Cuando hablamos del corazón, nos encanta pensar en cosas románticas. Mucho más en un mes como febrero en donde, por todos lados, vemos adornos con corazones y se respira un ambiente de “amor”.  Sin embargo, no debemos olvidar lo que la Biblia nos dice sobre este tema:

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9).

El corazón es engañoso. Un sinónimo de “engañar” es “traicionar”. Así que, podríamos decir, muy atinadamente, que el corazón es traicionero. Es traicionero porque puede hacernos pensar que no tenemos ningún problema espiritual en nuestra vida, creyendo así una gran mentira.

Con el propósito de examinar el corazón del hombre, veamos cómo actuó el pueblo de Dios en los tiempos del profeta Jeremías.

El capítulo 17 de Jeremías comienza señalando “El pecado de Judá” (Jer. 17:1). Habían cambiado al único Dios verdadero por dioses paganos, y no daban señal alguna de querer cambiar (Jer. 18:11-12). Por eso, Jehová los confrontó, diciendo: “¿Y dónde están tus dioses que hiciste para ti? Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción” (Jer. 2:28). En el fondo, el problema de los judíos era “su corazón” (Jer. 17:1), ya que los había alejado de Jehová (Jer. 17:5), impidiéndoles ver su pecaminosa condición.

Sin embargo, nosotros no somos muy diferentes. Podríamos estar convencidos de no estar adorando dioses falsos, mientras invertimos mucho tiempo en nuestros ídolos modernos: el empleo, la salud, la familia, el tener una casa bonita y costosa, el conocer celebridades, el salir de compras con amigas, el deporte, el estar a la moda, la tecnología, el salir de vacaciones, etc. Por supuesto, esos deseos no son malos en sí mismos. No obstante, se convierten en dioses falsos cuando nuestro corazón los pervierte, apartándonos de nuestra relación con el Creador.

¿Por qué somos así? Porque, al igual que el pueblo de Dios, tenemos una naturaleza caída. Somos propensos a ser víctimas de los engaños del corazón; por eso hablamos de tener un corazón traicionero. No estoy diciendo que sea un corazón defectuoso porque el Creador se haya equivocado. Más bien, nuestro corazón es así porque vivimos en un estado caído y nuestros deseos, aun los saludables, son fácilmente torcidos. Tenemos un corazón traicionero por nuestra naturaleza pecaminosa.

Probablemente, ante algún problema, has escuchado la expresión “haz lo que te dicte tu corazón”. Irónicamente, ¡eso es lo peor que puedes hacer! ¿Lo notas? Tu corazón es el problema. ¡Escucharlo no solucionará nada! De hecho, el problema somos nosotros mismos, ya que seguimos las instrucciones que nos dicta nuestro corazón.

Así que, nos enfrentamos a un gran enemigo: nuestro corazón. Gracias a Dios, en Cristo ya podemos enfrentarlo. Pero para enfrentar a nuestro enemigo tenemos que conocerlo. Por tanto, voy a presentar tres áreas que la Biblia nos dice sobre nuestro enemigo:

1.- Tu corazón piensa: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él…” (Prov. 23:7).

2.- Tu corazón ama: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt.22:37).

3.- Tu corazón planea: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb. 4:12).

Por lo que, conociendo estas funciones del corazón, podemos decir: no hay pecado realizado, que antes no haya sido pensado, amado, y planeado. No caemos en el engaño de la noche a la mañana. Hay un proceso anticipado y maquinado en nuestro corazón. Ya han intervenido nuestros pensamientos, emociones y voluntad.

El pecado oscurece la realidad de nuestro corazón y no nos permite ver lo que se está guardando, pero Dios nos llama para ver las cosas que no se ven a la luz de su Palabra.

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105).

Cuando queramos saber cómo está nuestro corazón y saber si nos está traicionando, debemos de ir a las Escrituras y dejar que Dios, quien conoce las intenciones de nuestro corazón, sea quien nos examine.

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).

 


Perla Montes. Sierva de Dios solo por su gracia, estudió la licenciatura en Ciencias Jurídicas y la maestría en Educación Internacional en la Universidad Cristiana de las Américas. Actualmente, está cursando una maestría en el Southern Baptist Teological Seminary, y está siendo preparada como consejera por el ministerio de Coalición por el Evangelio de Consejería Bíblica. Está casada con Iván Bernal, el pastor de la Iglesia Bautista Emanuel en Poza Rica, y es la encargada de la enseñanza en el ministerio de damas en su congregación. Ama estudiar la Palabra con otras mujeres, guiándolas en el camino del Señor.