“Casi nunca lo tenemos disponible”, me dijo.
“¿Lo vendes más que la Biblia?”, le pregunté.
“Así es”, me respondió el joven sin titubear.
Había entrado a una librería no cristiana para buscar un libro promocionado en la radio, sobre finanzas. El joven que atendía el lugar me llevó a donde pensaba encontrar el libro. Pasamos por el estante de las Biblias y me sorprendió ver que vendían una gran variedad de ellas, tanto católicas como protestantes. Lo que no me sorprendió ver fue la diversidad de Biblias protestantes: de estudio, para jóvenes, para matrimonios.
Sin embargo noté que no se veían otros “libros sagrados”, así que le pregunté: “¿Vendes el Corán?”. Y me respondió: “Casi nunca lo tenemos disponible”. Me explicó que lo vendía más que la Biblia, y que de hecho cada vez que le llegaban nuevos ejemplares los ponía al frente de la tienda, donde fueran más visibles. En contraste, el librero con las Biblias estaba hasta el fondo de la tienda.
Buscando lo espiritual
No tengo datos específicos para saber si esta situación es particular a esta tienda. En otras palabras, no sé si es un fenómeno a lo largo del país, o particular a mi ciudad de Monterrey, o inclusive particular a esa librería. Independientemente de eso me dio algo de tristeza. ¿Estoy solo en esto? La gente prefiere comprar y leer la palabra de un hombre en lugar de la Palabra de Dios. Los pocos creyentes a quienes les he contado esta historia reaccionaron similar: sorprendidos, y con el casi imperceptible lagrimar de los ojos.
Parece que la Biblia se esfuerza en ser leída, con diferentes presentaciones, tamaños, y modelos. No quiero ser desmedidamente negativo. Miles de personas, por ejemplo, han bajado a su celular aplicaciones con la Biblia, y hay estadísticas concretas que demuestran que muchas de estas personas están de hecho leyéndola.
Pero lo ocurrido en esta librería ejemplifica lo que sucede en incontables países alrededor del mundo. La gente está desesperada por encontrar propósito, por tener contacto con lo trascendente, por experimentar lo espiritual. Es cada vez más común escuchar que una persona se denomina como “espiritual, no religiosa”.
La gente busca contacto con el más allá, con el destino, con el dios místico, y lo busca en cualquier lugar que le llame la atención. Quizá es un viaje para encontrarse a sí mismo. Puede ser comenzando a meditar. O leyendo libros sagrados de otras religiones. O lo que sea.
Y allí está la Biblia, la Palabra de Dios revelada para la humanidad de todas las edades. Allí está, en el último estante, olvidada, cerrada.
¿Por qué buscamos lo que buscamos?
La mayoría reconocemos que el ser humano tiene un agujero invisible pero real dentro de su ser interior. Si me permites mezclar metáforas, ese agujero es como el hoyo que sientes en el estómago cuando tienes un antojo. Es como la comezón en la nariz cuando tienes alergias. Por más que quieres no logras satisfacer por completo el hoyo, o la comezón. Pero eso no quiere decir que no lo intentas.
Incluso algunos de los países más ricos del mundo tienen un alto índice de suicidio. Debe ser frustrante que, después de tenerlo todo —dinero, sexo, tecnología, educación, cuidado médico, etc.— aun así te sientas miserable. Así que intentas con otra cosa. Para algunos serán drogas, para otros alguna nueva religión o forma de pensar. Pero cuando eso tampoco satisface, llega la desesperación.
Sin embargo, la razón por la que buscamos algo que trascienda nuestra existencia es porque Dios ha puesto ese sentimiento allí (Sal. 14:1). Pero preferimos crear nuestros propios dioses y satisfacernos de nuestro alimento artificial, y rechazamos aquello que verdaderamente satisface (Ro. 1:21-23).
Encontrando lo que buscamos donde no lo esperamos
Quizá te haya pasado: estás buscando desesperadamente las llaves de tu auto, y después de revisar bajo la cama, entre los cojines del sillón, y en lugares ridículos como encima de la alacena, terminas encontrándolas en el buró junto a tu cama. Allí estaban, completamente a la vista, pero por alguna razón no las viste. Estaban en un lugar demasiado obvio.
Hace 500 años era prácticamente imposible tener una copia personal de la Biblia. Hoy es sencillo. Vivimos en tiempos privilegiados, y no termino de agradecer a Dios por los muchos recursos que tenemos disponibles cada vez más. Pero corremos el riesgo de acostumbrarnos a tener la Palabra de Dios.
Lo vemos en el mundo evangélico. Hay un ferviente deseo por conectar con Dios, pero no de la manera en que Dios quiere conectar con nosotros. Leer la Biblia es algo demasiado cotidiano. “¡Allí no puede estar el poder!”, pensamos. El poder debe estar en alguna experiencia exuberante, en el frenesí de la adoración, en los violentos espasmos de una persona que se retuerce en el suelo mientras los demás gritan alabanzas al espíritu.
¿Recuerdas el encuentro que tuvo Elías con Dios?
“Entonces el Señor le dijo: ‘Sal y ponte en el monte delante del Señor’. En ese momento el Señor pasaba, y un grande y poderoso viento destrozaba los montes y quebraba las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible” (1 Reyes 19:11-12 LBLA).
Allí estaba Dios: en el susurro de una brisa apacible.
¿Estás buscando escuchar la voz de Dios? ¿Satisfacer tu necesidad espiritual? ¿Encontrar verdadero gozo?
Allí está la Biblia, en el buró junto a tu cama, esperando a que la abras. Lo que estás buscando está allí. ¿Será que consideramos la Biblia un lugar demasiado obvio?
Este artículo fue publicado en Coalición por el Evangelio. Usado con permiso.