Un virus origina en un país oriental y se propaga con rapidez por todo el mundo, contagiando a una velocidad insólita y provocando enfermedad y muerte. Se cierran fronteras. Las escuelas dejan de funcionar. Restaurantes y cines cierran. Histeria masiva. Se acaban insumos básicos. Países enteros entran en cuarentena total.
Si te hubiera narrado esta situación hace unas semanas, hubieras pensado que era la trama de una película apocalíptica. Nadie se hubiera imaginado que estaríamos viviéndolo en este momento.
El COVID-19 hace que tengamos muchas preguntas y temores. ¿Debemos salir o no? ¿Celebrar cultos o no? ¿Cuándo se detendrá? ¿Habrá una vacuna? ¿La “vida normal” regresará alguna vez? Por ahora, será difícil conocer todas las respuestas, pero es más importante conocer lo que la Biblia contesta ante esta pandemia.
Para ello quisiera hacer dos preguntas sobre la pandemia y darte las dos respuestas que la Biblia plantea a cada una de ellas.
¿De dónde viene la pandemia?
1. La pandemia viene del pecado
Cuando Dios creó el mundo, lo hizo perfecto (Gn. 1:31). No había enfermedades, ni mutaciones, ni virus. Cuando el hombre escogió rebelarse contra Dios, no se imaginaba las enormes consecuencias que su decisión traería (así es con el pecado, siempre trae mayores consecuencias de las que pensábamos). Murió espiritualmente e inició un largo proceso de corrupción que resultaría en su muerte. Pero el pecado también tuvo efectos sobre la creación: quedó bajo la maldición de Dios (Gn. 3:17). El apóstol Pablo afirma que la creación ahora gime con “dolores de parto” (Ro. 8:22). Cada terremoto, huracán, maremoto o tornado es un “dolor de parto” de la creación que espera la redención (Ro. 8:23). Las enfermedades, mutaciones, epidemias y pandemias son un resultado directo del pecado.
Es maravilloso notar que Romanos 8 nos habla de una esperanza. La creación está sujetada a la vanidad, pero en esperanza (Ro. 8:20) y un día la creación misma será libertada de la esclavitud a la corrupción (Ro. 8:21) y los creyentes serán redimidos (Ro. 8:23). Un día seremos inmunes a todo virus y enfermedad. Un día, ni el pecado ni la muerte tendrán poder sobre los hijos de Dios. La disfunción de este mundo y la corrupción de nuestro corazón debería crear una insatisfacción santa con este mundo y un ardiente anhelo por la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesús.
¡Anhelemos ese día!
2. La pandemia viene de la boca del Señor
El profeta Jeremías escribe:
“¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?” (Lam. 3:37-38).
Estas palabras chocan contra nuestra consciencia y sacuden nuestras noción de quién es Dios y qué hace. Este pasaje no afirma que Dios hace cosas moralmente malas, ya que Dios es justo, puro y santo. Nunca hace el mal moral. En este pasaje está hablando de desastres o catástrofes. En su contexto, Jeremías se lamenta por la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios. Pero ese gran desastre vino de la boca de Dios. Fue ordenado por Él. Existen otros pasajes que hablan del control soberano de Dios sobre todas las cosas. Isaías 45:7 dice que Dios trae el bienestar y la calamidad. El profeta Amós afirma que no ocurre ninguna desgracia en la ciudad que Dios no haya provocado (Amós 3:6). Las “tragedias”, los “siniestros”, los “accidentes”… todos vienen de la boca del Señor. Dios los usa para lograr sus propósitos. Uno de ellos es que el hombre escudriñe sus caminos y vuelva a Jehová (Lam. 3:40).
Hay otra gran verdad en este mismo capítulo de Lamentaciones. La encontramos en los versículos que todos nosotros amamos tanto:
“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lam. 3:22-23).
En medio de la gran calamidad que vivía Judá, Dios estaba siendo misericordioso. Y Dios sigue siendo misericordioso cada día hasta el día de hoy. Las misericordias de Dios son nuevas cada mañana. La mañana en que surgió el coronavirus, fueron nuevas sus misericordias. La mañana en que no tienes coronavirus, nuevas son sus misericordias. La mañana en que te diagnostiquen a ti o a un ser querido con coronavirus… ¡también serán nuevas sus misericordias!
¡Descansa en las nuevas misericordias de Dios cada mañana!
La pandemia viene del pecado del hombre, pero viene también de la boca del Señor. Esto nos llena de esperanza porque sabemos que tiene un propósito y quiere usarlo para nuestro bien. Eso cambia nuestra perspectiva y nos lleva a otra pregunta.
¿Qué nos ofrece la pandemia?
1. La pandemia nos ofrece la oportunidad de vivir y compartir el Evangelio
Durante el tercer siglo, una terrible plaga sacudió el mundo mediterráneo. En Roma, unas 5000 personas morían cada día. Hasta dos tercios de la población de la ciudad de Alejandría en Egipto murió. Las crónicas narran vómitos continuos, ojos llenos de sangre y putrefacción en las extremidades del cuerpo. Las personas huían de Roma para evitar contacto con las personas infectadas, abandonando a sus mismos familiares al primer indicio de contagio. Cuando morían, los cadáveres se quedaban sin enterrar y se descomponían al lado de las carreteras.
En medio de esa situación tan horrible, había una deslumbrante excepción: los cristianos. Años más tarde, Eusebio, el historiador cristiano, escribiría lo siguiente:
“La mayoría de nuestros hermanos mostraron amor y lealtad al no resguardarse de ayudarse mutuamente, en atender a los enfermos sin pensar en el peligro y alegremente partiendo de esta vida cuando después ellos mismos se contagiaban de la enfermedad. Muchos de los que restauraron la salud de otros luego murieron, transfiriendo su muerte sobre ellos mismos. Los mejores de nuestros hermanos perdieron la vida de esta manera —ancianos, diáconos y laicos— una forma de muerte basada sobre una fuerte fe y piedad que en todos los sentidos parece igual al martirio. También tomaban los cadáveres de los santos, cerraban sus ojos y sus bocas, y los cargaban sobre sus hombros, los lavaban y los vestían en sus lienzos, y pronto recibían el mismo servicio ellos mismos.
Los páganos hacían exactamente lo contrario. Se alejaban al más mínimo indicio de la enfermedad, huyendo de sus seres más queridos. Los tiraban medio muertos por las calles y trataban los cuerpos sin enterrar como basura con la esperanza de evitar la plaga de muerte, que, a pesar de todos sus esfuerzos, era difícil de evitar”.
¿Sabes cuál fue el resultado? Hasta las autoridades romanas lo indicaron: el crecimiento espectacular del cristianismo. Una fe que puede servir de manera tan extrema y enfrentar la muerte sin titubear fue algo atractivo y poderoso en la Roma antigua. Y lo sigue siendo el día de hoy.
De ninguna manera estoy recomendando que te expongas locamente al virus sin tomar en cuenta las medidas higiénicas necesarias, pero esto sí es un llamado a que no te vuelvas egoísta y ensimismado durante este tiempo. Cuando todos están pensando solamente en sí mismos (por ejemplo, haciendo compras de pánico), el hijo de Dios puede dar un testimonio brillante de buenas obras sirviendo a otros durante la pandemia. Después de todo, esta es una cualidad distintiva del hijo de Dios (Mt. 25:36), y el no hacerlo es una señal de no ser un verdadero hijo de Dios (Mt. 25:44-46).
¡Sirve con sabiduría durante esta pandemia!
2. La pandemia nos ofrece la oportunidad de demostrar la autenticidad de nuestra fe
Las pruebas purifican nuestra fe y demuestran su autenticidad. 1 Pedro 1:6-7 dice que las aflicciones someten a prueba nuestra fe. En la NTV lo dice así: “Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica”.
Al estar pensando en las pruebas, pensé en el futbolista que se entrena toda la semana, pero realmente vive para el día del partido. Sí, quizás disfruta de los entrenamientos, pero lo que realmente disfruta es jugar los partidos. A nadie le importa si mete cinco goles de chilena durante un entrenamiento, lo importante es lo que sucede el día del partido. Anhela que llegue para que pueda demostrar lo que puede hacer.
Hermanos, el COVID-19 es nuestro “día del partido”. Este es el momento para demostrar la autenticidad de nuestra fe. Muchos decimos creer en la soberanía de Dios. Decimos que todas las cosas nos ayudan a bien (Ro. 8:28). El pasaje continúa diciendo que Dios está por nosotros (Ro. 8:31) y que nadie nos podrá separar del amor de Cristo: ni tribulación, ni angustia, ni persecución, ni hambre, ni desnudez, ni peligro, ni espada (Ro. 8:35). Al ser más que vencedores, sabemos que no hay nada creado que nos pueda vencer: ni la muerte, ni ángeles, ni demonios, ni coronavirus (Ro. 8:37-39). Todo esto lo sabemos y lo creemos.
Pero si, cuando aparece la pandemia, te paraliza el temor y cuestionas a Dios, realmente no crees en un Dios soberano y bondadoso. Si entras en histeria, demuestras que tu fe no es real. Si realmente creyeras en un Dios soberano y bondadoso, no tendrías por qué entrar en pánico. El juego apenas está comenzando. Este es nuestro día del partido.
¡Demuestra la autenticidad de tu fe!