“Mi padre no me ama”, fueron las palabras de un pequeño niño que corría por la calle de su vecindario. Un buen hombre se acercó y le preguntó: “Niño, ¿Por qué crees eso?”. El pequeño respondió: “Mi padre me disciplina y me duele cuando lo hace”. Este ejemplo es una simple ilustración de cómo, para muchos hoy, el amor no tiene relación alguna con el sufrimiento. Parece que son conceptos opuestos que jamás se relacionan entre sí. Sin embargo, son en realidad una paradoja.
En la vida cristiana hay conceptos paradójicos, por ejemplo: humillación con exaltación, lágrimas con gozo y sufrimiento con amor. Es cuando se una la lógica, que el ser humano cuestiona que estos conceptos puedan ir de la mano porque, ¿quién puede afirmar como algo lógico que te amen y que al mismo tiempo te hagan sufrir?
La epístola de 1 Pedro fue escrita por el apóstol Pedro desde Roma y estaba dirigida a creyentes de Asia Menor que estaban siendo perseguidos (1 P. 2:12; 3:16; 4:16). En medio de dificultades como esas, el creyente es más susceptible a la tentación. Por tanto, el sufrimiento puede ser el catalizador de la fe en el creyente genuino o el pantano que ahogue la falsa fe de otros. Con lo anterior en mente, Pedro recuerda una gran verdad para sostener y catalizar la fe de estos hermanos: los creyentes, en medio de la adversidad, arraigan su confianza en su nueva identidad.
TU IDENTIDAD ES SOLAMENTE POR GRACIA
Los creyentes de Asia habían recibido un trato hostil por parte del Imperio romano. Sus derechos básicos habían sido pisoteados. En medio de este sufrimiento, Dios les habla a sus corazones angustiados y les recuerda que ellos ahora son llamados hijos de Dios porque fueron elegidos por el Padre (1:2), según su gran misericordia (1:3) y que, por esta razón, tenían la garantía de una herencia perfecta y eterna (1:4). En medio del dolor, ellos debían recordar estas verdades: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (2:9).
Cuando estés en medio del dolor y la aflicción, ten cuidado de no buscar refugio en ídolos que te dan un falso valor y que, por lo tanto, olvides que tu verdadero valor está en tu nueva identidad. No debes buscar más. Eres hijo de Dios, no por mérito propio, sino por la gran misericordia del Padre que te amó en Cristo, cuando estabas muerto en tus delitos y pecados. No hay poder visible o invisible que pueda separarte de la gloriosa relación con Dios, ya que él es “Dios de toda gracia, que [te] llamó a su gloria eterna en Jesucristo” (5:10).
Recuerda que tú ahora tienes una posesión que jamás te será quitada. Tu mayor posesión es Cristo Jesús. Él es tuyo y tú eres de él. No hay consuelo más grandes que ese. Por lo tanto, si él te lleva por el “valle de sombra de muerte” (Sal. 23:4a), no debes temer. Él hará que te acerques más a él y que le conozcas más. Él sabe mejor y su voluntad será lo mejor para ti (Ro. 8:28). Puedes estar seguro de esto. No temas, porque ahora llevas su nombre y eres su posesión adquirida a precio de su sangre preciosa.
DETRÁS DE TODO SUFRIMIENTO ESTÁ UN DIOS QUE TE AMA
Pedro, después de mostrarles que son hijos de Dios y que nada puede minar su relación con él, afirma que esta relación se basa en un amor genuino, manifiesto en formas incomprensibles como las pruebas. Esto es paradójico para tu mente, pero es la forma en la que Dios obra. El Padre hará todo para perfeccionar, afirmar, fortalecer y establecer su obra en ti (1 P. 5:40b). Él quiere purificarte y probarte (1:7). Por eso, a menudo, ese proceso no será agradable a tu paladar engañoso. Sin embargo, puedes estar seguro de que lo que él tenga para ti será indispensable para tu santificación y para la proclamación de su gloria. El Padre controla la temperatura del horno de prueba. Eso es bueno, ya que él no permitirá que el fuego lastime su obra en tu vida. Él te cuidará “como a la niña de [sus] ojos” (Sal. 17:8). Saber que lo que pasa en tu vida viene de un Padre amoroso, te sostendrá aun cuando la prueba se intensifique.
El sufrimiento en tu vida es uno de los medios que Dios utiliza para tu propia seguridad. Él te pasa por el fuego para que tú mismo puedas evaluar tu fe (2 Co. 13:5). Pedro ilustra lo más importante que son las pruebas para dar evidencia de una fe genuina, y la figura que usa es el oro (1 P. 1:7). Hay muchos objetos que parecen de oro, pero la única forma de saber que lo son es por medio del fuego. Sin la prueba de tu fe, jamás tendrás la certeza de que tu fe es genuina. En medio de la adversidad y el dolor, debes saber que no está bajo prueba tu salud, ni tus finanzas, ni tus hijos, sino tu fe. El Padre celestial, que te ama, te está perfeccionando.
Te animo a refugiarte en tu identidad como hijo amado, y a descansar en los sabios designios de tu Padre amoroso, aun cuando sea paradójico y no entiendas a plenitud. Nunca dudes de su amor. Cree en su Palabra fiel que revela su verdad para ti. Él te ama grandemente, tanto que entregó a su propio hijo por ti. Su Palabra es verdad y no miente. Confía en que aquel que está obrando en ti es fiel y cumplirá su propósito (Sal. 138:8).
PARA REFLEXIONAR
Confía en que Dios te ama y que tiene un propósito para ti. No estás al azar. Si eres suyo es porque Dios lo quiso así y nunca te dejará. Él estará contigo en medio de las pruebas y cuidará de ti.
Publicado originalmente en En ti confiaré, un recurso gratuito de la Editorial Bautista Independiente. Este artículo ha sido usado con permiso.