“¡Ya no puedo más!”, le dije entre lágrimas a mi esposo. “En verdad, Julio, ya no puedo más”.
Había sido una semana de virus, diarrea, pañales sucios, compromisos familiares y POCAS horas de sueño.
Quizás tú no te has encontrado en esta situación exacta, pero seguramente has estado en una situación difícil para ti. Al inicio, buscaste tener una buena actitud, consciente de los buenos propósitos de Dios en las pruebas. Sin embargo, llegó el momento en que sentías que ya no podías más. Tal vez, para ti es una enfermedad crónica, un jefe injusto o alguien que te calumnia una y otra vez. Tratas de soportar y sobrellevarlo, pero sientes que has llegado a tu límite. “¡Ya no puedo más!”.
Agradezco a Dios porque, cuando yo dije esas palabras, no estaba sola. Mi esposo estaba ahí. Recuerdo que me dio un abrazo y me dijo: “Tienes una oportunidad muy grande”. Lo abracé y le agradecí, pero en mi mente pensaba: “¡¿OPORTUNIDAD?! No, si quieres llamémosle prueba, obstáculo o incluso un instrumento para cambiarme, pero ¿oportunidad?”.
La Real Academia Española define “oportunidad” como una “ocasión favorable o conveniente”. En ese momento, lo que menos sentía era que me encontraba en una situación “favorable”. Es decir, ¿es una oportunidad para qué? ¿Qué conveniencia podría haber en esto? Mi esposo terminó la frase. La frase completa fue: “Tienes una oportunidad muy grande para reflejar a Cristo”.
Reconozco que “reflejar a Cristo” es una frase muy trillada en nuestra cultura cristiana, pero pensemos: cuando siento que soy llevada al límite, ¿qué aspectos del carácter, acciones y motivaciones de Cristo tengo la oportunidad de reflejar (en mi rol como madre, creyente perseguido o persona tratada injustamente)?
A continuación, te menciono las oportunidades que tienes cada vez que estás en una situación donde sientes que “ya no puedes más”.
1. Reflejo a Cristo al morir a mí misma.
Cuando sentimos que Dios nos lleva a nuestro límite, lo que en realidad está haciendo es darnos la oportunidad para tomar nuestra cruz y morir a nosotros mismos. La muerte tiene una connotación negativa, pero hay algo hermoso detrás de ella. Lo hermoso es que, entre más morimos a nosotros mismos —a nuestros supuestos derechos, pasiones y deseos engañosos Cristo puede ser más visto en nosotros.
Por raro que parezca, es hermoso cuando, en medio de tu enfermedad crónica, decides morir a tu “derecho” de quejarte y alabas a Dios. Es hermoso cuando alguien te habla ásperamente y mueres a tu impulso de responder de la misma manera, hablándole con gracia y perdón. Y es hermoso cuando, como madre, después de servir a tu familia todo el día, tienes aún una actitud de gozo y contentamiento a pesar del cansancio.
La hermosura de morir a nosotras mismas radica en reflejar a Aquel que es hermoso —Cristo—, viviendo Él a través de una madre, esposa, empleada y amiga imperfecta. Para ello fuimos creadas, para reflejar a Aquel que ha redimido nuestra alma y que, al ver el carácter de Cristo en nosotras, “…glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16).
2. Reflejo a Cristo al servir desinteresadamente.
Muchas veces servimos a otros pensando en lo que recibiremos de ellos. Pero Jesús es dueño de todo; entonces, ¿había algo que Él podría haber ganado de las personas que Él sanaba, enseñaba y por quienes oraba? La respuesta es obvia: ¡nada! De hecho, sus mismos discípulos —sus más cercanos amigos— le abandonaron en el momento de su muerte.
En mi situación actual, la maternidad es una gran oportunidad para reflejar el carácter de Cristo al servir a un pequeño que no puede darme nada a cambio, ni un “gracias”.
Lo es así también cuando decido servir, amar y perdonar a alguien que me ha lastimado y que quizás nunca cambie, pero lo hago para la gloria del Padre, sin esperar recibir algo a cambio.
3. Reflejo a Cristo al rendir mi voluntad.
Jesús, en su tiempo en la tierra, afirmó: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38). Jesús no vivió para cumplir su propia agenda, sino la del Padre. Así también nosotros debemos vivir como embajadores de Dios, haciendo siempre su voluntad.
Para mí, esto no es fácil, yo tengo planes de aquí a 10 años, 5 años e incluso cada mañana despierto con mi plan para el día. No estaba en mi plan dedicar gran parte de mi semana a cambiar pañales, limpiar vómito y soportar llanto continuo. Sin duda, no está en nuestros planes enterarnos que padecemos una enfermedad crónica. Tampoco está en nuestros planes que alguien nos trate injustamente por milésima vez. Pero esta vida no gira en torno a mí y a mis planes. Dios tiene en mente un plan precioso de redención, donde quizás Él considere que me toca sufrir, ser juzgada o padecer una enfermedad terminal para su gloria y la expansión del Evangelio.
Pablo lo sabía bien. Él ya no vivía para su comodidad, bienestar o metas propias. En Gálatas 2:20, lo expresó así: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
4. Reflejo a Cristo al depender del Padre.
Jesús experimentó ser “llevado hasta el límite” en su naturaleza humana. ¿Recuerdas aquel momento en Getsemaní? Jesús sudaba gotas de sangre y expresaba su deseo de no enfrentar la cruz. Era un momento difícil y recurrió a su Padre en oración.
Cuando soy llevada al límite de una situación y siento que ya no aguanto más, existen dos opciones: tomar el papel de víctima o correr al Padre en dependencia. Cuando siento que ya no aguanto más, tengo la oportunidad de reflejar a Cristo al correr en oración al Padre como Jesús lo hizo en Getsemaní.
CONCLUSIÓN
Así que, recuerda esto: Dios es glorificado cuando personas imperfectas, débiles y egoístas reflejan el carácter de su Hijo. Ten por seguro que Dios te llevará al límite de tus fuerzas —sea en enfermedad, relaciones difíciles o injusticias— para que su gracia brille. ¿Cómo? Cuando los demás vean que tus reacciones, actitudes y acciones piadosas son solo el resultado de la obra de Dios esculpiendo la imagen de su Hijo en ti.
Ruego a Dios que la próxima vez que sienta que he llegado al límite de mis fuerzas y que no puedo más, pueda reconocer que esa situación es una oportunidad para reflejar a Cristo: muriendo a mí misma, sirviendo a otros desinteresadamente, buscando cumplir su plan y corriendo en dependencia a Él.
Andrea Ruiz, originaria de Guanajuato, salió de su hogar a los 15 años para estudiar la preparatoria y posteriormente la licenciatura en la Universidad Cristiana de las Américas. Durante sus estudios conoció a Julio Salgado, quién ahora es su esposo. Actualmente ambos, junto con su bebé Andrés, sirven en la Iglesia Bautista Genezareth y disfrutan colaborar en el ministerio de educación. Le apasiona la enseñanza, la oratoria y la redacción.