A pesar de que intento ayudar tanto como puedo, animo a las personas a confiar en alguien de su iglesia local con quien puedan caminar en sus problemas. Tristemente, suelo oír la siguiente respuesta temerosa:
«No hay nadie en quien confíe. He sido traicionado demasiadas veces».
Creo que hay más personas confiables que las que muchos creen, pero la realidad es que hay una gran necesidad en la Iglesia de personas seguras. Y, por seguras, me refiero a personas que pueden escuchar a otra persona abrir su corazón y ofrecerle las siguientes garantías:
- La seguridad de que, sin importar lo que digan o hagan, eso no cambiará la aceptación que gozan por ser personas valiosas. Ellos necesitan saber que sus confesiones no los atarán a su vergüenza. Que, aunque no haya arrepentimiento o cambio inmediato, no tienen que temer el rechazo personal.
Las personas seguras no devalúan el valor de los demás.
- La seguridad de que habrá un genuino interés en cuidar compasivamente su espíritu. Que cualquier sentimiento que expresen —sea odio, amargura, confusión, dolor, miedo, deseo pecaminoso, tristeza, consternación, desconfianza o desánimo— será recibido con la misma atención que se le daría al expresar la verdad. Necesitan saber que sus emociones serán escuchadas con respeto sin importar si no son legítimas o justas.
Las personas seguras no desprecian los sentimientos de los demás.
- La seguridad de que lo que digan será guardado en estricta confidencialidad. Que si se requiere compartir algún detalle de su historia con alguien más, eso solo ocurrirá con su conocimiento y, de ser posible, su consentimiento. Ellos necesitan sentirse seguros de que su privacidad personal será guardada por fuertes cuerdas de integridad.
Las personas seguras no deshonran la privacidad de los demás.
No sé tú, pero yo no quiero perderme en acción. Quiero escuchar los llantos desesperados de necesidad. Llantos que me lleven a la cruz, sabiendo que ese es el lugar donde las personas seguras habitan. Porque las personas que son verdaderamente seguras sienten un saludable temor del orgullo pecaminoso que les puede hacer inseguros y propensos a la devaluación dañina, que desprecia y deshonra a los demás. Las personas seguras son personas humildes que se arrodillan ante su Salvador, conscientes de su propia necesidad de seguridad.
“Porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Sal. 4:8).
Holly Stratton lleva 31 años casada con el amor de su vida. Su esposo ha sido pastor, decano, presidente de una universidad cristiana, y contador. Después de siete dolorosos años de infertilidad, Dios les dio la bendición de adoptar un hijo y luego una hija. Ahora viven en Detroit, Michigan, buscando revitalizar esa comunidad con el Evangelio. Ama a las personas y por eso su pasión es estudiar y compartir la verdad de la Palabra de Dios que nos hace libres.