucristo, que Él es mi Salvador, y que por eso hoy yo puedo vencer al pecado y acercarme a Dios.