¿Te suena esta escena?
Un padre preocupado abre la puerta del cuarto de su hijo adolescente para hablar con él. Además de ver la apatía y la creciente rebeldía de su hijo, el padre le ha visto pasar mucho tiempo con una joven inconversa de la cuadra. Al intentar hablar con su hijo, se topa con indiferencia. El hijo, sin levantar la vista del celular, responde con sonidos animalescos que ni son palabras. Poco a poco, el padre se va enojando y termina descargando su frustración en un fuerte regaño. Después, el padre se da cuenta de que se ha equivocado e intenta arreglar la situación con una “media-disculpa” y un torpe abrazo. Al salir del cuarto, el padre, avergonzado y desanimado, escucha el portazo con el que su hijo cierra la puerta. El portazo señala no solamente que ha cerrado la puerta del cuarto sino que también ha cerrado la puerta de la comunicación.
Es probable que sí te suene. Quizás muchos hemos vivido esta historia, como padres, como hijos o como ambos.
Como padres cristianos, amamos a nuestros hijos y queremos que sirvan a Dios, pero muchos de nosotros no tenemos una buena comunicación con ellos. Esta mala comunicación impide que les demos un testimonio vibrante de nuestro Dios alucinante y, por ello, se alejan de nuestro Dios. ¿Cómo podemos mantener abierta la puerta de la comunicación para que no abandonen nuestra fe cristiana?
Para responder a esto, vamos a enlazar seis palabras que comienzan con la letra “c”. Son las palabras corazón, curiosidad, constancia, compasión, corrección, y Cristocéntrica. En este primer artículo, veremos las primeras tres.
1. Corazón.
Nuestra comunicación debe enfocar el corazón.
La gran mayoría de padres cristianos no conocemos lo que hay en el corazón de nuestros hijos. Cuando hablamos con ellos, nos mantenemos en un nivel superficial que enfoca solamente su conducta. Por ello, no sabemos lo que nuestros hijos opinan, sienten o sueñan. Para llegar a conocer lo que hay en sus corazones, tenemos que dirigir nuestra comunicación a sus corazones. Sin esta comunicación profunda, (1) no sabremos lo hay en ellos, (2) no podremos aplicar las verdades bíblicas a sus necesidades específicas, y (3) no lograremos un cambio duradero en ellos. ¿Por qué? Porque no hemos llegado a su corazón. Llegar al corazón es sumamente importante porque la conducta de nuestros hijos fluye de su corazón (Mr. 7:21-23; Pr. 4:23; Pr. 23:26).
Esto significa que el primer objetivo de la comunicación con nuestros hijos no es decirles lo que nosotros opinamos sino descubrir lo que hay en sus corazones.
¿Cómo logramos descubrir lo que hay en ellos? Eso nos lleva a la segunda “c”.
2. Curiosidad.
Debemos sentir curiosidad por saber lo que hay en ellos.
Como nuestros hijos se han criado en nuestros hogares y toda su vida han estado con nosotros, pensamos que los conocemos perfectamente. Entonces, no sentimos curiosidad por la vida interna de nuestros hijos. No mostramos curiosidad por saber qué sienten, qué opinan, qué desean, qué están pensando y sufriendo. Cuando hablamos con ellos, queremos ir “directo al grano”, y no nos interesamos en ellos. Esta actitud les expresa que no son importantes para nosotros. Cuando una persona nos importa, nos damos el tiempo de escucharle y hacerle preguntas. Este interés hace que la persona se sienta valorada y le motiva a compartir lo que hay en su corazón.
¿Cómo les mostramos interés y curiosidad? Haciéndoles muchas preguntas y escuchando sus respuestas. Es un concepto tan simple que muchas veces lo olvidamos, pero la comunicación verdadera es un diálogo y no un monólogo. Cuando dejo de monopolizar la conversación y la convierto en un diálogo interactivo, les doy la oportunidad de que hablen sobre los temas que a ellos les importan.
Cuando mostremos una curiosidad sincera por la vida de nuestros hijos, se sentirán amados e importantes. Entonces, abrirán la puerta de sus corazones, y podremos ver cuáles son las luchas, tristezas, dolores, y deseos que tienen.
“Las intenciones secretas son como aguas profundas, pero el que es inteligente sabe descubrirlas” (Pr. 20:5 DHH).
Por supuesto, si les demostramos interés a nuestros hijos en una ocasión, no resultará en una comunicación profunda de inmediato. Para lograr algo, tenemos que tener una comunicación…
3. Constante.
La buena comunicación requiere constancia.
Muchos nos damos por vencidos después de fracasar en los primeros intentos de hablar con alguno de nuestros hijos, pero debemos recordar que la comunicación saludable no se desarrolla en un momento. Hoy, más que nunca, existen muchos obstáculos que superar para una buena comunicación, pero es esencial que cultivemos un ambiente de comunicación constante con ellos.
Al mencionar que es constante, debemos entender que requiere constancia en dos sentidos: en todo tiempo y también sobre todo tema.
Todo tiempo:
Por ejemplo, si me acerco para hablar con mi hijo sobre su novia, pero no he tenido una conversación significativa con mi hijo en seis meses, no me va a ir muy bien. Quizás mi hijo quería comentarme sobre su tarea, hablarme de un profesor que no le gusta, o preguntarme por un celular que quiere comprar, pero yo no tuve tiempo para hablar con él. ¿Qué le expresé? Que no es importante para mí. Que no me interesan sus cosas. Ahora, cuando, de la nada, quiero que mi hijo me cuente sobre uno de los temas más íntimos y vergonzosos para él (temas sentimentales), no se va a abrir. Llevo meses manifestándole que no tengo tiempo para él, que sus intereses no son importantes para mí. La respuesta automática de mi hijo será manifestar que mis intereses tampoco le interesan a él. Por ello, la comunicación tiene que ser constante (Dt. 6:6-7).
Todo tema:
En las conversaciones con mis hijos, no deben existir temas tabúes. Por ejemplo, muchas veces nos da vergüenza hablar de temas sexuales o de cosas como la homosexualidad. Cuando surgen estos temas, muchos respondemos: “Eso es sucio. Es malo. De eso no se habla en esta casa”. Nuestros hijos, entonces, entienden que no pueden preguntar sobre esos temas en casa. ¿Su interés en esos temas desaparecerá con esa conversación? ¡Por supuesto que no! Saldrán a la calle y hablarán de esos temas con sus amigos, quienes no les ayudarán a desarrollar una perspectiva madura y bíblica. Cuando nos quejamos de sus ideas erróneas, debemos recordar que nosotros los obligamos a hablar de esos temas con sus amigos porque cerramos la puerta de la comunicación.
También, tenemos que recordar que las conversaciones provechosas con nuestros hijos no se programan. Tenemos que tener la antena levantada en todo momento. Tenemos que pasar tiempo con ellos. No debemos desanimarnos si las cosas no salen bien en la primera o segunda ocasión. La buena comunicación se cultiva y crece lentamente. Como padres, no debemos darnos por vencidos muy pronto. Sigamos intentándolo, sin presionarlos. Si no funciona, persistamos tiernamente. En algún momento, la puerta al corazón de nuestros hijos se abrirá.
En el siguiente artículo, veremos la tres palabras que faltan (compasión, corrección, y Cristocéntrica) para poder abrir la puerta de la comunicación con nuestros hijos.